Durante lo peor de la pandemia, Diego Boneta (Ciudad de México, 30 años) adiestró a su primer perro. Se había hecho con Akila Cabrona, una pastora belga tervuerense, en verano de 2019, principalmente para paliar los efectos de la fama internacional, los cuales arrastraba desde unos 12 meses antes. “Lo más difícil para mí de esta carrera es el estar solo”, explica hoy el intérprete. “Aunque vivo en Los Ángeles y Nueva York, nada se filma ya allá, entonces es donde menos tiempo estoy. Un amigo me dijo, ‘brother, cómprate un perro, te va a cambiar la vida’. Todos pensaron que era la peor idea del mundo pero yo lo sabía… aquí en la tripa. Lo hice y es la mejor decisión que he tomado”.
Akila le hizo compañía pero no detuvo la vorágine. En primavera de 2018, Boneta había estrenado Luis Miguel: la serie, la producción mexicana más vista de Netflix, la que hizo del suyo un rostro conocido en todo el mundo y el firmante de una de las mejores interpretaciones televisivas en español de la década. En los dos años que siguieron estrenó seis películas. Algunas, bombas de acción como Terminator: Destino oscuro (2019), otras, propuestas independientes como Nuevo orden (2020), de Michel Franco. Fue un despliegue de aguante laboral, una vieja exigencia hollywoodiense a toda estrella en ciernes, una que se frenó de repente, y qué no lo hizo, cuando irrumpió la covid.
La vida de Diego Boneta pasó de cien a cero, de necesitar perro a empezar a conocerlo de verdad. “En la pandemia entrené más a Akila, afiancé mi relación con ella e hicimos mucho bonding [vínculo]. Estuve en casa con mi familia, hacía más de cinco años que no estábamos todos juntos. No digo que me alegre de que haya pasado, obviamente, pero quería tiempo para poder disfrutar, bajar un poco, calmar. Asimilar todo lo que había pasado”.
Hay gente que ha envejecido diez años en la pandemia. Otros han renacido. Diego Boneta ha dibujado su futuro, uno que ha empezado tras el estreno, el pasado 28 de octubre, de la tercera y última temporada de Luis Miguel. “Llevo en esta industria 20 años, empecé desde que era muy, muy joven, cosa que creo que no todos saben, sobre todo en España, que dirán: ‘Ah, es el que salió de Luis Miguel de la noche a la mañana’. No es así. A la vez, tengo 30 años, siento que estoy empezando, es el fin de una etapa”.
Diego siempre supo que quería actuar, ahí nunca hubo mucho que hacer. Cuando era pequeño, sus dos padres, ingenieros, lo fomentaron queriendo o no. “De chico, me llevaban a conciertos en el Auditorio Nacional de Ciudad de México. Sting, Luis Miguel… Viendo el escenario, yo sabía que había nacido para eso. ‘Quiero hacerlo y sé que estoy en esta vida para hacerlo”. La definición de eso andaba en algún punto entre el canto y la interpretación. Diego González (Boneta es su segundo apellido) fue niño actor y de pequeño pasó por telenovelas mexicanas, pero su primera gran aparición televisiva fue en Código F.A.M.A., la versión del canal Televisiva de Operación Triunfo, en 2003, a los 13 años. Cantó La chica del bikini azul, un éxito de Luis Miguel, y quedó quinto en esa edición.
Su primer encontronazo con la fama fue con un culebrón adolescente, Rebelde, donde participó entre 2005 y 2006, en la segunda y tercera temporadas, cuando aquel título todavía era un fenómeno en toda América Latina (y, en menor medida, también en España). Volvía a cantar y actuar, pero ahora también viajaba con el reparto y daba conciertos ante un público entregado. “Por ejemplo, en Brasil. Siento que los fans allí tienen un nivel de pasión que no he sentido en mi vida”, rememora. “Cuando estábamos allá, no podíamos salir del hotel porque había cinco mil fans afuera. O salíamos de los conciertos y teníamos que parar el carro porque los fans estaban acostados en la carretera, diciendo: ‘Atropéllanos o foto”. Diego tenía 15 años.
En los años siguientes sacó un par de álbumes en solitario, pero lo más importante que hizo fue mudarse a Hollywood con sus padres, donde empezaron a lloverle las oportunidades y los palos. Entre estos últimos estaba el quedarse a la puertas de Glee, el megaéxito musical de Ryan Murphy que estuvo en antena entre 2010 y 2015: ese le dolió. “Mucho, mucho, mucho. En México conseguía todos los papeles de todos los castings a los que me presentaba. En Los Ángeles estuve dos años y medio haciendo cuatro a la semana, aproximadamente, hasta que me daban un papel de este tamaño”, y junta las manos todo lo que puede sin que se toquen. “Glee fue de esos proyectos que estuve a nada de quedarme y que no me quedé. Todo el mundo dice ‘las cosas pasan por una razón, las cosas pasan por una razón, las cosas pasan por una razón’. O sea, me dices eso otra vez y te mato”.
