Delia Fiallo, la escritora de culebrones más célebre del siglo XX, falleció a los 96 años el pasado 29 de junio en su casa de Coral Gables, Miami. Sus guiones fueron la base de telenovelas latinas que alcanzaron cifras de audiencia alucinantes y que se siguieron con pasión en los confines más insospechados del mundo. “Me han dicho que Kassandra se ve en Rajastán, que no sé dónde está…”, dijo a este periódico hace tres años en una pausada conversación sobre su carrera.
Fiallo nació en La Habana en 1924 y tuvo “una infancia errante”, contaba, siguiendo de pueblo en pueblo a su padre, médico rural. Él era buen lector y ella, hija única, se aficionó pronto a los libros. A los nueve años, en uno de esos pueblecitos amodorrados y calurosos de su niñez caribeña, leyó Naná, de Émile Zola, un largo melodrama sobre una artista y cortesana del París decimonónico. La vida en el campo la llenó de cariño por los animales y quiso ser veterinaria, pero su madre se lo impidió. “No”, le dijo. “Mi hija no va a andar corriendo detrás de las vacas. Tú tienes que estudiar una carrera de adorno”.
Delia Fiallo, dueña, señora y autora
Finalmente, estudió Filosofía y Letras. Cuando se tituló, encontró trabajo en una empresa de publicidad. Su jefe detectó su talento para la narrativa y le propuso que hiciese guiones para radionovelas. Fiallo se resistió. “Yo era una niña muy intelectual y eso me parecía poco”, recordó en su bonita casa de Miami. Por aquel entonces le interesaba hacer poesía y cuento breve. En 1948, con 24 años, ganó el prestigioso Premio Internacional Hernández Catá por un cuento titulado El otro, una historia corta de amor y violencia en la Cuba rural. En aquel concurso se tuvo que conformar con una mención de honor Guillermo Cabrera Infante (1929-2005), Premio Cervantes en el año 1997.
Al cabo de un tiempo se animó a probar también con los guiones. “Y descubrí que la radionovela era una manera de transmitir emociones más potente incluso que la alta literatura, que no puede haber arte más digno y más hermoso que el de conmover hasta las lágrimas”, dijo. En Cuba, en la década de los cincuenta, empezó a guionizar telenovelas y fue pionera en la elaboración de lo que definía como “novelas de continuidad”, es decir, el formato de extensísima duración que conocemos como culebrones. Fiallo, que quiso dedicarse al cuento corto, se encaminaba hacia el éxito por el camino del cuento más largo.
De pensamiento liberal, durante el régimen de Batista ideó historias que sucedían en otros países en contextos de opresión política para aludir a lo que pasaba en su tierra, e hizo lo mismo tras la revolución. La policía política de Castro la interrogó sobre el guion de México indómito —ambientado en los tiempos de la ocupación francesa—. “Dijeron que no me podían meter presa porque no tenían pruebas de que aquello fuera contrarrevolucionario, pero me quitaron el programa y me dejaron sin trabajo hasta que me llamaron un año después para adaptar cuentos infantiles. Querían humillarme, pero me divertí mucho haciendo versiones en las que Caperucita roja era una niña de armas tomar y el lobo, un infeliz”.
Se fue de Cuba en 1966 y se estableció en Miami con su marido, Bernardo Pascual, y sus cuatro hijos. Fiallo tenía otra hija de un matrimonio anterior.
En Miami escribió guiones sin parar hasta 1985, cuando redactó su último libreto original, el de la telenovela Cristal, la más vista en la historia de España con picos de audiencia de 18 millones de personas y con los actores Jeannette Rodríguez y Carlos Mata como Cristina Expósito y Luis Alfredo Ascanio, protagonistas del romance. Desde Orlando, Rodríguez escribe por mensaje: “La reina y madre de las telenovelas ha partido hacia un plano celestial, lleno de luz. Porque ella siempre fue luz. Vuela alto, amiga, que arriba te espera tu gran amor, Bernardo”.
La periodista Beatriz Parga, amiga suya, afirma que Fiallo le contó que a lo largo de su carrera llegó a ganar en torno a 25 millones de dólares por la venta de sus guiones.
Otro de sus clásicos, Kassandra, entró en el Libro Guinness al ser televisado en 128 países. Un diario serbio escribió durante la Guerra de los Balcanes que a las nueve de la noche, en Belgrado, se podía percibir un cierto momento de calma porque se estaba emitiendo esa serie. En aquella charla en su casa de Coral Gables, Delia Fiallo explicaba que las telenovelas conectaban igual de bien con pueblos tan diversos porque se dirigían a las emociones, que son universales. “Las mismas desde el primer hombre de las cavernas al último hombre del futuro”, dijo.
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