¿De verdad Simeone le ganó la batalla táctica a Guardiola?



Simeone y Guardiola se saludan tras el partido de ida de los cuartos de final de la Champions entre el City y el Atlético.AFP7 vía Europa Press (Europa Press)

El Villarreal cuida la Liga. El Villarreal amansó a uno de esos equipos que parecen comerse a los niños crudos a base de un juego inteligente, desacomplejado y limpio hasta la brillantez. Fue como domar un tigre. Solo se le puede acusar de haber ganado por poco después de marcar una clara superioridad. Como buena máquina, el Bayern ni subestima ni tiene piedad. Pero su funcionamiento colectivo, dinámico y preciso fue perdiendo seguridad a medida que avanzaba el partido, hasta que dejó de parecernos la máquina mortal de siempre. Porque el Villarreal tuvo la valentía de perderle el respeto y la inteligencia de marcarle el ritmo, con esa cadencia técnica que solo la Liga, parque temático del fútbol, mantiene como marca registrada. Unai Emery es uno de los abanderados del gran fútbol español, y frente al Bayern esa bandera se izó hasta lo más alto.

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Es Ancelotti. Para jugar bien hace falta todo el campo, como demostró el Villarreal, pero para ganar con autoridad hay que tener titanes en las áreas, como demostró el Madrid, que achica su portería con Courtois y abre la de los rivales con Benzema. El fútbol nos demuestra, periódicamente, que es tan sólido como el cristal. De pronto, un equipo como el Chelsea, que parecía inabordable, queda empequeñecido por un Madrid que le tiró encima su talento y su historia desde el minuto uno. Después del clásico, los micrófonos lanzaron fuego sobre el equipo y sobre Ancelotti. Pero si al Madrid le basta con pisar Europa para acordarse de quién es, a Ancelotti le basta con levantarse de la cama para ser siempre el mismo: ganando o perdiendo, elogiado o criticado. Equilibrista en la montaña rusa del fútbol, Carlo sale de los partidos con cara de “yo no fui”. Pero sí es.

Lo legítimo y el gusto. Un viejo entrenador me dio la siguiente lección: “Primero hay que elogiar y luego hay que corregir”. Es lógico, el elogio predispone bien. Adaptaré el método a este artículo. Siempre me gustó el Atlético. Me gusta la lealtad de su gente, me emociona el poder popular que agita las tribunas y hasta simpatizo con un rasgo que solo tienen los atléticos: presumir de sufridores. Fin del elogio. El City-Atlético, se habló de ello hasta la saciedad, enfrentó a dos estilos. “Todos los estilos son legítimos”, dicen algunos comentaristas con razón y sin venir a cuento, porque nadie dijo nunca que fuera ilegal jugar mal. “Es una cuestión de gustos”, dicen otros, y también es verdad. Sin ir más lejos, yo tenía un amigo al que le ponía Margaret Thatcher. Pero después de ver el partido de ida, me quedé desconcertado leyendo crónicas que hablaban de que Simeone le había ganado la batalla táctica a Guardiola.

Parte de guerra. Parafraseando a mi nieta: “Aluchino”. Para no hablar de cuestiones estéticas, que en fútbol siempre terminan siendo acusadas de “románticas”, acudamos a datos de guerra. Se supone que para ganar una batalla hay que saber atacar y defender. El City tuvo casi el 75% del tiempo el balón, lanzó nueve saques de esquina y tiró 15 veces a portería sin mucha claridad. De hecho, solo dos tiros fueron entre los tres palos. Algunos salieron desviados, otros encontraron un obstáculo en el camino y solo uno de los tiros tuvo el honor de ser gol. Desde la eficacia, números pobres para un gran equipo. En cuanto al Atlético, nos cuentan que defendió como un titán con sus 11 hombres, pero sin tirar ningún disparo al arco y sin lanzar ningún córner. Yo me pregunto: ¿Quién ataca mejor: el que intenta 15 tiros o el que no intenta ninguno? ¿Quién defiende mejor: el que concede 15 tiros o el que no concede ninguno?

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