Aquel casting fallido le consiguió un papel razonable en cine, en la película Rock of Ages (2012), junto a Tom Cruise. También empezó a figurar en series adolescentes, como Scream Queens, Pretty Little Liars, o el remake de Sensación de Vivir, 90210. Ya era Diego Boneta, tenía 25 años, y empezaba a tener la carrera de una estrella en ciernes. Pero así se quedaría, a menos que se le pusiera un reto gigante por delante.
No es fácil ni explicar ni exagerar la figura de Luis Miguel, cantante, hito cultural y sex symbol latino criado en el México de los setenta. Empezó a cantar en 1980, de niño, forzado por su padre, tan bien que a los 13 dio su primera gira por América Latina. Era rubio y se le llamaba El Sol. El público le veneraba. En 1990 era un adulto igual de exitoso, tan guapo, tan ligón, tan telúrico que parecía una versión mexicana de Elvis, Kennedy y Sinatra a la vez. Con su padre acabó en los tribunales; la muerte de su madre y el nacimiento de su hija están envueltos en intriga y sospechas de asesinato e incesto. Arruinó la vida a muchos, enriqueció a otros, fue el mito mexicano de América. En 2015 dio su última entrevista; en 2019, su último concierto, tras una racha de bochornos en salas menores, con sobrepeso, incapaz de acabar una actuación. Ahora vive alejado del público. Su vida podía ser una serie excelente.
“Desde que me ofrecieron el papel supe el riesgo que esto tenía”. En 2017, el irreductible Mark Burnett, creador de Supervivientes y otros cientos de programas que le han dado 14 emmys, cenó con Boneta en Malibú. Quería que protagonizase para Netflix esa serie sobre Luis Miguel, aprobada por el propio Sol, quien también había dado el visto bueno a su casting. La única garantía era que todo el mundo la iba a ver: todo lo demás estaba por construir. “No había nada, ningún guion que pudiera haber leído para saber qué tipo de proyecto querían hacer. Fue por eso que me hicieron productor. Yo era el que estaba tomando el riesgo más grande. Si esto no salía bien…”. Aquí Boneta chasca la lengua.
Aceptó, claro. Puestos a hundirse, se hundiría con la figura que había visto en el Auditorio Nacional y le había llevado a dedicarse a eso, el que había emulado en su primera actuación televisiva. Hundirse cantando y actuando, mejor que de un casting a otro. Además, de Hollywood había extraído una lección: “You’re as good as your team [eres todo lo bueno que sea tu equipo]. Puedes ser Cristiano Ronaldo pero si estás con un puro cuate, no vas a ganar”.
En este caso, “lo mejor” era el escritor Daniel Krauze para los guiones, el cineasta Humberto Hinojosa para la dirección, Óscar Jaenada para interpretar a su padre. Kiko Cibrián, el productor vivo que más ha trabajado con Luis Miguel, para volver a grabar ese mítico cancionero, que Boneta debía ahora interpretar. Y también el maestro de actores en español por excelencia, el hombre que había ayudado a Javier Bardem en toda su carrera, incluido el papel que le valió un Oscar: Juan Carlos Corazza. Él ayudó a Boneta a crear un Luis Miguel por encima de la simple imitación. “Cuando llegó con esta propuesta, la cuestión era cómo ir más allá de la cáscara que todo el mundo conoce”, explica el maestro al teléfono para ICON. “Diego tiene a su familia muy presente y muy unida, sobre todo sus padres. Y esto para el personaje era una ayuda. Le decía: ‘Piensa en tu familia y piensa en la de él’. Más que estudiar su gestualidad, que Diego la estudió al detalle con miles de vídeos, era imaginar qué impulsa su vida, sus relaciones, sus sueños cumplidos, los no cumplidos”.
Boneta decidió basar su Luis Miguel en Al Pacino. “Me di cuenta desde la primera temporada que el arco de personaje de Luis Miguel es el de Michael Corleone [en El padrino (1972)]. Obviamente no tiene absolutamente nada que ver con la mafia pero Luis Miguel es un tipo que no quería ser cantante, como Michael no quería estar en el negocio familiar: se mete porque no le queda otra opción. Y ves tú la transformación de ese personaje, cómo se come a la persona y termina siendo todo lo que el padre nunca quiso”.
