Entre un 30%-35%, de las mujeres españolas que inician un embarazo, son fumadoras de tabaco, un porcentaje que desciende al 16% durante el periodo de gestación y que asciende de nuevo pasado el primer año de vida del bebé, según indican desde la Asociación Española de Pediatría (AEP). “La adicción al tabaco durante el embarazo muestra claramente una forma de U con la pata ascendente un poco más corta que la de bajada; es decir, de las mujeres que fumaban antes de quedarse embarazadas, el 25% vuelve a recuperar este hábito al final del año del bebé. Pero lo verdaderamente dramático es que cerca del 45% de las gestantes están expuestas al humo ambiental de tabaco”, asegura Juan Antonio Ortega, coordinador del Comité de Salud Medioambiental de la (CSM-AEP). A los datos anteriores hay que sumar, según el coordinador CSM-AEP, “que el 40% de los padres que fuman al inicio del embarazo apenas lo dejan. Es como si el embarazo de su pareja no fuera con ellos”.
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Para evaluar las consecuencias que provoca el consumo de tabaco materno activo y/o pasivo en el hogar en el embarazo, parto, sobre el recién nacido y en la lactancia materna, M. Carmen Míguez, profesora titular de Psicología Clínica e investigadora de la Universidade de Santiago de Compostela, ha realizado, junto con Beatriz Pereira, investigadora del mismo departamento, el estudio Repercusiones del consumo de tabaco activo y/o pasivo en el embarazo y postparto, publicado en la revista médica Anales de Pediatría (Míguez, M. C. y Pereira, B. 2020). M. Carmen Míguez explica que con esta investigación “hemos intentado llamar la atención sobre las repercusiones que se pueden derivar no solo del hecho de fumar durante el embarazo, sino también de convivir con otros fumadores. Siempre se habla de las posibles consecuencias de fumar durante el embarazo y, por ello, se recomienda dejar de fumar durante el mismo, pero nos olvidamos del postparto y de la influencia de ser fumadora pasiva”.
Se trata de un estudio longitudinal prospectivo en el que se hizo seguimiento a 800 mujeres embarazas durante el embarazo y hasta los 6-8 meses postparto. Se recogió información sociodemográfica, obstétrica, relacionada con la salud y con el consumo de tabaco y se validó bioquímicamente el autoinforme de abstinencia. M. Carmen Míguez señala que “analizamos como el consumo de tabaco por parte de la mujer (fumadora activa) y/o de otras personas con las que convive (fumadora pasiva), que en el 85% de los casos era la pareja, había afectado al embarazo, al parto, al recién nacido e incluso a la lactancia materna, algo de lo que se habla poco”.
Esta investigadora señala que entre las conclusiones que se derivan de este estudio sobresale el hecho de que “las fumadoras activas informaban en mayor porcentaje haber sufrido complicaciones en el parto, en el bebé y no practicaban lactancia materna tanto a los 2 como a 6/8 meses postparto”. Asimismo, esta profesora titular de psicología clínica destaca, entre las aportaciones importantes, “que las mujeres que dejan de fumar en el primer trimestre de embarazo y mantienen la abstinencia durante el mismo y el postparto revierten los efectos del consumo evaluados a niveles de las no fumadoras, pues informan de menos complicaciones en el embarazo y el parto y amamantan a sus hijos en mayor proporción. Asimismo, el peso de sus recién nacidos se iguala al de las no fumadoras, que en el caso de las fumadoras era de 227 gramos menos”. Otro hallazgo, según sostiene M. Carmen Míguez, “fue que las fumadoras pasivas, es decir, que no fumaban, pero su pareja sí, tienen durante el embarazo menor intención de amamantar y la lactancia a los 2 meses postparto también es menor, respecto a las que vivían en hogares libres de humo. Es decir, que ser fumadora pasiva repercutía en la lactancia”. Finalmente, la investigación concluye que “respecto al tabaquismo, la lactancia puede desempeñar un papel protector que inhibe la recaída y promueve la abstinencia. De hecho, nuestros datos muestran una relación positiva entre la práctica de la lactancia y el mantenimiento de la abstinencia en aquellas que han dejado de fumar”.
