Deportes ante el colapso

Los jugadores de Gales y Francia chocan en un melé durante el partido disputado el pasado sábado en el Stade de France.
Los jugadores de Gales y Francia chocan en un melé durante el partido disputado el pasado sábado en el Stade de France.BENOIT TESSIER / Reuters

La forma en que el rugby europeo recuperó este pasado sábado su gran escaparate, el Seis Naciones, ilustra su desigual lucha contra la pandemia. El gobierno irlandés habilitó una excepción para que el deporte profesional pudiera practicarse en su capital confinada, Dublín. Selecciones como Irlanda e Italia representan la élite de un deporte marcado en su genoma por el coronavirus: ninguna disciplina como esta pasa del aislamiento a respirar en la nuca del rival en las famosas melés. Pero mientras el torneo con más solera ha vuelto tras 32 semanas de parón, el rugby modesto vive un ejercicio de supervivencia.

La gobernanza mundial del rugby sugirió en mayo cambios normativos para reducir los riesgos de contagio, pero no se han aplicado en el máximo nivel. World Rugby —la federación internacional— dirigió un estudio con expertos multidisciplinares con una muestra de 60 partidos y se amparó en los preceptos de la Organización Mundial de la Salud para que las modificaciones fueran optativas. Los segundas líneas, la posición que más tiempo pasa junto a jugadores rivales, está una media de 13,5 minutos por partido por debajo de la distancia de seguridad de metro y medio; la OMS habla de alto riesgo de contagio a partir de los 15 minutos.

La desigualdad económica hace el resto. Pese a sus fuertes pérdidas, las federaciones y clubes de Reino Unido, Irlanda y Francia pueden costear una batería constante de test. Por eso, el rugby decidió dejar las cosas como están en la cúspide, confiando en las burbujas de aislamiento y la precoz detección, por más que haya díscolos como el excapitán inglés Chris Robshaw alternando a deshoras en bares.

Los cambios en el reglamento como reducir las melés —la fase que obliga a empujar a ocho jugadores de cada equipo, lo que supone un 50% del riesgo de contagios y eleva el tiempo de exposición a 17 minutos— quedaron como laboratorio para la base. Así, el Seis Naciones concluirá el próximo sábado sin público, y Oceanía, menos afectada por la pandemia, celebra partidos con más de 30.000 espectadores. Y el calendario se ha completado: las dos últimas semanas han concluido la Champions y la Premiership inglesa. En todos hubo melés, un arma explotada el sábado por Irlanda o por Francia en su amistoso ante Gales en París.

En estas, el rugby español paga lo peor del deporte profesional y del amateur. Sus jugadores, que en su mayoría tienen otras profesiones, no cuentan con el privilegio de las burbujas, y sus clubes, más precarios debido a la pandemia, buscan fórmulas como el pool testing para testar a su plantilla en una economía de guerra. Se trata de la muestra común de 10 jugadores que cuesta lo mismo que una PCR. Si en su análisis hubiera positivos, se harían 10 PRC, pero si no, los clubes se ahorran nueve pruebas. Además, la Federación ha comprado 12.000 test de antígenos que ha distribuido a precio de coste, unos cinco euros, a los clubes, y ha encargado 10.000 más.

El rugby español busca una fórmula para seguir en marcha. El domingo 18 se disputó en Burgos la final de Copa del curso pasado y este fin de semana se reanudó la liga. La normativa permite al club jugar si tiene hasta cinco positivos. La asistencia de público varía en función de la normativa de cada comunidad.

Las selecciones son los núcleos más profesionalizados del rugby español. La masculina de rugby a siete estuvo un mes en Sierra Nevada sin positivos y jugó en Alemania. En cambio, la femenina se concentró en Getxo, hubo dos positivos y disolvieron su grupo. La selección de rugby a XV masculina está en Uruguay; hubo un jugador contagiado que se quedó en casa y el resto viajó. Estarán 10 días aislados en el hotel antes de jugar ante los Teros. Mientras, las chicas de XV no juegan desde febrero y el formato de su clasificación para el Mundial, prevista para diciembre, está en el aire. La primera herida de la pandemia en el rugby es el crecimiento de la desigualdad.


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