China ha cambiado abruptamente el rumbo de su estrategia contra la covid-19 y, en consecuencia, la narrativa sobre la enfermedad que en 2020 sumió al planeta en la mayor crisis desde la II Guerra Mundial. Once meses después de que irrumpiese la contagiosa variante ómicron dentro de sus fronteras, y en medio de la peor ola de infecciones hasta la fecha, la nación más poblada del mundo ha dejado atrás el discurso en el que criticaba a Occidente ―y especialmente a Estados Unidos― de tener “la percepción errónea de que esta cepa es poco más que una gripe” y, con un golpe de timón, asegura que el virus “ya no es tan peligroso” y que “son los ciudadanos [y no el Estado] quienes deben asumir la responsabilidad de su propia salud”. Tres semanas después de este giro de 180 grados, el presidente, Xi Jinping, quien asumió personalmente el liderazgo de la “batalla del pueblo contra el virus”, aún no se ha pronunciado públicamente sobre el replanteamiento.
Pekín ha reculado asegurando que su lucha antipandémica se encuentra “en una nueva etapa”, contradiciendo los argumentos por los que, desde marzo, gran parte de sus 1.400 millones de habitantes ha visto su vida dominada por los confinamientos, las pruebas PCR y el escrutinio absoluto de su rutina diaria. La mano dura con la que se aplicaron las medidas anticovid permitió a China registrar cifras ínfimas de contagios y decesos en los dos primeros años de pandemia (oficialmente solo han muerto 5.241 personas), pero la detección de los primeros casos de ómicron en enero de 2022 puso en jaque ese blindaje contra el coronavirus.
Y mientras el Gobierno respondía con contundencia en primavera al progresivo aumento de las infecciones, los medios estatales reforzaban el discurso de que la estrategia de covid cero era “la mayor prueba de superioridad del sistema chino”, en detrimento del occidental. La hemeroteca del diario nacionalista Global Times deja frases como que “abandonar la lucha contra la covid-19 y dejar que se propague libremente sería una traición a toda la humanidad” y que “la falacia de que ómicron es poco más que una gripe es un engaño para debilitar la aceptación de la estrategia de covid cero entre los chinos”.
Ahora, analistas próximos al Gobierno, incluido el exdirector de Global Times, el polémico Hu Xijin, han pasado de defender a capa y espada las férreas medidas a minimizar los riesgos del virus e, incluso, a contar en redes cómo están pasando la enfermedad. Zhong Nanshan, respetado epidemiólogo y principal voz pública durante los inicios de la pandemia, sugirió la semana pasada que la ómicron debería llamarse “resfriado por coronavirus”. El viraje resulta especialmente sorprendente si se tiene en cuenta que, en mayo, cuando el director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom Gebreyesus, apuntó que la política de covid cero no era sostenible con una variante tan contagiosa, sus declaraciones fueron censuradas de inmediato.
Días antes, Xi Jinping había advertido de que relajar las medidas sería devastador y conduciría “inevitablemente” a “un gran número de enfermedades graves y muertes” y exhortado a “luchar resueltamente contra quienes distorsionen, cuestionen o reten las políticas de prevención”. La legitimidad que ha ganado el líder chino como “comandante en jefe” de “la batalla contra el virus” ―en marzo la prensa oficialista aseguró que él mismo ideó la estrategia de covid cero― le valió para revalidar en octubre un tercer mandato como secretario general del Partido Comunista, un hecho inédito entre sus predecesores y que le confiere un poder sin precedentes desde la época de Mao Zedong.
“Al lanzar una guerra popular sin cuartel para detener la propagación del virus, hemos protegido al máximo la salud y la seguridad de la población y hemos conseguido logros tremendamente alentadores tanto en la respuesta a la epidemia como en el desarrollo económico y social”, aseveró Xi ante el XX Congreso del Partido.
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La última vez que el presidente chino fue citado comandando la lucha contra la covid fue el 10 de noviembre, cuando se comprometió a implementar “inquebrantablemente” la estrategia de covid cero, pero minimizando su impacto en la economía y la sociedad. Aunque Pekín emitió al día siguiente 20 directrices para “optimizar” los protocolos, los gobiernos locales continuaron tomándose la justicia por su mano a la hora de imponer confinamientos, por miedo a que una flexibilización excesiva provocase un aumento aún mayor y a más velocidad de los contagios. Esos férreos controles prendieron la llama de las mayores protestas sociales en la era de Xi, las cuales, según los analistas, aceleraron el carpetazo a la covid cero.
Malgasto de recursos
A pesar de que funcionarios y expertos sanitarios chinos aseguran que el giro se basa en que el virus es menos letal y que, ahora sí, China está preparada para los reajustes, epidemiólogos extranjeros opinan que el Gobierno ha malgastado recursos y tiempo en lugar de atajar el problema de raíz, ya que los millones de dólares que se han invertido en realizar campañas de pruebas diarias o en la construcción de centros de confinamiento deberían haberse destinado a vacunar a los ancianos o a mejorar la capacidad de las UCI. “La realidad ha demostrado plenamente que nuestra política contra la pandemia es correcta, científica y eficaz. Se ha ganado el respaldo del pueblo y puede resistir la prueba de la historia”, leía un largo reportaje publicado el día 15 en la primera página del Diario del Pueblo, el principal periódico del partido, en el que se concluía que la política de Xi ha sido “completamente correcta” en todo momento.
El líder chino, por su parte, continúa guardando silencio. El 7 de diciembre, el día en el que el Gobierno anunció la inesperada desaparición de la estrategia de covid cero, Xi viajó a Arabia Saudí en una visita de Estado, invitando a pensar que quiere evitar vincularse con la brusca reapertura y sus secuelas: Airfinity, empresa británica que analiza datos sanitarios, estima que en las próximas semanas se producirán en China más de un millón de infecciones al día y más de 5.000 muertes diarias.
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