“Desde que me quedé paralítica vivo en pandemia”

Marta Castanys posa con su hija Yaiza en brazos, casi siete meses después de haber superado el coronavirus.
Marta Castanys posa con su hija Yaiza en brazos, casi siete meses después de haber superado el coronavirus.Víctor Sainz

Marta Castanys, la primera mujer que recibió el alta de la unidad de cuidados intensivos (UCI) del hospital 12 de Octubre y que estuvo al borde de la muerte por la covid-19, habla despacio y piensa mucho lo que dice antes de responder. “La verdad es que estoy muy triste porque parece que no hemos aprendido nada de esta pandemia. No se están tomando las medidas adecuadas para solucionar todo esto”, afirma con una mezcla de insatisfacción y de impotencia.

Castanys tiene 42 años y ha trabajado como auxiliar de enfermería y administrativa, entre otras muchas ocupaciones. El 25 de febrero ingresó en el hospital 12 de Octubre para dar a luz a su hija Yaiza. Lo que en principio iba a ser un hecho feliz se convirtió en una de las peores pesadillas. Tras el parto comenzó a empeorar hasta que descubrieron que era una de las primeras personas infectadas por el coronavirus, una enfermedad que aún sonaba muy rara en aquellas fechas de principios de marzo. La situación de la mujer fue empeorando hasta que tuvieron que sedarla, practicarle una traqueotomía y aplicarle todos los tratamientos posibles para frenar una muerte casi segura.

Su hija también dio positivo en coronavirus, pero tuvo una evolución excelente. Al final de 20 días de pura incertidumbre, la paciente pudo salir de la UCI y ser trasladada a planta. Eso sí, no podía ni hablar. “Ahora empiezo a recordar cosas. Lo primero que hicieron los médicos y las enfermeras fue ponerme la tele. Entonces me enteré de lo que estaba pasando. Me parecía que estaba en una película de ciencia ficción y que el mundo estaba invadido por zombis. Recibí mucha información de golpe”, rememora. Como no podía hablar, pidió un folio y un bolígrafo. Escribió como pudo un abecedario, tras apoyarse en una caja de guantes, junto con las palabras sí, no, bueno, malo, los días de la semana y los números del 1 al 31. No sabía ni en qué día se encontraba, lo que aún le provocaba más angustia.

También recuerda “el aislamiento” que sufrió aquellos días y la falta de comunicación con otras personas. “Daba mucha angustia. Cuando llamaba porque me pasaba algo, las enfermeras me preguntaban por el interfono. Pero no servía de nada. ¡Si yo no podía hablar!”, se queja.

Lentamente se fue recuperando hasta que recibió el alta y pasó el resto de la convalecencia en casa de su madre, alejada de su hija y su esposo. “Estoy intentando recuperarme poco a poco, pero tengo secuelas que van y vienen, según el día”, describe Castanys. Entre ellas están la inflamación de la cadera y las articulaciones, pequeñas calcificaciones en los muslos, el acortamiento de los tendones al estar tanto tiempo en cama y dificultades para respirar. “Depende de los días estoy mejor o peor. Unos días me duele la cabeza y otros no. Otras veces me viene una tos seca y no paro de toser. Cuando vas en el metro, la gente se asusta mucho”, añade.

Una de las cosas que más le está costando es recuperar su pasión por el senderismo y las rutas en la montaña: “En verano me ahogaba. No soy una atleta olímpica, pero ya no tengo la capacidad de hacer lo que hacía antes. He perdido calidad de vida”.

La enfermedad también ha tenido para ella importantes consecuencias laborales. Antes estaba en la bolsa de empleo de la Comunidad de Madrid, pero, al ser llamada y no responder mientras estaba en la UCI, la han sancionado injustamente. Ahora le toca todo un periplo burocrático y administrativo para que le levanten esa penalización. Pero no le está resultando nada fácil, ya que todo se hace con cita previa y estas tardan. “Ahora solo puedo esperar, porque yo no puedo hacer mucho más”, afirma. También tiene que ir a menudo al hospital para hacerse controles y ver a especialistas, como el traumatólogo. No solo ella, sino también con su hija. Esos controles incluyen análisis de sangre para ver si todavía tiene anticuerpos o para hacer espirometrías y ver la capacidad pulmonar con la que cuenta.

Castanys asiste con incredulidad al desarrollo de la enfermedad y las medidas que se están poniendo para paliar su incidencia: “Vamos a seguir así mucho tiempo y desde luego esto no se soluciona con un hospital que nos hemos inventado. Y luego, ¿para qué va a servir? Si no se le ha puesto siquiera ni un quirófano, al menos de urgencia”. “Esta pandemia ha llegado ahora, pero puede llegar otro covid. U otro virus u otra bacteria. Hemos vuelto a caer en los mismos errores. La gripe sigue matando a miles de personas y nadie habla de eso”, añade con cierto enfado.

Su mayor crítica se dirige al “abandono que ha sufrido la sanidad en los últimos años”. “Yo sabía que la sanidad estaba mal. Estábamos, seguimos y vamos a seguir en los límites. Las residencias estaban abandonadas. Si un auxiliar cobra en un geriátrico 900 euros y 1.200 en un hospital, esto hace que muchos se hayan ido a la sanidad y que las residencias se queden sin personal”, añade. Castanys emplea ahora su tiempo en seguir formándose “como ha hecho siempre”. Está estudiando para monitora de comedor y tiempo libre, una rama diferente de la sanitaria. Lo hace online y con algunas clases presenciales. “Me sirve también para mi hija. Aprender nunca viene mal”, concluye, mientras espera que la puedan llamar para trabajar como auxiliar de enfermería, administrativa o técnico de farmacia.

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