El día que Mikel
Oyarzabal apareció en la lista de bajas, allá por el mes de octubre, coincidiendo con la visita al Metropolitano, una mueca se apoderó de los rostros de todo el entorno txuri urdin. Por desconocido, el sentimiento de ver al ‘10’ de la Real fuera de combate resultó semejante anomalía que no hubo manera de contextualizarlo. Es, de hecho, el único partido oficial que se ha perdido el capitán blanquiazul desde que empezara la pretemporada en aquel lejano ya mes de julio de 2018. El sábado, en Bolonia, casi 4.500 minutos sobre el terreno de juego después, Oyarzabal exhibió su condición humana y dijo basta. Se rompió.
La lesión, como no podía ser de otra manera, se produjo al más puro estilo Oyarzabal. Persiguió, sin éxito, un balón que se perdía por la línea de fondo con esa fe que sólo él aplica a todas las acciones que protagoniza. Se lanzó al suelo pero no pudo recuperarlo. Y al incorporarse, de una forma muy desafortunada, la articulación se le dobló de forma irreparable.Tanto que enseguida brotaron en su rostro las lágrimas delatoras de quien sabe que no se trata de una torcedura más.
Salvo que la evolución médica diga lo contrario, fue el injusto epílogo a la temporada para un tipo que lo ha entregado absolutamente todo cada día de la temporada. Y que, como evidencian los datos, se ha revelado como un futbolista absolutamente indispensable para todos los entrenadores que ha tenido en estos doce meses (Garitano, Imanol y De
la
Fuente).
Oyarzabal ha jugado 55 de los 56 partidos oficiales que han compuesto su temporada hasta la fecha. 41 con la Real y 14 con la selección, uno con la absoluta. En 53 de esas 55 ocasiones formó en el ‘once’ titular y hasta en 35 oportunidades completó los 90 minutos. Cuando fue sustituido, abandonó el campo, por norma, bien entrado el encuentro como demuestran los 4.447 minutos oficiales que ha jugado hasta ahora. Una media de casi 81 minutos por encuentro. Es decir, Oyarzabal ha jugado el 88,2% de los 5.040 minutos que podría haber llegado a disputar. Una auténtica barbaridad hasta para un físico tan privilegiado como el del eibarrés que en Bolonia dijo basta.
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