De frases y disfraces

El maniqueísmo presidencial exhibe una precaria concepción de la democracia y de los valores que la sustentan, entre ellos la tolerancia y el respeto, apunta Héctor Tajonar.

Por: Héctor Tajonar

La esperada radicalización de la 4T empezó a explicitarse con claridad macuspana en el discurso del presidente López Obrador pronunciado el 6 de junio pasado: “No es tiempo de simulaciones, o somos conservadores o somos liberales. No hay medias tintas… No hay para dónde hacerse, o se está por la transformación o se está en contra de la transformación del país.” ¡Fuera máscaras! Dentro del amplio repertorio de las frases espetadas por el mandatario diariamente como ametralladora en cámara lenta disparando balas de hiel, ésta reviste particular importancia porque lo pinta de cuerpo entero.

El apasionado énfasis de sus palabras no deja lugar a dudas de la sinceridad de su alocución, cosa rara en él. Eso es realmente lo que piensa quien nos gobierna y, peor aún, es así como funciona su cerebro. Se trata de un pensamiento dilemático que concibe al mundo en blanco y negro, sin matiz alguno, como una confrontación permanente e inevitable ente el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas. No hay claroscuros, no existen los amaneceres ni los atardeceres, sólo la oscuridad total o la luz cegadora del sol en el cenit. Todo es dicotomía. Se trata de un evidente reduccionismo, de una grosera simplificación de la complejidad humana e histórica, lo cual revela un deplorable primitivismo mental.

En política esa dualidad radical de extremos irreconciliables es el fundamento de las ideologías totalitarias encarnadas en el nazismo, el estalinismo, el fascismo y el maoísmo, así como de las tiranías, dictaduras, autocracias y populismos derivados de ellas, expresada en la visión dicotómica amigo – enemigo contenida en la teoría política de Carl Schmitt. O estás conmigo o estás contra mí. Si estás en el segunda opción, mi deber, propósito -e incluso mi diversión- es desdeñarte, denostarte y, de ser posible, destruirte.

Acaso sin que él sea plenamente consciente de ello, esa es la idiosincrasia del actual presidente de México. Aunque esto pueda no ser una novedad para muchos, sin duda representa una revelación tan preocupante como inoportuna en medio de una emergencia sanitaria de dimensiones incalculables que ya empieza a producir una crisis económica y social con efectos que pudieran ser aun más devastadores que los de la pandemia.

El maniqueísmo presidencial exhibe una precaria concepción de la democracia y de los valores que la sustentan, entre ellos la tolerancia y el respeto, que el mandatario desprecia al ofender cotidianamente a sus críticos y denigrar a sus opositores.

Desde una supuesta superioridad moral que él mismo ha impuesto como axioma fundacional de la inasible Cuarta transformación, el líder carismático abusa de su autoridad al condenar a todo el que osa discrepar de sus dictados magisteriales o de sus decisiones atrabilarias. Todo disenso es fulminado, incluso dentro de su propio gabinete fantasmal y silente, atemorizado ante la furia explosiva del mandamás que no los deja ni renunciar.

Hace unos días circuló un video grabado con un teléfono durante una reunión en Palacio Nacional que confirma el menosprecio presidencial por la disidencia. López Obrador instruye a sus subordinados que a los adversarios “hay que mandarlos a Palenque (donde su ubica su rancho La Chingada), pero decírselos quedito, con buen modito¨.

Haciendo gala de su dominio del disimulo, el miércoles 10 de junio dio un  halconazo mediático desde el púlpito presidencial ubicado en el regio Salón Tesorería de Palacio Nacional. Aparentando cierta indecisión, le pidió a su director de Comunicación Social que presentara un documento apócrifo de origen supuestamente desconocido titulado “Rescatemos México” Proyecto BOA (Bloque Opositor Amplio), que de inmediato fue proyectado en la pantalla del recinto, revelando una planeación previa de la puesta en escena.

Los objetivos del presunto plan encubierto son: Desplazar a Morena de la mayoría en la Cámara de Diputados en 2021 y revocar el mandato presidencial en 2022, dos propósitos acordes con la lógica y la legalidad democrática. Incluye cuatro apartados: Diagnóstico, estrategia central, plan de acción, y promotores y actores BOA. Este último tema se subdivide en cinco incisos: Empresarios y asociaciones civiles, sociedad política;  medios, comunicadores y encuestadores; redes sociales, y área internacional. En este listado se incorpora toda la gama, real o imaginaria, de quienes el presidente considera sus adversarios-enemigos. Todos los organismos e individuos mencionados en el documento espurio han negado pertenecer a la fantasmal BOA. Entre todos ellos destaca e inquieta sobremanera la inclusión del Instituto Nacional Electoral y del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.

El insólito desplante presidencial tiene varias facetas: ¿Cómo llegó el escrito marcado en cada una de sus siete páginas como “Confidencial” a manos del presidente? ¿Quién es el autor del proyecto, dado que la BOA es sólo unacanción de la Sonora Santanera y no un grupo que conspira contra la 4T y su progenitor? ¿Por qué, pisoteando su investidura y violentando el artículo 134 de la Constitución, el ocupante de Palacio Nacional decidió dar a conocer un documento como ése? El cuento de “tenemos muchos simpatizantes, choferes, trabajadoras domésticas, profesionales que nos los hacen llegar”, resulta no sólo inverosímil sino ofensivo. Al igual que la autoría del proyecto atribuida con singular descaro a una entidad inexistente. En Bajo Reserva de El Universal se publicó que un personero del presidente les ofreció el documento del BOA días antes de que se diera a conocer en la mañanera.

Es obvio que el divertimento presidencial implica un acto anticipado de campaña con el propósito de polarizar aun más a la sociedad mexicana emulando la malévola rusticidad intelectual y moral de su álter ego Donald Trump. La polarización es el método utilizado por autócratas y populistas de todo signo y nacionalidad con el fin erosionar la institucionalidad democrática. El embate contra el INE y el TEPJF a fin de descalificar de antemano a las máximas autoridades electorales previendo un resultado desfavorable en 2021 y 2022, es un claro ejemplo de ello. La amenaza es patente y frontal. La ley y la ciudadanía deben evitar a toda costa que tal atropello se consume.

La otra intensión encubierta del desaguisado obradoriano es, por supuesto, intimidar a todos los grupos, instituciones y personas que se mencionan en el proyecto apócrifo. La intimidación es su gran especialidad y practicarla le divierte mucho, como él mismo lo confiesa. “Los que no tengan nada que ver no tienen de qué preocuparse”, declara con desparpajo. ¿Y quienes ejerzan su libertad de expresión, su derecho a disentir y criticar al gobierno, así como los que decidan en pleno ejercicio de sus derechos políticos actuar por los medios legales para acabar con la hegemonía de Morena en el Congreso en las elecciones del año próximo o para tratar de removerlo del cargo en 2020 mediante el procedimiento de revocación de mandato que él mismo instituyó? El rostro que se desvela detrás de las declaraciones y acciones aquí expuestos no es el de un demócrata.

El presidente se aproxima cada vez más a la definición de Cosío Villegas del sistema político que se niega a morir: “La mexicana es la única república del mundo que se da el lujo de ser gobernada por un monarca absoluto.” En la majestuosidad de Palacio Nacional y cubierto por la égida de la austeridad republicana juarista, ¿aspira el presidente López Obrador a convertirse –de facto si no de jure– en Andrés Manuel Primero (los pobres o los votos)?

Coincido totalmente con el exhorto del mandatario: ¡Basta de simulaciones!




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