Desde la oficina de Maria Grazia Chiuri se ve el Sena. Sería poético decir que por sus enormes ventanales entra la luz a borbotones, pero también falso. En París hace un día de perros y el sol no se refleja en los marcos de las decenas de portadas que cuelgan de sus paredes —y entre las que solo hay una española, perteneciente a un número de Tentaciones de 2017—. Junto a ellas, varios collages de temática feminista de Kelly H. R., una enorme fotografía de la marcha de las minifaldas (una manifestación celebrada en 1970 en México DF para reivindicar el derecho a usar esta prenda) y un cartel con una frase de la artista y escritora Lucia Marcucci: “El destino está en nuestras manos”. El espacio no podría ser más elocuente. Habla del universo y las obsesiones de la primera mujer al frente de Dior en 74 años de historia; de la diseñadora de 56 años que ha convertido el feminismo en el eje comercial y argumental de una de las firmas de lujo más importantes del mundo; de la hija de una modista italiana que ha disparado las ventas de una compañía francesa cuyos ingresos anuales superan los 47.000 millones de euros.
De una directora creativa ensalzada por la crítica de moda durante los ocho años que capitaneó Valentino junto al también romano Pierpaolo Piccioli, para ser luego insistentemente cuestionada como máxima responsable de la división femenina de Dior. Un puesto en el que cumple cuatro años y medio segura de su hoja de ruta y de que resulta suicida seguir haciendo moda como hasta ahora.Queda una semana para su desfile del 25 de febrero y las reuniones se suceden en la agenda de la diseñadora. Finalmente, Chiuri entra en el despacho con vaqueros, deportivas y un jersey granate. De su cuello cuelga una cadena con la “S” de Superman. Lleva el pelo engominado hacia atrás y nada de maquillaje. De inmediato, un defecto salta a la vista: no es fotogénica. La diseñadora gana —y mucho— en directo.
¿Por qué eligió el feminismo como eje de su discurso creativo?
Fue algo muy personal. Estuve ocho meses en conversaciones con Dior. Empecé a hablar con el señor Arnault [propietario del grupo LVMH, al que pertenece la firma] y el señor Toledano [entonces presidente de la marca] en septiembre y acepté el puesto en junio. Desde el primer momento me dijeron que uno de los principales valores de Dior que querían transmitir era que se trataba de una marca femenina. Les respondí que, si teníamos que hablar de femineidad, debíamos hacerlo desde una perspectiva diferente a la de los códigos del creador de la casa—desarrollados en 1946—, y que, además, me permitiera expresar mi punto de vista. Porque para mí era imposible trabajar con unas referencias tan lejanas.
¿Cómo consiguió llevar adelante esa idea?
Les escribí un folio en el que explicaba de una forma muy sencilla cuál era mi visión de la mujer contemporánea. Soy una diseñadora italiana, la casa es francesa y les hablamos a mujeres de todo el mundo. Y pensé en qué términos podíamos establecer esta conversación. Así que para mi primer desfile decidí colaborar con Chimamanda Ngozi Adichie [autora del ensayo Todos deberíamos ser feministas], porque su perspectiva es muy actual, y cuando la mayor parte de la gente piensa en feminismo, piensa en los setenta y en mujeres enfadadas; y yo creo que hoy no estamos enfadadas, sino preocupadas. Yo lo estoy por el futuro de mis hijos: no solo de Rachele, sino también de Niccolò. Estamos en el único momento de la historia en el que se empieza a hablar de inclusión.
Y después de ese desfile llegó el MeToo, las manifestaciones feministas en todo el mundo…
Para mí fue una sorpresa. Cuando hablé con Chimamanda entendí que se trataba de un problema global y que no estaba solo ligado a mi propia experiencia.
¿La moda es o debe ser política?
Honestamente, creo que hoy en día todo es político. La idea estereotipada de que la moda es un mundo de ensueño solo fue real en el pasado, cuando la industria y su público eran pequeños. Ahora somos un gran negocio y, con las nuevas tecnologías, todo el mundo ve lo que hacemos al instante.
Es curioso que dos de los diseñadores que tienen una aproximación más social y reivindicativa a la moda sean el director creativo de Gucci, Alessandro Michele, y usted. ¿Por qué los diseñadores italianos son los más intensos?
