De dos casos tan similares cabe deducir alguna regla universal. La semejanza tiene una parte imitativa, tanto en las formas adoptadas por los asaltantes como en los propósitos esgrimidos, pero también otra objetiva en las condiciones políticas que han conducido con dos años de diferencia a sendas intentonas de golpe de Estado. Ahí es donde tiene mayor interés la deducción de un principio sobre el estado y funcionamiento de las democracias, en este caso las mayores del continente americano y entre las más extensas del planeta.
En las formas son dos actos idénticos de profanación de las instituciones mediante la ocupación y vandalización de los edificios oficiales en los que se radican. Más que la destrucción, sorprende la extrema vulnerabilidad de las máximas instituciones del Estado, desacralizadas por las turbas. En Washington, fue una sola, el Capitolio, donde residen las dos Cámaras, mientras que en Brasilia fueron las tres: la presidencia ejecutiva, el Tribunal Supremo y el Parlamento.
El móvil es la disconformidad con el resultado de las elecciones presidenciales, consideradas como fraudulentas por una parte de los electores, en ambos casos alentados por los dos candidatos derrotados, Donald Trump y Jair Bolsonaro, que no se plegaron al reconocimiento ni siquiera ceremonial del adversario victorioso, el gesto definitorio de la alternancia democrática y, por tanto, del buen funcionamiento del sistema electoral. Y el objetivo concreto, obstaculizar por la fuerza la nueva presidencia, ya sea con la interrupción de la certificación electoral en Washington, ya directamente con la toma militar del poder en Brasilia.
Ya no funciona ni en Estados Unidos ni en Brasil un mecanismo democrático elemental como es la percepción mayoritaria de una realidad compartida, a partir de una mínima confianza en los datos, las estadísticas o la ciencia. Según el diagnóstico del expresidente Barack Obama, es la crisis epistemológica de nuestra época, que propulsa la negación de los hechos, las teorías de la conspiración, las noticias falsas y la preponderancia de la verosimilitud narrativa por encima de la veracidad. Las redes sociales, con su capacidad de empoderamiento y de disrupción, no tan solo acrecientan la distancia entre ciudadanos e instituciones, que conducen a la desconfianza hacia el sistema electoral, sino que son las mejores armas de movilización cuando se trata de asaltarlas.
Acciones como las de Washington y Brasilia se han producido en otros lugares, siempre como virulentas demostraciones del alejamiento de las instituciones respecto a parte de la ciudadanía, sea desde posiciones ideológicas de extrema derecha como de extrema izquierda, tal como ha recordado Felipe González. Con la novedad de una cierta inversión en los papeles jugados hasta ahora por unos y otros, de forma que ahora, en el siglo XXI, son los ultraconservadores quienes demuestran una reluctancia a ceder el poder y admitir la alternancia como la que durante todo el siglo XX se había atribuido a los comunistas. Había razones históricas para tal atribución, puesto que los bolcheviques disolvieron en 1918 la Asamblea Constituyente salida de las primeras y últimas elecciones democráticas rusas, impidieron por tanto que se establecieran las reglas de la democracia surgida de la Revolución e implantaron así la dictadura soviética que perduró hasta 1991 e inspiró a una parte de la izquierda durante toda su existencia.
Desorden e involución es el lema que mejor representa a los asaltantes de Brasilia, al igual que a los de Washington, en vez de orden y progreso, tal como está inscrito en la bandera brasileña que el bolsonarismo ha intentado secuestrar.
Source link