De la carpa del circo a la limpieza del pueblo


La crisis del coronavirus ha detenido a El ratón vacilón. Y a los coches de choque donde suenan eternas canciones del verano. Y a los ponis con nombres de cantantes o políticos. Y al circo de equilibristas y payasos. La pandemia ha paralizado a los feriantes y a los circos, gremios itinerantes y que dependen de que la gente pueda llevar a los niños a las fiestas populares. Las atracciones y los espectáculos circenses permanecen cerrados mientras los bolsillos de los feriantes sufren las inversiones acometidas a principio de año para encarar en plenas condiciones la campaña de máxima actividad, que estaría comenzando si España no viviese confinada.

Devis Rossi, apodado Pelé, lo lleva con resignación. Sirve café a los visitantes en un camión de Il Gran Circo Italiano, estacionado sine die en Beasain (Gipuzkoa). Decenas de caravanas y camiones decorados esperan novedades en un polígono. “Vamos a morir todos por igual, si no es por una cosa será por otra”, resume este italiano casado hace 30 años con una vasca. El circo que administra cuenta con 60 empleados de un crisol de nacionalidades y habilidades lleva más de un mes sin ingresos: no pueden hacer reír. Ya ha habido un ERTE y es que este sector gana dinero según las actuaciones. Tampoco volverán los 15.000 euros invertidos en publicitarse en Santander, su próximo destino.

El italiano agradece al alcalde (Aitor Aldasoro, PNV) que les haya facilitado atención. Un brote de coronavirus sería terrible entre la comitiva, donde el confinamiento se antoja difícil en espacios acogedores pero pequeños. “Solo salen dos personas a hacer compras” para impedir contagios, relata Pelé. Han tenido suerte: la pandemia los pilló en una zona poco afectada.

El enemigo ahora es el anquilosamiento. Sonia Miranda, de Barakaldo, y la argentina Mariana Delia hacen yoga en su caravana. Exhiben su flexibilidad mientras hacen la postura de “perro boca arriba”. Un can, boca abajo, observa desde el sofá. Ambas intentan ser optimistas, pero asumen que el sector tardará en recuperarse, tanto por la capacidad económica del público como el temor a concentrarse en espacios pequeños, como las carpas. Asumen que tardarán en volver a ilusionar al espectador. Ninguna quiso bajarse del carro e irse con los suyos por temor a contagiarlos. El músico y payaso barcelonés Pau Sarrante, que ensaya al piano, aplaude la solidaridad “de la familia del circo” y cree que lo ocurrido supondrá un antes y un después. Su madre, que “es medio bruja”, vaticinó hace tiempo que “todo iba a cambiar”.

Adiós a la feria

Abril es un mes crucial para los feriantes. Vuelven el buen tiempo, la Semana Santa, las festividades en Andalucía y brotes verdes para economías prácticamente hibernadas desde octubre. La cancelación de San Fermín ratifica uno de los grandes temores del colectivo, pues se dinamita una gran fuente de ganancias en meses muy intensos que les permiten un colchón financiero cuando se detienen hasta primavera. Félix Galicia, que posee varios puestos, lamenta que muchos trabajadores se irán a la calle porque no hay forma de pagarles: “Atracciones normales como una montaña rusa o un ratón vacilón tienen unos ocho empleados”.

La crisis sanitaria venía precedida por un cambio de modelo de ocio familiar que castiga a este mundillo itinerante. Así se expresa Juan Arco, presidente de la asociación de feriantes de Valladolid, uno de los más de 40 colectivos españoles de este ámbito, que se han unido para reclamar ayudas en tiempos de terrible calma chicha laboral. Arco, poseedor de pequeñas barracas, reclama que los Ayuntamientos de ferias firmadas antes de la catarsis, como la también anulada Feria de Abril de Sevilla, les devuelvan la tasa abonada para instalarse allí, algo que ya la ciudad hispalense ya ha realizado. Arco también ve insuficientes las moratorias ofrecidas por el Gobierno a los autónomos como ellos.

La vida nómada del gremio ha provocado que, al igual que el circo italiano en Beasain, otros feriantes quedaran atrapados allá donde estuvieran cuando todo colapsó. Los logroñeses Rosa Alegre y su marido ven los días pasar en una explanada en Mallorca, adonde arribaron hace varias semanas para que el buen clima les brindara un dinero extra. Alegre evita quejarse, pues cuentan con luz y agua, y la covid-19 tampoco ha aparecido. Más estragos ha causado en La Rioja, donde pasa la cuarentena su familia. “Hemos decidido quedarnos, hay otros que se arriesgaron a irse. Si alguno de los míos estuviera infectado lo habría dejado todo aquí”, advierte. Incluso ese puesto de pinchar globos con dardos tardará mucho en volver a dar premios.

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