Mi relación con el gobierno portugués pasó por momentos muy delicados debido al servicio militar obligatorio. Por eso entendí tan bien el caso de
Son
, el jugador coreano del Tottenham. Yo ya había pasado la inspección del ejército y considerado “apto”, debía incorporarme al cuartel de Castelo Branco en mayo del 87 para pasar casi dos años de mili. Lo sabía desde hacía varios meses y tenía pesadillas a diario imaginándome con el pelo rapado, sin mi famosa melena. Pero el pelazo era lo de menos: dos años sin jugar habría supuesto el fin de la gran carrera que todo el mundo esperaba de mí. ¿Os imagináis que
Messi,
Cristiano, Mbappe
… desaparecen no sé cuánto tiempo a los 21 años para ir a la mili? Un golpe durísimo como futbolista, yo ya me estaba haciendo a la idea que trabajaría de nuevo como chapista en el taller del pueblo.
Unas semanas antes de mi incorporación, mi Oporto se clasificó para las semifinales de la Champions League contra el Dinamo de Kiev, que era favoritísimo. No solo para la eliminatoria, sino también para levantar el título. Sé que a lo más jóvenes el rival no les impresionará mucho, pero aquel equipazo venía de ganar la Recopa el año anterior, y eran prácticamente el once titular de la selección de la Unión Soviética que llegó a la final de la Eurocopa del año siguiente.
Pinto da Costa
, gran presidente de los dragoes, maniobró con el Ministerio de Defensa para que me concedieran una prórroga: en caso de ganar al Dinamo de Kiev en abril y llegar a la final, mi incorporación se trasladaría de mayo a septiembre.
Aquellas semifinales fueron el partido de mi vida. De MI VIDA, en mayúsculas. Ser chapista del taller del barrio o ser una estrella del fútbol dependería si mi clasificase para la final. Aquellos 180 minutos de eliminatoria corrí por mí, por mis padres, por mi futuro, por todo. Fue el gran momento de mi vida en el que no podía fallar dentro del campo para no perjudicar mi vida fuera de él. Si hubo algún momento en el que tenía que correr hasta la muerte fue en esos dos partidos. El 8 de abril en el partido de ida vencimos 2-1 con un golazo mío en el Estadio das Antas, y el 22 de abril en el partido de vuelta fuimos al descanso con otro 2-1 a nuestro favor. Cuando acabó el partido todos estaban celebrando “¡Vamos a la final!” pero yo celebraba “¡No voy a la mili!”.
Como ya sabéis vencimos aquella final en la que hice la mejor jugada de mi vida y
Madjer
marcó su eterno golazo de tacón. Tenía a los grandes tiburones de Europa luchando entre sí por ficharme, pero la subasta la ganó por goleada mi querido
Jesús Gil
. Creo recordar que en aquel momento mi fichaje por el Atleti fue el segundo más caro hasta el momento, solo por detrás del de
Maradona
al Nápoles. Y entonces llegó el segundo drama durante la pretemporada: debía incorporarme a la mili el 1 de septiembre del 87. Recuerdo el gran escándalo, con la prensa mundial en el hotel de concentración y los titulares “el fichaje más caro de la historia de la liga se tiene que ir a la mili dos años” y un montón de cosas más.
Inmediatamente mandé mis abogados a negociar con el Gobierno, pero eran inflexibles. Yo era la gran estrella del país y querían dar ejemplo conmigo a todos los jóvenes. Así que o me incorporaba al cuartel, o me declararían desertor y tendría prohibido entrar en Portugal durante 5 años. Y si entrase en ese periodo de tiempo sería detenido y juzgado como traidor de la patria. Pero yo ya estaba preparado para todo y también aguanté mi postura. Tras muchas negociaciones y nerviosismo, un día me comunicaron que el Presidente de la República,
Mario Soares
, quería hablar personalmente conmigo por teléfono y que tendría que ir a la embajada portuguesa para hacer la llamada. Pero me negué, tenía miedo de que me detuvieran en “suelo portugués”. Que me llamase a casa. Y así ocurrió.
“Paulo, tengo el honor de anunciarte la creación del Estatuto de Deportista de Alta Competición y que tú serás el primero en optar a él. Pero con una condición: me tienes que prometer que triunfarás ahí afuera por Portugal”. Me quedé sin palabras, le agradecí eternamente y prometí que me dejaría el alma en el campo para llevar el nombre de mi país lo más alto posible. Gracias a ese estatuto pude ser el primer portugués en brillar más allá de la frontera y abrirle el camino a
Rui Costa
,
Figo
y todos los cracks portugueses que me siguieron.
Tiempo después coincidí con él en un acto : “Has cumplido tu palabra Paulo, eres un campeón. No me fallaste, estoy orgulloso de ti”. Desde aquella llamada siempre tuve un ritual antes de entrar al campo: rezaba por mí, por Portugal y por el señor
Mario Soares.
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