Para celebrar el décimo aniversario del 15-M, la Fundación Princesa de Asturias ha otorgado a Marina Abramovic su premio de 2021 en la categoría de las Artes. La reina de la performance rima con el movimiento más performativo de la historia política española, retando al público a encontrar las siete diferencias entre las intervenciones de Abramovic y las de los activistas en la Puerta del Sol.
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Como cualquier performance, el 15-M fue un arte efímero del que solo quedan documentos testimoniales, pero no la obra en sí. Quien no estuvo en las plazas aquellos días se lo perdió, lo cual plantea la primera paradoja: un movimiento radicalmente democrático que creó una casta de pioneros, verdaderos aristócratas del activismo con notables carreras políticas en alcaldías y parlamentos. Son los únicos indicadores fiables del éxito quincemero, pues su fracaso inapelable sucedió en noviembre de 2011, cuando el PP, cuya corrupción era el combustible principal que alimentaba la protesta, obtuvo la mayoría absoluta más amplia de su historia.
Al antifranquismo se apuntaron muchos oportunistas que se convencieron de haber corrido cientos de kilómetros ante los grises, pero al 15-M le ocurre lo contrario: gente que aburrió a las piedras de las plazas con su retórica asamblearia reniega ahora de ella. Desde que llevan la camisa planchada por dentro del pantalón, consideran la revuelta ingenua y adanista.
De aquello quedó un aire, unas ondas retransmitidas desde los platós. La televisión fue convirtiéndose en una plaza asamblearia y la política dejó de depender de los informativos para devenir espectáculo y eje de la programación. La performance eterna, reactualizada en varias franjas horarias, animada con gritos y gráficos que sustituyeron a las pancartas y a los tenderetes.
La nueva y la vieja política se fundieron en un corral de cacareos previsibles y lugares tan comunes que se pueden seguir con el volumen apagado.
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