Delfina Gómez y Alejandra del Moral, durante el primer debate de la campaña electoral, el pasado 20 de abril en Toluca.IEEM (Cuartoscuro)
La candidata de Morena al gobierno del Estado de México, Delfina Gómez, lidera con claridad al día de hoy la preferencia del electorado. Lo hace con un promedio del 57,8% de votos efectivos, extraído a partir de la serie de encuestas más recientes. De confirmarse el día de la elección, la abanderada de Andrés Manuel López Obrador resarciría su derrota por menos de 200.000 votos en 2017, cuando el priista Alfredo del Mazo le ganó por media cabeza. La alfil del gobernador saliente, Alejandra del Moral, llega a cerrar la brecha con su rival hasta los cinco o seis puntos en las encuestas que mejor la ponen, pero no más allá. La media le deja cerca del 42%. Hace apenas una semana, Del Moral, de 39 años, aseguraba en un mitin que, si bien empezó la campaña con desventaja respecto de Gómez, ya había remontado la diferencia. “¡Ya la alcancé y le voy a ganar la gubernatura!”, decía animando a sus simpatizantes. Sin embargo, a la fecha, no hay ni una sola encuesta que no considere que la candidata morenista, de 60 años, va a ganar las elecciones del próximo 4 de junio.
Gómez, exalcaldesa de Texcoco y exsecretaria de Educación del Gobierno de López Obrador, fue postulada por Morena en alianza con el izquierdista Partido del Trabajo y el muy pragmático Partido Verde, que ha atado su supervivencia en las últimas dos décadas a sus alianzas con cualquier formación política según la circunstancia. Del Moral, exsecretaria de Desarrollo Social en la Administración de Del Mazo, consolidó el modelo de la coalición Va por México, que ha amalgamado al Partido Revolucionario Institucional (PRI) con el conservador Partido Acción Nacional (PAN) y el izquierdista Partido de la Revolución Democrática (PRD). En otras palabras: el Estado de México es el espejo de la novedosa tendencia de los partidos nacionales a organizarse en dos grandes bloques, uno, el oficialista, conducido por el partido fundado por López Obrador, el otro, un crisol de ideologías reunidas bajo la sombrilla de ser oposición. En medio de los dos polos ha quedado en la indefinición el centrista Movimiento Ciudadano, que resolvió no presentar candidaturas ni en el Estado de México ni en Coahuila, donde también se disputará la gubernatura.
En el espejo mexiquense, la evolución de las encuestas ha mostrado una tendencia consistente en favor de Morena, más que favorable, sencillamente estable, sostenida. Desde enero de este año, Gómez, una maestra de escuela pública, ha mantenido la ventaja sobre Del Moral, fluctuando entre el 56% y un abrumador 61% de los votos efectivos. Estas cifras demuestran que la imagen de la morenista no ha sufrido menoscabo pese a las denuncias de que, siendo alcaldesa de Texcoco, ordenó la retención de una parte del salario de los trabajadores del ayuntamiento para desviar el dinero al partido, un delito electoral por el que ya se dictaron sanciones y que el war room del PRI ha intentado instrumentar para torpedear a Gómez, claramente sin éxito.
Aunque Del Moral ha experimentado un leve aumento en su promedio de votos desde enero, las cifras actuales indican que la diferencia entre ambas candidatas, esencialmente, ha persistido. Esta evaluación de las preferencias electorales ha sido elaborada mediante el cálculo de una media móvil de las últimas 10 encuestas, de un total de 73 que se han conocido desde principios de año. Se ha empleado el voto efectivo, eliminando los votos indecisos y no declarados del cálculo para asegurar la homogeneidad de los datos, dadas las diferencias en la forma en que las distintas empresas encuestadoras presentan sus resultados (algunas incluyen en la base de cálculo a las categorías de votantes no definidas por ninguna candidatura, otras no lo hacen).
Muchas cosas pueden cambiar todavía de aquí al 4 de junio, y la mayoría pasa por la gran incógnita de los ciudadanos declarados como indecisos, un grupo mal dimensionado por metodologías de sondeo que no suelen profundizar en sus preferencias ni en su probabilidad de acudir o no finalmente a las urnas. El cálculo de voto efectivo asume que este nutrido grupo se reparte proporcionalmente entre lado y lado del espectro político, o que simplemente se quedará en casa (o que hará las tres cosas de manera, de nuevo, proporcional con lo que ya reflejan las encuestas). De no ser así, de resultar que una mayoría de ellos termina en las filas de la coalición Va por México, habría margen para la sorpresa, un escenario que se antoja lejano. Del Moral carga sobre sus espaldas el enorme desprestigio histórico de su partido, el PRI, que ha estado involucrado en casos de corrupción como el de los sobornos de Odebrecht, la ‘Casa blanca’ o la ‘Operación Safiro’, sin mencionar a los políticos priistas que están o han estado en la cárcel por sus deudas con la justicia.
El Estado de México, o Edomex, es por muchos motivos uno de los más ambicionados botines electorales. En principio, es el Estado más poblado y, por ende, el que más votos puede aportar en una elección federal como la que vendrá en 2024, cuando se elija a un nuevo presidente de la República y se renueven las dos Cámaras del Congreso. Además, el Estado de México se ha convertido, junto a Coahuila, en una de las últimas líneas de defensa de la oposición —en especial del PRI, el partido más viejo de México— ante el avance de la locomotora oficialista. Morena tenía en 2018 cuatro de las 32 gubernaturas; a la fecha, gobierna en 22 Estados, contando sus alianzas. Pasadas las elecciones del 4 de junio, la cuenta del partido obradorista podría crecer y, con ello, consolidarse aún más su hegemonía territorial. En términos prácticos, se trata de un juego de suma cero donde la oposición ha quedado cada vez más arrinconada en la irrelevancia política.
La supervivencia del PRI en el Edomex es un asunto casi identitario. El Estado ha sido gobernado por el partido tricolor desde 1929 de manera ininterrumpida. En la absoluta ausencia de contrapesos, en esa tierra floreció una élite política, el Grupo Atlacomulco, formada por una familia de lazos consanguíneos o políticos que ha controlado el poder en el partido y en el gobierno durante décadas. El expresidente de México Enrique Peña Nieto es heredero de esa dinastía. El propio gobernador Del Mazo es primo de Peña Nieto. Además, su padre y su abuelo, llamados también Alfredo, fueron a su vez mandatarios del Edomex en el siglo pasado. En 2017, en la primera campaña de Delfina Gómez, López Obrador, que todavía no era presidente, solía criticar esa historia política del Edomex donde el poder parecía transmitirse de generación en generación en lugar de ganarse en las urnas democráticamente. Para el PRI, retener su bastión es tan importante como para Morena lo es arrebatárselo.
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