Él es más joven que yo, pero los dos somos de Roma, una ciudad preciosa pero llena de contradicciones. Eso te ayuda a percibir mejor las que definen la época en la que vivimos. También a trabajar con una visión más abierta. Además, los dos estamos en grandes marcas que terminan reflejando ese contexto tan específico nuestro. Creo que él me entiende muy bien a mí y yo a él.
El compromiso social se ha convertido también en una herramienta de marketing muy potente.
La clave es creer en lo que estás haciendo. Si no, no funciona. El feminismo me toca de una forma muy personal,igual que la reflexión sobre el género y la diversidad tocan a Michele. Ambos soñamos con que se vea a las personas como seres humanos y no exista la necesidad de estereotipar esa idea. Utilizamos dos códigos distintos,pero al final estamos hablando de lo mismo: de la visión heteropatriarcal. Y de que no estamos de acuerdo con ella. Yo estoy preocupada especialmente por las nuevas generaciones. Tienen que ser críticas con la información que reciben porque en la mayor parte de los casos refleja esta perspectiva y los intereses del heteropatriarcado.
¿Son menos críticas las generaciones más jóvenes?
Las nuevas tecnologías facilitan el acceso a la información,pero una formación académica resulta fundamental. La cultura te da libertad. Leí ¿Por qué no han existido grandes mujeres artistas?, de Linda Nochlin, cuando ya era mayor,porque en mi juventud no estaba traducido al italiano y mi inglés no era muy bueno. Si lo hubiese hecho entonces, habría cambiado mi forma de pensar y me habría ayudado a entender más cosas sobre mí misma. Crecí rodeada de todo ese arte maravilloso firmado por hombres, pero hubiese sido muy importante descubrir y tener referentes femeninos. Creo que debería leerse en el colegio.
Soizic Pfaff, responsable del archivo de Dior, cuenta que a Raf Simons solo le interesaban los textiles y bordados, pero que usted trabaja como una comisaria de museo.
Nunca he querido personalizar las marcas, sino trabajar para ellas. Vivimos en una época en la que el diseñador puede cambiar, pero la firma debe seguir adelante. Y al tratarse de una enseña histórica no puedes olvidar sus referentes, y no solo los creados por Christian Dior, sino también por Yves Saint Laurent, Marc Bohan o Gianfranco Ferré. Porque parte de su legado permanece en la memoria de la gente y hay que preservarlo.
¿Cómo es su proceso creativo?
No puedes planear la creatividad. Se construye día a día,pero lo más importante es mantener una visión clara a largo plazo para la marca. Y para alimentarla, en mi caso, resulta fundamental establecer un diálogo con otras mujeres, colaborar con artistas —escritoras, bailarinas,fotógrafas—, porque en cierta forma su trabajo gira entorno al cuerpo de la mujer, y al final eso es de lo que hablamos todos.
La camiseta, el vestido corsé, los zapatos con el nombre de la marca impreso. Ha creado unos códigos para Dior que permanecen temporada tras temporada. Pero algunos consideran que resultan demasiado repetitivos, que no hay una evolución.
Mucha gente piensa que, como la moda es más visible gracias a las nuevas tecnologías, cada desfile tiene que ser como una nueva película, puro entretenimiento. Pero yo creo en el estilo, no en el cambio por el cambio. Ni en hacerlo para sorprender.
¿Hay alguna otra crítica que le moleste?
Cuando llegué a Dior decidí hacer más ligera y llevable la chaqueta Bar [una americana creada por Christian Dior con la cintura marcada y voluminosa sobre las caderas]. Me criticaron porque decían que era una versión demasiado comercial. Creo que tiene que ver con esta idea estereotipada de que la creatividad no debe tener en cuenta la comodidad de la mujer. No piensan que Mr. Dior la creó en 1947. Entonces, las clientas iban al atelier y la prendase hacía a medida. Eso marca la diferencia. Pero esto es prêt-à-porter, y tenemos que ofrecer una chaqueta que las mujeres puedan comprar en la tienda y que les resulte cómoda independientemente de la talla y sin necesidad de retoques. Estoy muy orgullosa de que las compradoras entiendan y aprecien esto. Amo la moda y por eso quiero usarla, llevarla, no es algo que solo quiera mirar.
¿Cuáles son sus objetivos para Dior?
Es muy difícil hacer planes en moda porque todo cambia sin cesar. Honestamente, lo único seguro es que no podemos seguir haciendo moda como hasta ahora. Apropiación cultural, feminismo, género, sostenibilidad… son elementos muy importantes que nos obligan a trabajar de una forma completamente diferente porque nos dirigimos a audiencias mundiales, no a un pequeño grupo de clientes que van a las tiendas.
