De Laurentiis, otro volcán en Nápoles

El Vesubio gobierna la bahía de Nápoles desde una posición de privilegio. 1.281 de altura le contemplan y es como si se adueñara, gracias a su envergadura, de todo el sur de Italia. Hay otro volcán cerca de las ruinas de Pompeya, igual de arrollador que si la erupción se volviera a llevar por delante todo lo que se encontrara por el camino. Aurelio
De
Laurentiis (Roma, 1949) es la mediática, polémica y visceral figura del club que se presenta hoy en Anoeta.

Laureado productor de cine, De
Laurentiis hizo fortuna en el rodaje de múltiples películas antes de compaginar su devoción por el séptimo arte con el fútbol. El italiano, “un espectáculo delante de las cámaras”, tal y como le definen en la desordenada Nápoles, rescató a la entidad partenopea de la indigencia. El club agonizaba en la Serie C, equivalente a la Segunda B, cuando De
Laurentiis acudió a su rescate. Deportivo y económico: la sociedad estaba en quiebra.

La influencia del presidente en el actual Nápoles es igual de imperial que la impronta romana en la civilización. A los ocho años de tirar de las riendas de la entidad, el cuadro italiano, ya en la Serie A, estaba clasificado para la Champions League. Y es el único de su liga que enlaza una década participando en competiciones europeas. De
Laurentiis lidera la escalada.

La obra del mandatario, sin embargo, admite detractores en una familia que fue campeona y que recela de todo lo que no sea emular la época dorada con Maradona. Los más radicales hinchas de San Paolo achacan a De
Laurentiis no invertir su robusto músculo financiero en fichajes de primera línea. Le acompaña el sambenito del conservadurismo. No arriesgar, para un sector de la opinión pública, es una derrota del Nápoles, más afín a cultivar estrellas emergentes y revalorizarlas, para luego venderlas a un precio elevado.

De
Laurentiis, un hombre de negocios y el presidente con el sueldo más alto de la Serie A, divide al pueblo napolitano. Sus seguidores le están eternamente agradecidos porque salvó a un escudo moribundo. Por lo que pudiera suceder, el productor de cine se protege en su círculo íntimo: tanto su esposa como sus hijos forman parte de la junta directiva. Su otro vástago es el presidente del Bari. Un club con pasado en la Serie A que hoy resiste a duras penas las inclemencias de la tercera categoría italiana.

Escandaloso positivo en covid

El Nápoles es, 16 años después de su irrupción, la principal fuente de ingresos de Aurelio
Di
Laurentiis. Su expediente polifacético empieza a ser como una codiciada pieza de museo debido a que se dedica al fútbol cada vez más en exclusiva. Su legado, sin embargo, infunde respeto: Comendador de la Orden al Mérito de la República Italiana (Roma, 1995); Oficial de la Orden de las Artes y las Letras (París, 2002); Gran Oficial de la Orden al Mérito de la República Italiana (Roma, 2004); y Caballero de la Orden al Mérito del Trabajo (Roma, 2008).

De
Laurentiis, que ha montado en cólera delante de Platini o subiéndose en un ciclomotor a improperio limpio contra los demás presidentes italianos, fue el padre de estrellas del Nápoles como Cavani o Hamsik. Y su relación con Gonzalo
Higuaín terminó como el rosario de la aurora: se bebió una botella de champán cuando la Juventus pagó los 90 millones de la cláusula del argentino. Con el actual entrenador, Gennaro
Gattuso, se filtran ciertas discrepancias. De
Laurentiis desea prolongarle el contrato e imponerle una cláusula, pero el entrenador parece estar en desacuerdo.

Con 71 años, De
Laurentiis ha rebajado el pistón de sus actos de presencia. Unos problemas de salud en el corazón le apartaron del foco, pero estos carismas son duros de roer. En septiembre contrajo el coronavirus. Teniendo síntomas que podían advertir la enfermedad, el día anterior al positivo se dio cita en un Consejo de la Liga, sin mascarilla ni distancias de seguridad. Una acción que creó cierto escándalo, al más puro estilo del volcánico De Laurentiis.


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