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De voluntario en África a las altas esferas de la Organización Mundial de la Salud


Cuando Anil Soni (Indianápolis, Estados Unidos, 1976) estaba a medio camino de su carrera universitaria en Artes y Ciencias Sociales en Harvard, allá en 1996, podía haberse especializado en un sin fin de disciplinas: podía haber trabajado como sociólogo, profesor e, incluso, en algún departamento de recursos humanos. Pero en vez de seguir volcado en los libros, decidió asomarse al mundo: marchó a Ghana para hacer un voluntariado y, lo que se podía haber quedado en una anécdota de juventud, se convirtió en una experiencia que le marcó hasta el punto de definir el resto de su vida hasta la fecha.

Aquel intrépido veinteañero es hoy el recién nombrado CEO de la Fundación de la Organización Mundial de la Salud, una entidad recién creada para recabar apoyo financiero entre donantes privados para los programas de la OMS. Entre la casilla de salida y la de llegada, hay más de dos décadas de fulgurante carrera dedicada a la defensa del acceso a la salud y, especialmente, a la lucha contra el sida.

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“Fui con la esperanza de trabajar en una escuela, pero allí me encontré con personas que habían tenido oportunidades muy diferentes a las mías. Yo había nacido en un lugar donde tenía un buen sistema educativo, buena atención médica, vacunas… Y, como consecuencia, tuve la posibilidad de alcanzar todo mi potencial. Pero no era el caso en este pueblo donde vivía, y esa inequidad llamó realmente mi atención”, recuerda Soni de aquel viaje a África Occidental, durante una conversación por videollamada.

Al volver a Estados Unidos, inspirado por lo que había visto y decidido a hacer algo al respecto, encontró que no tenía muchas alternativas para especializarse, tan solo una asignatura llamada algo parecido a “Ayudas, salud pública y derechos humanos” impartida por un entonces no muy conocido Jonathan Mann. Este epidemiólogo, ya fallecido, fue la persona que creó el programa global de lucha contra el sida en la Organización Mundial de la Salud. “Él fue mi primera entrada en la comunidad VIH/Sida. Durante los siguientes años me ofrecí como voluntario en hospitales, investigué y me inspiró tanto la lucha contra el virus como la desigualdad que existía para conseguir un tratamiento en ese momento”, recuerda sobre una época en la que en Estados Unidos el sida había pasado de ser una sentencia de muerte a ser una enfermedad que se podía controlar gracias a los antirretrovirales. “Pero en el resto del mundo nadie tenía acceso a ellos”, relata.

La naturaleza guerrera de sus activistas le impactó. “Es una comunidad de personas que abrazan la diversidad de la condición humana. En los ochenta y noventa se estigmatizaba a los pacientes de VIH por tener relaciones con hombres, porque eran profesionales del sexo o porque usaban drogas inyectables. Y esta comunidad dijo que todos tenemos los mismos derechos y que todos somos seres humanos. Fueron convincentes para mí, y eso es lo que marcó mi carrera”, reconoce Soni.

Desde sus años en la universidad, este experto en salud pública ha plantado cara al VIH desde varios frentes: en el sector público, en el sector privado y en el de la filantropía. Ha pasado por el Fondo Mundial de lucha contra la Malaria, el Sida y la Tuberculosis (GlobalFund), participó en la creación de la Iniciativa Clinton de Acceso a la Salud y en la de la Fundación Bill & Melinda Gates, y los últimos ocho años ha estado en la farmacéutica Viatris, líder en la fabricación de antirretrovirales. En diciembre de 2020 fue nombrado CEO de la Fundación OMS, creada tan solo unos meses antes. Y aterriza en el puesto con dos prioridades en mente: una, montar la organización en el sentido literal de la palabra (“Necesito contratar personal, establecer sistemas comerciales, asegurarme de que tengamos inversionistas…”) y dos, mostrar el “valor” de la entidad. “El año pasado, la OMS dijo que quería crear un fondo de respuesta solidaria, y finalmente lo llevó a cabo la Fundación de las Naciones Unidas, que recaudó casi 250 millones de dólares entre corporaciones y particulares”, dice en referencia al Fondo de Respuesta Solidaria ante la covid-19 de la organización. “Mi prioridad es mantener ese impulso, asegurar que mientras respondemos y nos recuperamos de la covid-19, el sector privado apoya a la OMS”, indica.