¿Qué es lo más difícil de trabajar en una marca global como Dior?
Lo peor es que ahora vamos muy rápido y no tenemos tiempo de disfrutar, ni siquiera de hacer una pequeña fiesta después de cada desfile para el equipo, porque siempre hay que poner en marcha el siguiente proyecto inmediatamente. A veces, incluso, trabajamos en dos a la vez porque si no es imposible cumplir los plazos.
Pero no siempre ha sido así. ¿Cómo han cambiado las exigencias a las que tiene que hacer frente un diseñador?
Suelo decir: “Yo empecé a trabajar cuando Prada no existía”. Eso te ayuda a hacerte una idea. Mis hijos no se lo pueden creer. Yo me acuerdo cuando Patrizio Bertelli [director ejecutivo de Prada] trabajaba para Anna Fendi fabricando cinturones. Y aquí enlazo con un ejemplo dela transformación de la industria: Cuando Niccolò tenía 17 años fue a Sídney y se perdió. Entonces me llamó y le dije: “No te preocupes, busca en Google una tienda de Prada, no ningún museo ni otra cosa, Prada, y cuando la encuentres estarás en el centro”. Eso te da una idea de que hoy la moda no solo es global, sino muy popular gracias a las nuevas tecnologías. En ciertos aspectos es bueno, pero tenemos que usar estos medios para educar y explicar.
¿Instagram terminará con los desfiles?
Al principio solo te permitía apreciar cosas que tuviesen un gran impacto visual. El riesgo para los creativos era que requería diseñar prendas muy eficientes desde el punto de vista fotográfico y llenas de color. Pero ahora,con los vídeos, puedes explicar todo el trabajo manual que hay, por ejemplo, detrás de un vestido negro y a la gente le encanta. Tengo dos hijos superdigitales y recuerdo cuando me dijeron: “Hay una cosa que se llama Instagram y seguro que te encanta”. Me gusta, pero no es mi lenguaje. Sin embargo, siento que el podcast está más cerca de mí y de mi generación. Me atrae porque te permite volver a escuchar. Una cosa es describir a un artista, compartir su foto, y otra escuchar su voz explicando su punto de vista en una conversación.
La firma ha lanzado la iniciativa Dior Talks, una serie de podcasts donde “personas directamente vinculadas con la visión creativa de la casa conversan con otras cuya labor artística, cultural o intelectual influye en su narrativa”.
Parece que las tendencias han desaparecido. Todo se lleva. ¿Buenas o malas noticias?
La ropa te ayuda a describirte. Y a mí no me gusta imponer un punto de vista a nadie. Porque no quiero que lo hagan conmigo. Al llegar a Dior pasaba todo el rato: cuando había una fiesta, me preguntaban qué me iba a poner para no dárselo a otra persona. Yo les decía: “Lo siento, pero no tengo ni idea, lo decido cinco minutos antes y depende de mi estado de ánimo, de mis sentimientos”. Las mujeres, y también los hombres, tenemos momentos en los que queremos ser románticos; otras, cool. No hay que renunciar porque algo no sea tendencia. Nada está bien o mal. A veces, mi hija Rachele me dice: “Esto no es buena idea”, y yo siempre le respondo:“Pues a mí me gusta, ¡qué más da!”.
¿Cuál es el mayor reto que tiene que afrontar la industria del lujo actual?
Igual es que soy un poco romántica, pero creo que en estos tiempos tan convulsos tenemos que volver a entender la creatividad de un modo sencillo. Hacer un vestido, unos zapatos bellos…Esta temporada decidí viajar para reunirme en persona con parte de nuestros proveedores.Cuando era joven iba con Fendi a visitar a los fabricantes de la Toscana. Siempre eran empresas familiares, y creo que esas relaciones humanas se reflejan finalmente en el producto. Pero cuando llegas a mi posición es un poco más difícil seguir haciéndolo. Recuperar esta experiencia me encantó, fue como volver a ser joven.
¿Va a seguir haciéndolo?
Sí, quiero repetir y que vengan los más jóvenes de mi equipo, porque nunca lo han vivido. Es importante encontrar soluciones en persona, no solo por e-mail o a través de una imagen de WhatsApp. Hay que ponerse cara y mancharse las manos. Es bonito. Volver a trabajar juntos. Recuperar el factor humano.
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