Manifestación contra la gestión de Netanyahu, el sábado en Tel Aviv.JACK GUEZ / AFP“Quiero hacer vuestra vida más fácil; que podáis salir a tomar el aire, a tomar un café o una cerveza. Así que, por encima de todo, disfrutad”. Con este mensaje optimista, Benjamín Netanyahu dio por concluida a finales de mayo la batalla de contención del coronavirus. Israel emergía entonces de la plaga de la covid-19 como una luz para el resto de naciones —como gustaba de ufanarse el primer ministro—, con menos de tres centenares de muertes y apenas dos decenas de nuevos contagios diarios. Siete semanas después, el Gobierno ha vuelto a confinar a miles de ciudadanos en distritos de Jerusalén y otras ciudades, los bares han sido clausurados de nuevo y se registran hasta 1.500 casos de infectados al día.En la protesta más masiva desde el estallido de la pandemia, 10.000 manifestantes se congregaron la noche del sábado en Tel Aviv para exigir un nuevo rumbo frente al deterioro económico, que ha llevado a las listas del paro a uno de cada cinco empleados. El gobernante que durante más tiempo ha asido el timón de Israel afronta una tormenta perfecta en la que coinciden el retorno de la emergencia sanitaria y la contracción de la economía. El temporal amenaza con desarbolar un reinado de casi tres lustros.No son ahora los procesos por corrupción abiertos por la justicia israelí ni la respuesta internacional al anuncio de anexión parcial de Cisjordania los peligros que le acechan. La cifra de fallecidos por la covid-19 (362) y de casos graves (140 entre 19.000 infectados activos) tampoco son los mayores escollos. Netanyahu debe navegar entre los rompientes de la aceleración de los rebrotes, descritos ya como una segunda oleada por los responsables de salud pública, y del desplome del Producto Interior Bruto, estimado en un 6% en 2020.“Mirando hacia atrás, hay que admitir que la reapertura final de la economía fue prematura”, confesó el jueves Netanyahu mientras presentaba un plan para inyectar 80.000 millones de shequels (20.500 millones de euros) hasta junio del año que viene en una red de protección para cerca de un millón de desempleados y los autónomos y empresas que han naufragado por debajo del 40% de sus ingresos medios.Ha sido el último en reconocerlo. Una encuesta del Canal 13 de televisión ha rebajado al 15% el índice de aprobación popular de su gestión de la crisis del coronavirus, frente a un 61% de insatisfechos. “La segunda ola del coronavirus”, sostiene en las páginas de Yedioth Ahronoth el analista Ari Shavit, “ha destapado las flaquezas del Israel de Netanyahu. La prosperidad de la pasada década ocultaba desigualdades sociales, una Administración débil y una gestión inadecuada”.El maná del EstadoA pesar de que el maná de las prestaciones estatales —en forma de cheques de unos 2.000 euros mensuales— empezará a caer en las cuentas corrientes de los afectados a partir de esta semana, Shavit interpreta que la protesta de la noche del sábado en la plaza de Rabin ha representado “un voto de censura a la incompetencia del Gobierno”. La concentración discurrió sin que se respetara la distancia de seguridad entre los asistentes. A su término, grupos de jóvenes radicales se enfrentaron con la policía al grito de “¡Bibi, vete a casa!”, en alusión al apodo familiar del primer ministro.El descontento se había disparado en las últimas semanas. El Gobierno solo ha desembolsado la mitad de los 100.000 millones de shequels (25.600 millones de euros) prometidos al inicio de la crisis sanitaria. La mitad de los israelíes temen no poder llegar a fin de mes y cubrir sus gastos corrientes, según un estudio de la Oficina Central de Estadísticas.El confinamiento derivado de la pandemia ha golpeado con dureza a autónomos y empleados temporales. Las imágenes en televisión de dueños de pequeños negocios que se han visto forzados a cerrar sus puertas y de relatos de familias que veían vaciarse sus frigoríficos por falta de ingresos han conmovido a una sociedad acostumbrada al pleno empleo (4% de tasa de paro en febrero). “El riesgo de deterioro adicional de la economía se ha incrementado”, ha admitido el gobernador del Banco de Israel, Amir Yaron.Algunos miembros del Gobierno, mientras tanto, han dejado patente su visión crítica de las inquietudes de los ciudadanos. El ministro sin cartera Tzachi Hanegbi se refirió a las informaciones sobre el aumento de casos de malnutrición como “una mierda populista”. Netanyahu le obligó a rectificar. El viceministro de Sanidad, Yoav Kisch, tachó la protesta de Tel Aviv de “masivo ataque terrorista sanitario”. La dimisión de la jefa de Sanidad Pública, Sigal Sadetsky, dio un aldabonazo la semana pasada al responsabilizar a los dirigentes políticos de “perder el control sobre la pandemia” con la rápida desescalada.La estrategia de salida de la emergencia sanitaria en Israel, que Netanyahu puso como ejemplo para muchos otros países, ha dado un vuelco. Y se ha cobrado una factura colosal, como en el resto de las economías del mundo. Ante las amenazas que se ciernen sobre su continuidad en el poder, el primer ministro se ha visto obligado a cambiar el paso sobre la marcha para reimponer restricciones, cerrar negocios y abrir las arcas públicas.Emergencia de la antipolítica en plena crisis Procedentes de la sociedad civil y los sectores económicos afectados por las restricciones, los convocantes de la multitudinaria manifestación del sábado ante la sede del Ayuntamiento de Tel Aviv vetaron la presencia de líderes políticos en la tribuna. Fue un gesto de ruptura con una clase dirigente a la que responsabilizan de haber precipitado al país a tres elecciones generales en poco más de un año y que ha seguido enzarzada en las disputas de poder en plena propagación del coronavirus. Paradójicamente, el Gabinete de emergencia pactado por Benjamín Netanyahu en coalición con su rival en las urnas, el centrista Benny Gantz, tenía como misión hacer frente a la pandemia.