Luis Miguel: la serie fue uno de los mayores éxitos de Netflix en español. Era a partes iguales un culebrón adictivo, historia pop y ficción histórica (como lo es The Crown: “Una de las referencias que todos teníamos de alguien que lo ha hecho muy bien”, según Boneta, con la salvedad de que Luis Miguel aprueba esta versión). Pero también era televisión de calidad, gracias al empeño de su protagonista y productor. La serie cosechó críticas excelentes y su interpretación, las mejores. Diego volvía a cantar y bailar. Volvía a ser ídolo sexual: “Lo acepto y lo aprecio, porque ya me ha tocado estar en los momentos bajos de esta carrera y es imposible que te vaya bien en esta profesión sin el reconocimiento. Trato de agradecerlo porque you never know how long it’s gonna last [nunca sabes cuánto va a durar]”. También volvía, al poco, la pregunta de cuando iba de casting en casting por Hollywood: “¿Y ahora qué?”.
La tercera temporada le llevó al hospital. Tenía que vestir un traje demasiado pesado, que le sumase los kilos del Luis Miguel tardío, y tenía que rodar escenas demasiado intensas. De Michael Corleone había pasado a otro referente más intenso: “Toro Salvaje fue nuestra inspiración toda la temporada. Desde antes de escribir los guiones, Krauze decía Toro Salvaje, Toro Salvaje, Toro Salvaje, Toro Salvaje, Toro Salvaje, Toro Salvaje… Fue la temporada más difícil de hacer por mucho, lo dejé todo”. Dice que no era consciente del esfuerzo al que estaba sometiendo a su cuerpo. “El maquillaje lo hace Bill Corso, con quien trabajé también en Terminator, tiene dos Oscar, un cuate picudísimo. Eran seis horas de maquillaje, tenía el cuerpo cubierto, las manos también, porque se ve mucha edad en las manos, una botarga [disfraz] de cuerpo completo. Y con el calor y la botarga no te das cuenta de que estás sudando”. Aquel día sudó tanto que se deshidrató. Cayó rendido. A Corazza no le sorprende: “Está tan concentrado, tan ocupado en no causar demoras ni problemas para los técnicos… Tiene una capacidad de trabajo de horas. No sé si te puedes imaginar lo que ha aguantado este chico”.
Eso fue después del confinamiento, después de parar, de estar con su familia y conocer a Akila Cabrona como había querido. Había cogido fuerza, no poca, para el futuro. El plan era acabar la serie lo mejor que pudiera, luego Dios dirá. Pero acabarla bien porque oportunidades así hay pocas. “Lo raro de Luis Miguel es que tienes películas o proyectos de mucha credibilidad que nadie ve, y otros que todo el mundo ve pero piensan que son una mierda. Estar en un proyecto que tiene credibilidad y popularidad es muy especial, no pasa todo el tiempo. Pero por eso dijimos tres temporadas y no más. No hay serie que se vuelva mejor conforme haya más y más temporadas. No la hay”, asegura.
Quedan pocas historias de éxito como las de Boneta. Se cotiza a la baja la celebridad que ha trabajado por llegar alto y se favorece la espontaneidad, descubrimiento en redes, el séquito personalizado, el concepto de merecer. Ideas en las antípodas del actor, que solo cree en dos principios: querer y conseguir. Y entre medias, trabajar, trabajar, trabajar.
¿Y qué quiere? Boneta vuelve aquí a un lugar común para un actor. “El camino a seguir es estar un poco en todo. Hacer películas de Hollywood, producciones grandes, poder hacer películas que vayan a Venecia o a Cannes. Poder hacer series. No quiero encajonarme”. Es una idea muy oída, muy despreciada, una utopía y un tópico, pero ¿qué va a decir? Ese es el sueño, la única respuesta posible al ahora qué. La realización plena. Todo el mundo la quiere, los que lo expresan y los que se ríen de ellos, y Boneta cree que expresarlo es mejor que callarlo. Es más, no tiene por qué no quererlo. Lo tiene cerca y también tiene una serie de herramientas, y una vida a sus espaldas, que lo hacen más factible que a los demás. “No quiero que se oiga cliché pero es que es cierto: es el mejor momento de mi vida”.
Fotografía: Santi de Hita. Realización: Fátima Monjas. Maquilllaje y peluquería: Cecilie Hildebrandt (Of Substance Ltd). Asistente de fotografía: Rodrigo Quirante . Asistente de estilismo: Rubén Cortés.
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