De Chenoa a Los Javis: 20 años de ‘OT’, el programa que cambió la idea de fama y creó su propio panteón de dioses

A principios del siglo XXI se dio un cambio en el modo de producción de fama. Programas como Gran Hermano, pionero de los reality shows, u Operación Triunfo (OT), decano de los talents, proponían nuevas formas de llegar a ser una celebridad y también nuevas maneras en las que el público podía consumirlas. Si antes el famoso se consideraba un ser lejano, casi tocado por los dioses, ahora el famoso era alguien normal, un vecino, una prima, un cuñado que, de pronto, tras un proceso televisivo, saboreaba las mieles del éxito (y, a veces, se empachaba con ellas). La cosa no acabó ahí: pasado el tiempo surgieron las redes sociales que ahondaron este modelo, democratizando y sectorizando la fama aún más. El líder de opinión en Twitter o el influencer en Instagram, igual que el triunfito, son también celebridades que en una trama espaciotemporal paralela bien podríamos haber sido nosotros mismos. Qué rabia.

Se cumplen 20 años de la primera edición de OT, emitida en La 1 de Radiotelevisión Española, que, al igual que la primera de Gran Hermano, grabó a fuego a un grupo de personas en el imaginario colectivo. Posteriores temporadas también crearon a sus estrellas indiscutibles, como Edurne, Soraya, Aitana, Amaia, Alfred, Lola Índigo, etc, pero ninguna edición generó un star system que casi va más allá de la fama para incrustarse en la propia Historia de España.

Recitar sus nombres es como recitar el panteón de los dioses griegos: David Bustamante, Chenoa, David Bisbal, Rosa López (o Rosa de España), Manu Tenorio, Nuria Fergó, Naím Thomas o el malogrado Álex Casademunt, que falleció este año en un accidente de tráfico. Hasta los menos conocidos hoy en día, como Javián, Juan Camus o Geno Machado, tienen su rinconcito en el corazón de muchos españoles. La textura de la celebridad de los miembros de OT1 muestra otra calidad, otra densidad, otro tacto que la de sus sucesores: son más míticos. Muchos de los momentos que tuvieron lugar en aquella primera temporada tienen carácter cosmogónico: el idilio entre Bisbal y Chenoa, el proceso de superación de Rosa, las lloreras de Bustamante, la canción Mi música es tu voz o las giras posteriores (y las grandes ventas de discos, cuando se compraban discos). El fugaz éxito del grupo Fórmula abierta, con cuatro triunfitos a ritmo veraniego.

Amaia, Miriam, Alfred, Aitana y Ana Guerra, los cinco finalistas de 'Operación Triunfo 2017'.
Amaia, Miriam, Alfred, Aitana y Ana Guerra, los cinco finalistas de ‘Operación Triunfo 2017’.

“Ahora hay talent shows casi cada día”, dice Jaime Pérez-Seoane, director de la agencia de marketing e influencers Go-Talents. “En 2001 todo el mundo sabía quién era Bisbal, pero también a sus compañeros. Hoy en día, todo el mundo conoce a Aitana, pero les costará decir con quién concursó en OT. Los talents ya solo impactan en sus nichos y la fama es más efímera”, afirma. El efecto de ser la primera vez, la notoriedad que eso les dio, no se lo puso fácil a aquel grupo de jóvenes. “Eran personas anónimas, sencillas, que venían de otro mundo. Solo llegar a la Academia ya fue un gran triunfo para ellos. Cuando salieron por primera vez no sabían nada del fenómeno fan que se había formado fuera y a muchos les costó gestionarlo”, explica María Palacín, psicóloga de la primera edición del programa que ahora dirige el máster Autoliderazgo y Conducción de Grupos de la Universidad de Barcelona. Los fans son seres muy particulares: de tanto amar a sus ídolos pueden llegar a resultarles hostiles, y los triunfitos se vieron escapando de ellos por doquier: se había generado una verdadera fiebre nacional. “Fue un shock para ellos, un gran impacto a nivel emocional, hubo mucho llanto”, recuerda la psicóloga. La fama: queremos conseguirla a cualquier precio aunque luego sea amarga.

