En Alaska hay un yacimiento llamado Nunalleq que es como una cápsula del tiempo. Aquí la tierra ha permanecido congelada durante siglos y lo que sale de ella está asombrosamente conservado. El arqueólogo Rick Knecht ha encontrado muescas de ámbar, máscaras de madera y, sobre todo, cuerdas hechas de hierba seca que fue cortada hace más de 400 años o, como él dice, cuando Shakespeare aún andaba sobre la Tierra.
Esas cuerdas hablan de uno de los capítulos más duros y desconocidos de la expansión de los humanos por el planeta. Hace unos 2.000 años, los esquimales —un grupo de cazadores nómadas de Siberia— se lanzaron a la conquista del Ártico llegando primero a Alaska y después desplazándose por la costa este de Canadá y hasta Groenlandia, donde llegaron hace unos 800 años.
Lo más sorprendente es que consiguieron sobrevivir generación tras generación hasta la actualidad, el único grupo humano que lo ha logrado. Nada de esto habría sido posible sin los perros que tiraban de sus trineos. Las cuerdas halladas en Nunalleq eran en realidad arneses de trineo y hasta conservaban piojos perrunos. En Nunalleq había incluso huesos de un cachorro que murió aplastado al caer el techo de la cabaña antes de que lo pusieran a tirar de la carga.
Ahora, un equipo de arqueólogos y genetistas han analizado los cráneos de 391 perros hallados en asentamientos humanos, que datan desde hace 4.500 años hasta la actualidad, para intentar esclarecer el origen de aquellos perros de trineo que, junto a dos embarcaciones, el kayak y el umiak (una embarcación ligera de mayor eslora), permitieron a los esquimales, o inuits, sobrevivir en uno de los lugares más hostiles del planeta.
Rick Knecht, de la Universidad de Aberdeen, con uno de los arneses descubiertos en Nunalleq (Alaska). Rick Knecht
“Estamos posiblemente ante la mayor historia de cooperación entre perros y humanos”, resalta Tatiana Feuerborn, investigadora del Centro de Paleogenética de la Universidad de Estocolmo y el Museo de Historia Natural de Suecia y coautora del estudio, recién publicado por la Royal Society. “Los primeros pobladores de América llegaron cruzando el Ártico hace más de 15.000 años, pero no se asentaron allí”, explica. “Después vinieron los pueblos paleoinuit, hace unos 4.000 años. Estas gentes sí se quedaron durante cientos de años pero no usaban trineos ni embarcaciones y acabaron por desaparecer de la zona. Las primeras pruebas de uso de trineos llegan con los inuit. Hasta ahora no se había podido saber si llegaron al Ártico y amaestraron a los perros que ya había en esta zona o trajeron sus propios canes”, explica la investigadora.
El estudio demuestra que los esquimales desarrollaron su propia raza de perros especializados y con ellos llegaron al Ártico. Más que mejores amigos eran “herramientas vivas”, dice Feuerborn. No solo tiraban de la carga sino que también cazaban, vigilaban e incluso servían de alimento cuando la caza escaseaba o incluso por puro capricho gastronómico, según el trabajo. Su morfología era diferente de la de los perros que trajeron los paleoinuit. Eran canes más grandes, con cabezas más estrechas.
El equipo también ha analizado el genoma mitocondrial, que pasa de madres a hijos, de casi 1.000 perros y lobos. Los resultados confirman que el origen de los perros inuit está en Siberia. El trabajo también muestra que el ADN de esta raza de perros sigue presente en los canes de trineo de Groenlandia, que son lo más parecido que hay en la actualidad a los antiguos perros inuit. Estos canes pueden tener sus días contados. Su número se ha reducido drásticamente por la fragmentación del territorio por el cambio climático, la preferencia creciente de los cazadores esquimales por las motonieves y los estragos del moquillo y el parvovirus, según alertaba un estudio reciente. Solo quedan 15.000.
Uno de los cráneos de perro analizados hallado en un yacimiento inuit en Groenlandia. John Darwent
Cuando los europeos llegaron al Ártico en el siglo XIX contaron que los esquimales cruzaban a sus perros con lobos para darles fuerza. Los antropólogos que comenzaron a estudiar estas culturas un siglo después contaban las mismas historias. En teoría los esquimales preferían que fuesen sus perros los que preñasen a una loba, no al contrario. Pero el análisis del ADN no ha encontrado rastros de que los perros inuit tengan ADN de lobo. Esto no quiere decir que no lo hubiera, pero probablemente no fue una práctica habitual, tal vez adrede. “Las anécdotas de hibridación entre lobos y perros son muy frecuentes en Groenlandia en la actualidad, pero estas mismas fuentes dicen que los híbridos suelen ser malos perros de trineo y que los criadores intentan evitar rasgos lobunos”, escriben los autores. Además, la cantidad de cruces entre lobos y perros ha sido limitada a lo largo de miles de años, a juzgar por el flujo genético entre ambas especies, lo que “hace poco probable que cualquier parecido entre los perros inuit y los lobos del Ártico sea el resultado de cruces”, añaden. La última palabra la tendrá el análisis de ADN nuclear de perros y lobos, una tarea en la que ya está trabajando el equipo de Feuerborn.
“Este es un estudio con un interés enorme y muy bien hecho”, opina Pat Shipman, paleoantropóloga jubilada de la Universidad Estatal de Pensilvania. “En la actualidad, los criadores de perros que se usan para carreras de trineo en Alaska mantienen dos linajes, uno muy veloz, el otro muy resistente. Es posible que los inuit hiciesen exactamente lo mismo”, señala.
Shipman cree que “tal vez sea una exageración” considerar este capítulo como el más importante de la cooperación entre perros y humanos. “Yo mantengo la teoría de que la invasión exitosa de Europa por parte de los humanos modernos y su permanencia durante la edad de hielo en detrimento de los neandertales, que se extinguieron, fue facilitada por la domesticación del perro, que sucedió hace unos 40.000 años”, aventura Shipman.
Perros de trineo de Groenlandia, la raza actual más parecida a la que usaron los esquimales para conquistar el Ártico hace 1.000 años. T. F.
“La domesticación del perro es uno de los eventos más fascinantes y desconocidos de la historia de la humanidad”, reconoce Elisabetta Cilli, experta en ADN antiguo de la Universidad de Bolonia (Italia). En los últimos años se han publicado estudios contradictorios, unos que mantienen que hubo una sola domesticación hace unos 40.000 años, otros que apuntan a al menos dos en lugares diferentes de Eurasia, hace al menos 12.000 años. “Actualmente tenemos muy pocas certezas. Yo creo que sucedió en varios sitios a la vez, pero es un problema complejísimo que iremos desentrañando en parte gracias a análisis paleogenéticos como este”, resalta Cilli.
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