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‘Darwinismo tecnológico’ y la edad: la tecnología desatiende a los más mayores


Para Teresa Pérez, de 73 años, desenvolverse en el mundo digital se ha convertido en un reto. Empeño le pone. Ha pasado por cursos de formación. Ha cambiado su teléfono por uno moderno. Y nada. Cuando tiene algún problema, acude a la tienda donde compró el móvil o pregunta a algún amigo con más soltura. Que quiere inscribirse a actividades del Ayuntamiento que solo están en la web, más de lo mismo. Pide ayuda presencial a algún funcionario. “Como no tienes mucha idea, no toqueteas porque te da miedo. Por más que lo he intentado, no he sido capaz de aprender. No nos lo ponen sencillo a los mayores”, zanja.

Pagar una compra, buscar un restaurante, hacer una videollamada. Miremos donde miremos, casi cualquier actividad la vivimos en digital. La pandemia ha acelerado el proceso hasta niveles inimaginables, pero de forma desigual según la edad. Los más mayores continúan desatendidos, por mucho que ahora se animen más a utilizar el móvil e internet. Cándido Cortés, de 74 años, reconoce que la tecnología le ayuda a combatir la soledad. A mantener el contacto con familiares y amigos. Aunque con mucha letra pequeña. “Me cuesta usar el teléfono. No me saques de llamar o hacer una foto. No sé ni usar las aplicaciones. Si me mandan un WhatsApp, no contesto. Leo el mensaje y luego les llamo”, afirma.

Cerca de la mitad de quienes tienen más de 64 años se conecta diariamente a internet, de acuerdo con los datos de 2020 del Instituto Nacional de Estadística (INE). Una cifra que esconde una realidad forzada que empuja a los más mayores a digitalizarse sin tener en cuenta sus opiniones, preferencias y aptitudes. “Tenemos que usar la tecnología queramos o no. El mundo va a un ritmo que, si no lo coges, te quedas atrasado. Como hace el banco conmigo. Me insiste una y otra vez en que utilice la banca digital. Que es la mejor forma de comunicarme. Me mandan mis contraseñas y esas cosas, pero ni idea de cómo funciona. Nadie me lo ha explicado”, lamenta Cortés.

Como explica Andoni Alonso, catedrático de filosofía en la Universidad Carlos III de Madrid, la población de más edad se enfrenta a un darwinismo tecnológico. O se adapta a las condiciones impuestas o queda excluida. Adentrarse en el comercio electrónico, en el manejo de aplicaciones móviles o utilizar el teléfono como tarjeta de crédito forman parte de estas destrezas sobre las que las empresas no los ha tenido en cuenta en su diseño e idoneidad. “Hablamos de las obsolescencias de la mente y de nuestras capacidades técnicas. Lo que nadie se plantea es que terminará afectándonos a todos. Es cuestión de tiempo. Parece que impera el pensamiento de que no habrá problemas de digitalización cuando los mayores se mueran. Y no va a ser así”, argumenta.

El factor económico es una de las razones detrás de este abandono. En España, por ejemplo, la población por encima de los 65 años representa el 19,77% del total. Es decir, existen muchos más clientes potenciales en rangos de edad inferiores. No significa que no haya mejorado la accesibilidad y sencillez a los productos digitales para los más mayores. Historia diferente es si esta evolución les facilita la vida a todos o solo a unos pocos, a aquellos con ganas y conocimiento de subirse a la ola tecnológica.

En opinión de Gilles Vromman, diseñador de negocio de Fjord, compañía de diseño e innovación de Accenture Interactive, la innovación, incluso antes de la pandemia, no ponía a las personas de más edad bajo su foco de interés. “El problema no solo surge de la falta de adopción de herramientas o habilidades digitales entre las personas mayores, sino que muchas experiencias digitales simplemente las excluyen de sus propuestas de valor. Incluso si se digitalizaran, las soluciones podrían no cubrir sus necesidades y aspiraciones”, añade.

Todos los principios de mes, Goyo Núñez de Arenas, de 80 años, tiene la misma conversación con algún trabajador del banco. Ni quiere tener un móvil ni apps ni nada que, como él comenta, pueda controlarle. “A mí me gusta sacar mi dinero y siempre se me acerca alguien a decirme que eso puedo hacerlo con el teléfono o una tarjeta. No quiero que me obliguen a usar nada. Es posible vivir sin tanta tecnología”, asegura. En su trabajo como profesor aprendió de nuevas tecnologías. El correo electrónico o internet no suponen un problema. En su momento hizo sus pinitos con Photoshop. Pero si alguien quiere mandarle un WhatsApp, ha de ser al móvil de su mujer Sagrario.

Falta de escucha

“En mi tiempo libre me di cuenta de que me exigía mucho tiempo tanto actualizar mis conocimientos como evitar que se me olvidara lo que aprendía”, precisa Núñez de Arenas. Dos motivos de peso compartidos por buena parte de su generación —apenas un 17% de los mayores de 75 años entra en internet diariamente según el INE—. Una desafección que para Alonso se sustenta en que las tecnológicas no escuchan a los mayores. Ni saben qué necesitan ni tampoco qué quieren. “¿Qué piden? Estamos hartos de escuchar que una app soluciona todo; y eso no existe. Las condiciones en las que viven las personas mayores no se solventan con ningún alarde innovador”, lamenta.

Más que volcar indiscriminadamente la tecnología en los mayores, las interfaces de voz se ajustan más a sus necesidades. Al menos así lo sugiere Rodrigo Miranda, socio director de ISDI, quien considera que se trata de una herramienta que pasa más inadvertida pese a su gran utilidad. Verían más natural que Alexa o Siri les recordara un trámite bancario o cómo programar una alarma que descargar en el teléfono Signal y Telegram. “Intentaría crear una conversación similar a la que mantenemos los humanos. Es una interacción más natural para ellos. Están acostumbrados a hablar más que a escribir en un chat o a ponerse delante de una cámara”, sostiene.

Otra posibilidad para reducir esta exclusión forzosa son los lazarillos digitales, puestas en práctica en algunas Comunidades y Ayuntamientos. Gente joven que guía a los mayores por el mundo tecnológico. Desde navegar por internet hasta manejarse con el móvil. Sin embargo, tampoco conviene definir a esta población como analfabeta digital, con nula capacidad de adaptación. “No debemos subestimar su capacidad para aprender algo nuevo. Durante la pandemia, muchos ancianos lograron incorporarse a las interacciones digitales por necesidad, como lo demuestra la alta tasa de adopción de los pagos digitales y la telemedicina entre el segmento de la tercera edad”, zanja Vromman.

El factor digital no parece en discusión de acuerdo con las dinámicas sociales y empresariales de hoy en día. Quizás cuando termine la emergencia sanitaria se relaje el ritmo innovador, pero la tendencia parece asentada. “No hay grises en este debate. No hay alternativa y sería no entender cómo funciona el mundo”, apunta Miranda. La clave radica en cómo combinar sencillez técnica con inclusión generacional. Y ahí los más mayores se ven empujados hacia un techo de cristal difícil de romper. “Hay gente que piensa que vivir a través de una pantalla es vivir y no vale para todo el mundo. El tacto, el sonido, la cercanía y la presencia son muy importantes, sobre todo para los mayores”, concluye Alonso.

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