David Cantero (Madrid, 60 años) acaricia las curvas de una Fender Stratocaster azul turquesa, luego admira una Telecaster color crema, luego alaba una Gibson Les Paul que parece de fuego. “Este es el vicio de las guitarras, el veneno que se nos inocula: siempre queremos tener más”, dice. Empezó a tocar la guitarra ya talludito, hace diez años, inspirado por bluesmen como Magic Slim o rockeros como Jimi Hendrix, del que hace versiones con su banda novata Hey Joe (cuya incipiente carrera se vio truncada por la pandemia). ¿Es capaz de tocar como el gitano eléctrico? “Bueno, hacemos canciones de Hendrix, pero no quiere decir que las toquemos como Hendrix”, se ríe.
El guitarrista Cantero, que también es novelista, poeta, pintor, dibujante y alguna cosa más, se encuentra en la tienda de guitarras Arde Madrid, donde se guardan, entre el almacén y la exposición, hasta 700 de estos instrumentos que, colgados por las paredes, son un caramelo para los ojos. Cantero es lo que se solía llamar un hombre del Renacimiento, aunque ahora a eso le dicen polímata. Su faceta artística surge sobre todo de noche. “Soy muy noctámbulo, es cuando me sale la creatividad, y siempre he podido aguantar bien durmiendo pocas horas”, explica. De día, como Batman, ejerce su vida pública, como presentador de los informativos de mediodía de Telecinco, su cara más conocida, literalmente.
Lleva más de 25 años en diferentes horarios y cadenas contando lo que pasa, antes estuvo 16 al lado no visible de las cámaras. Y dice haber conseguido llegar a ese frágil punto entre la sobriedad que se le supone al presentador de noticias y la propia personalidad. “Al principio llegas queriendo interpretar un papel, luego te das cuenta de que tienes que ser tú mismo: así es como consigues conectar con tu público”, señala. En ese tiempo le ha pasado de todo: en una ocasión fue enfermando a través de un informativo de una hora y al acabar, con las botas puestas, le tuvieron que llevar directo al hospital porque no se tenía en pie.
La noticia del siglo XXI viene siendo la pandemia, que le tiene muy desesperanzado, tanto por el virus en sí como por la humanidad circundante. “Me irrita la gente que se pasa por el forro este drama, cuando alrededor hay gente muriendo”, dice, “tampoco me gustan los negacionistas, ni entiendo que les demos voz en los medios si no es para señalar su ignorancia. En esto me pongo muy beligerante”.
Cantero se considera una cosa por encima de todo: “Si me preguntaran para qué he venido a este mundo diría que para ser padre”. Es creíble: aunque en las fotos tienda a fruncir el ceño como un tipo duro, al trato real transmite cierta dulzura, como la de los dibujitos que cuelga en su Instagram. De joven no se veía en el papel de padre, pero ahora tiene un hijo de su primer matrimonio que pasa de los 30 y dos del segundo que no llegan a los 20. Con estos juega a los videojuegos, por ejemplo, al apocalíptico y fabuloso The last of us: “Ese juego es la hostia, pero tengo que reconocer que no soy muy bueno matando zombis”, dice, “acojona mucho, porque la distopía que cuenta no me parece tan descabellada viendo la realidad en la que vivimos”.
No jugaba a videojuegos de chaval, sino que se crio en el entorno rural de Ávila, dando brincos entre riscos, campos y animales. “Me alegro de haberme criado alejado de la tecnología, porque no la había. Cuando era niño ni siquiera había tele. Luego hubo un canal, luego dos… Y ahora vamos hacia la tele del futuro, que será a la carta”, pronostica. Acaba de cumplir 60 “castañas”, y no se lo acaba de creer. “Yo lo veo como los últimos metros antes de alcanzar la cima de la montaña rusa y empezar a caer de forma irremediable”, ejemplifica de forma algo siniestra. La edad le ha dado esa imagen de silver fox (zorro plateado), de pelo canoso, como George Clooney, que, la verdad, va muy bien para los informativos. Eso sí, espera pasarlo bien hasta el final. “Y si las cosas se ponen feas, acogerme a la Ley de Eutanasia que se acaba de aprobar. He visto morir a demasiada gente sufriendo más de la cuenta”.
Antes de salir de la tienda, el periodista da aviso de que tiene que traer un par de guitarras, de las ocho que tiene en su casa de Brunete, en Madrid, para su puesta a punto. Le dicen que cuando quiera. “Cuando te ajustan la guitarra y se adapta a ti a la perfección es una pasada”, concluye mientras hace el gesto de sostener una invisible entre las manos. Y luego se va a dar las noticias.
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