Necesitamos una estrategia a largo plazo hacia la equidad global y el acceso a las vacunas y la recuperación de los sistemas de salud

La inequidad que encontró en Ghana en 1996 permanece casi igual 25 años después, y ahora con la pandemia es más patente. Soni recuerda que, si bien en el norte global ya existe una vacuna para todos, no es así en los países menos desarrollados. Pero, aunque así fuera, aunque en un mes se lograra vacunar a toda la humanidad, los problemas estarían lejos de terminar: “Aún tendríamos que recuperaros de este último año: hay inseguridad económica, hambruna, caídas masivas en términos de cobertura de salud, de tasas de inmunización…” enumera.

Además, considera fundamental que la humanidad se asegure una capacidad suficiente para responder a otras pandemias que puedan venir en el futuro. “Necesitamos una estrategia a largo plazo hacia la equidad global y el acceso a las vacunas y la recuperación de los sistemas de salud. Y lo que espero que la Fundación pueda hacer es orientar ese trabajo a largo plazo y asegurarse de que existe el apoyo para hacerlo”, subraya.

Y todo ello, sin perder de vista la cantidad de afectados por otras enfermedades que corren el riesgo de quedar desatendidos a causa de la pandemia, como ya se ha visto con las dificultades que están atravesando los programas contra enfermedades como la malaria el sida o la tuberculosis. Pero, si ahora mismo algo le preocupa en concreto, es el mantenimiento de los sistemas de atención primaria en países de bajos ingresos, pues su estabilidad corre peligro. “En los últimos 20 años hemos visto un crecimiento tremendo en la capacidad de sus gobiernos, porque estamos hablando de sistemas que solo cuentan con un pagador único [el Estado] para brindar atención médica primaria a sus poblaciones”, sostiene. Por eso, ahora es “increíblemente importante” ayudarlos a recuperarse y asegurarse de que se continúe brindando atención primaria de salud con una buena cobertura y buena calidad. “Ciertamente, los países de bajos ingresos serán los más afectados por la pandemia y, por lo tanto, necesitarán mayor ayuda”.

Y sin embargo, cuando se menciona la palabra “desafío”, no le viene a Soni ese Sur global empobrecido a la mente. Él llama la atención sobre lugares más ricos donde no se ha logrado una cobertura sanitaria especialmente buena a pesar de que cuentan con todos los recursos para ofrecerla a sus ciudadanos. Y menciona, precisamente, su país natal: “En la mayor parte del mundo en desarrollo, el tratamiento para el sida cuesta 70 dólares por persona y año, pero en Estados Unidos cuesta 30.000 dólares”, asegura. “Cuando trabajaba en Viatris intentamos reducir el precio de los medicamentos, pero no pudimos hacerlo debido a la naturaleza del sistema sanitario estadounidense; es un sistema roto. […] Todos deberían tener acceso y cobertura, pero el sistema no está diseñado para ser eficiente”, critica.

Cuando trabajaba en Viatris intentamos reducir el precio de los medicamentos, pero no pudimos hacerlo debido a la naturaleza del sistema sanitario estadounidense; es un sistema roto

El otro reto aún por resolver es lograr la sostenibilidad de las inversiones en salud porque es la única manera de lograr el desarrollo económico y la justicia social. Pero, aunque aplaude que los países ricos se comprometan con fondos, no se debe hacer desde el prisma de la caridad. “Creo que el desafío es: ¿cómo logramos que los recursos se compartan mejor y de manera sostenible para lograr la equidad global? Y no creo que estemos en absoluto intentando resolverlo”, lamenta.

Para Soni, la respuesta a su pregunta pasa por confiar en la sociedad civil, no solo en asegurar que los gobiernos continúen contribuyendo al desarrollo. Confía en que el cambio comienza por uno mismo, y por eso tomó una decisión singular en 2016, después de que Donald Trump fuera elegido presidente. Siguiendo el concepto del zakat, el tercer pilar del Islam, decidió donar cada año un 5% de sus ingresos totales. “No lo digo con motivo de orgullo, lo cuento como la forma en que yo puedo convencer a mi Gobierno de que haga algo”, afirma. “Quiero crear una cultura en la que la acción individual pueda moldear las políticas y los gobiernos, porque si millones de personas hicieran lo mismo y dieran parte de sus ingresos, creo que los políticos tendrían que seguir el ejemplo”.

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