¿A qué se debía tal éxito? “El formato fue novedoso, un programa blanco, que no ofendía a nadie y que supo combinar una serie de elementos clave”, dice María Dolores Cáceres, catedrática de Sociología de la Universidad Complutense y estudiosa del programa. Esos elementos eran unos valores propios del paradigma socioeconómico, como son la competitividad y el ansia de fama (por eso el título era Operación Triunfo y no Operación Canción). “También el canalizar, a través de procesos de proyección e identificación, las aspiraciones, deseos y sentimientos del público que sufría y disfrutaba con las peripecias de los chicos en la Academia”, añade la catedrática. La familia al completo se sentaba frente a la pantalla y cada miembro tenía su favorito, aquel con el que se identificaba. Había drama, pero el colofón era el final feliz: el esfuerzo siempre alcanzaba su premio, como en una fábula meritocrática moralizante.

David Bisbal a Chenoa en el concierto de 'OT: El reencuentro'.
David Bisbal a Chenoa en el concierto de ‘OT: El reencuentro’.

En 2016 se celebró OT, el reencuentro, unos programas especiales que reunieron a los viejos compañeros, ya convertidos en señores y señoras de mediana edad, y ahí, además de la cobra que le hizo Bisbal a Chenoa, se pudo comparar, tres lustros después, cómo la vida los había tratado a cada uno. Quiénes se habían convertido en verdaderas estrellas (aunque Rosa fue la ganadora de la edición y compitió en Eurovisión, Bisbal fue el que mejor consolidó su carrera internacional), quiénes eran clase media artística o quiénes habían regresado a una vida anónima, ajena al brillibrilli, carne de la sección Qué fue de… La sociedad puede ser muy cruel con aquellos a los que la fama ha abandonado (o viceversa), como juguetes rotos, aunque sean personas felices, satisfechas o exitosas en sus proyectos vitales lejos de las cámaras. Se vieron aquí viejas rencillas, pequeñas envidias, frustraciones larvadas: a pesar de la nostalgia y del clima de fraternidad, no todo había sido de color de rosa en la Academia.

Después de un parón de seis años, OT regresó renovado en 2017, en su novena edición. Ahí se observó un cambio de rumbo, en el que se escenificó la fusión entre el mainstream y el hipsterismo, entre lo “comercial” y lo “alternativo” que se ha dado en estos años dentro del ámbito de la cultura popular. De pronto, OT9 era más moderno. La amplia fama de Los Javis, por ejemplo, procede de su participación como profesores en el programa, y algunos de sus participantes coquetearon sin complejos con la música indie o los ritmos urbanos, como es el caso de Amaia, Alfred, Mimi (luego llamada Lola Índigo) o Aitana. Se acababa el dominio de la canción melódica y el gorgorito. En esta nueva serie de temporadas los debates sociales en torno a la cuestión de género, lo LGTBI, la tauromaquia o el ecologismo comienzan a visibilizarse en el show, cosa que no gustó en la parte derecha del arco político. OT se vuelve como todo lo que le circunda, de las panaderías a los ensayos literarios: moderno y comprometido.

La actual obsesión por la fama, el anhelo de transcendencia y reconocimiento, la sensación de que tenemos esa fama al alcance de nuestra mano, se han fortalecido en este siglo XXI, en parte gracias a programas como OT. Las redes sociales han radicalizado las cosas. “Hacerse famoso en 2021 es muy diferente a 2001″, explica Pérez-Seoane. Hoy en día se tiene acceso a las celebrities de forma mucho más cotidiana gracias a las redes y la notoriedad se ha segmentado por nichos. “Pero esta fama horizontal convive con la fama más vertical: sigue habiendo ídolos en la cima de la pirámide, como C. Tangana, Rosalía, Aitana o Mbappé, que generan atención, tendencias y dinero. La gran figura de 2021 es, en mi opinión, Ibai Llanos”, concluye el experto. Veremos en qué se ha convertido la fama dentro de 20 años y de qué modo podremos alcanzarla.


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