Ebrima Darboe sería en España lo que tenemos la mala costumbre de llamar mena (menor extranjero no acompañado). Su cara podría aparecer pixelada en una publicidad de Vox del metro de Madrid y usted —ni nadie— se daría cuenta de quién es ni lo que le ha costado llegar hasta aquí. Aunque tampoco eso importa demasiado. Nacido en Gambia en el año 2001, llegó a Italia con 14 años, después de que su padre hubiese muerto y de que su familia no tuviese nada para comer. Era bueno jugando al fútbol, y sus colegas le animaron a buscarse la vida en Europa. Como tantos paisanos del distrito de Bakoteh que nunca más volvieron al pueblo, se subió a un bus camino de Libia y terminó en uno de esos centros de acogida que, en realidad, son almacenes inmundos donde torturan a los inmigrantes antes de extorsionar a sus familias para sacarles lo poco que tienen. Después de dos años de abusos, logró subirse a una barcaza que le llevó hasta Sicilia. Y aquí empezó a cambiar su suerte.
Darboe tiene ahora 19 años, juega en el primer equipo de la Roma y habla con acento romano. Pero el día en que llegó a la costa italiana pesaba 50 kilos y no sabía decir prácticamente nada. Destrozado, asustado y famélico. Como todos los chicos y chicas, también niños, que llegaron la semana pasada a nado a Ceuta desde Marruecos. Luego le transfirieron a un centro de acogida en Rieti, en la provincia de Lazio, cerca de Roma. Y una ojeadora con talento, Miriam Peruzzi (que luego se convirtió en su agente), se dio cuenta durante un torneo en 2018 de lo que valía más allá de su historia. De modo que se activaron los cauces del negocio y le permitieron hacer la prueba con el Roma, como contaba en un estupendo hilo en Twitter José David López hace unos días.
Italia es el tercer país con mayor número de menores que han llegado solos (España es el quinto) de la Unión Europea, donde hay unos 18.000 chicos en esa situación y cuya pista ya se ha perdido. Darboe, que ahora ha decidido cambiar su nombre, llegó en una de las oleadas de desembarcos más grandes de los últimos años —la que alimentó al monstruo de la ultraderecha en el país— y obtuvo la condición de refugiado gracias a la intervención de la FIFA. El Roma lo incorporó a la primavera (la cantera) de su equipo. En las divisiones inferiores del club manda Alberto De Rossi, padre del excapitán Daniele de Rossi. Y el hombre, con ojo de perro viejo, enseguida se dio cuenta del talento de un centrocampista de poderío físico y con una técnica estupenda como no tenía nadie en el centro del campo del Roma. Darboe confirma la tónica que se ha impuesto en los últimos tiempos en Trigoria. Grandes jugadores, casi todos romanos o con acento romano, como él mismo tiene ya: Totti, De Rossi, Pellegrini, Florenzi, Callafiori.
El chaval contó su historia a Sky, emocionado después del partido de vuelta de la semifinal de la Europa League contra el Manchester. Era el segundo encuentro que jugaba con el primer equipo. Dos fines de semana después, salió como titular en el derbi contra el Lazio.
A las oficinas del club han llegado ofertas de toda Europa. Pero hoy el gambiano es una de las grandes esperanzas del club para el año que viene, cuando Mourinho se sentará ya en el banquillo del Olímpico. Dicen que es perfecto para el estilo del portugués. Que triunfará seguro. Según la publicidad de Vox, los niños a los que llaman menas cuestan más dinero que la pensión de nuestras abuelas. En el caso de Darboe, cobra 10.500 euros a la semana, que básicamente se ha ganado él solito después de cruzar el mundo y que manda periódicamente a su familia. Pero a efectos administrativos continúa teniendo problemas. Así que la familia de su agente ha decidido adoptarle y pasará a llamarse Ebrima Darboe Peruzzi. A veces, ni siquiera el talento o el dinero cuentan más que un apellido europeo.
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