Ser fumadora activa, pero también pasiva afecta al proceso de gestación de la embarazada y compromete el desarrollo del feto. El doctor Raúl Villasevil Villasevil, de la Unidad de Obstetricia y Unidad de Reproducción Asistida, del Instituto de Salud de la Mujer del Hospital Clínico San Carlos, sostiene que “el tabaco aumenta el riesgo de muerte fetal en un 50 %, de rotura prematura de membranas, de desprendimiento de placenta y de elevación de la tensión arterial o preeclampsia durante el tercer trimestre del embarazo. Multiplica por tres la probabilidad de que el bebé tenga bajo peso al nacimiento y duplica el riesgo de parto prematuro, sobre todo antes de las 32 semanas”. El doctor Villasevil Villasevil señala que se ha comprobado, además, “que algunos de estos riesgos se reducen de manera importante si la madre deja de fumar. El intercambio de oxígeno entre la madre y el feto se ve perjudicado porque el tabaco altera la placenta y, por ello, el flujo sanguíneo fetal, aumentando el riesgo de que se presenten todas las complicaciones anteriormente mencionadas”.
En la recuperación de la gestante tras el parto, el experto de Instituto de Salud de la Mujer del Hospital Clínico San Carlos asegura que, en el caso de aquellas mujeres que se hayan sometido a una cesárea, “el tabaco puede repercutir de manera negativa en la cicatrización de la herida quirúrgica, sobre todo si la paciente presenta también otros factores de riesgo como obesidad o diabetes. Además, aumenta el riesgo de que se pueda producir una trombosis tras el parto”. En el caso del recién nacido, prosigue el especialista de la Unidad de Obstetricia y Unidad de Reproducción Asistida, “el tabaquismo aumenta el riesgo de que el bebé tenga a largo plazo asma, bronquiolitis, baja estatura, problemas de atención e hiperactividad y obesidad, entre otras alteraciones”.
Por todos estos efectos nocivos del tabaco sobre la embarazada y también sobre el bebé, los expertos consideran necesario iniciar un protocolo para que la mujer abandone el tabaquismo. Lo ideal sería que la mujer fumadora que se plantea conseguir un embarazo abandone el hábito tabáquico. Pero, la doctora Rebeca Díaz Murillo, ginecóloga del Hospital Universitario de Móstoles, apunta que, “sin embargo, la primera visita con el obstetra normalmente sucede cuando ya se ha conseguido la gestación. Por tanto, es esencial el papel que ejercen los médicos de atención primaria en el asesoramiento de los adecuados hábitos de vida para aquellas mujeres que pretenden lograr el embarazo”. En aquellas mujeres que consumen más de 20 cigarrillos diarios, sigue la doctora Díaz Murillo, “su deshabituación tabáquica se realizaría con tratamiento sustitutivo con nicotina (gomas, nebulizadores, parches) bajo una estricta vigilancia médica”.
Todos los especialistas coinciden en que lo importante es el abandono del tabaco por parte de la población en general y en las mujeres que quieren quedarse embarazadas en particular. El coordinador del CSM-AEP concluye que para conseguirlo es importante poner a disposición de la gestante “un soporte social que debería ocupar la enfermería ambiental a la que habrá de dotar de competencias en un futuro”. Desde la CSM-AEP existe un grupo de enfermeros ambientales que hacen terapia grupal con embarazadas. “Los resultados son muy buenos”, afirma el doctor Juan Antonio Ortega, pues “conseguimos tasas de cesación tabáquica al año de un 25%, aproximadamente. A estas terapias siempre van acompañadas de sus parejas porque para poder abordar las adicciones, como el alcohol, el cannabis o el tabaco, es necesario el abordaje en pareja”. Juan Antonio Ortega insiste en que “es fundamental incorporar al hombre a los programas de embarazo, porque son de pareja y no solo para la gestante. Y entender que cuando el hombre también decide dejar de fumar, va a mejorar su calidad seminal y va a hacer un rol de modelo para su pareja con la que convive, pero también para la futura descendencia”.
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