Dios, alcohol y soul incendiario: Nathaniel Rateliff, el Van Morrison del siglo XXI



El cantante Nathaniel Rateliff posa en el hotel The Principal en Madrid.Andrea Comas

De cara bonachona, aunque con una penetrante mirada de ojos azules y una tupida barba rojiza, su aspecto remite a uno de esos incendiarios pastores evangélicos del viejo cinturón bíblico estadounidense. De hecho, Nathaniel Rateliff lo fue. O algo que se le pareció bastante. “Fue hace mucho tiempo”, reconoce. “Pero dejé que Dios dejase de ser un problema para mí”, confiesa. Oriundo de Misuri, uno de los Estados pertenecientes a esa extensa región donde el cristianismo evangélico tiene un profundo arraigo social que condiciona la moral, la educación e incluso la política, este músico de 43 años formó parte de un grupo de misioneros cuando era adolescente. Se dedicaba a reclutar personas para la Iglesia hasta que decidió dejarlo cuando se cansó de las formas en las que sus compañeros predicaban, imponiendo su visión sobre los demás. “Entonces, encontré la salvación en la música”, afirma.

Una salvación que ahora, más de dos décadas después, se expresa de una forma tan ardiente que bien podría dejar en pañales los sermones apocalípticos que hablan de Dios, el pecado y la muerte. El fuego que hoy maneja Rateliff se desprende a través de un febril soul, cuyo último testimonio es The Future, el álbum que acaba de publicar junto a su banda, The Night Sweats, con la que vuelve a reunirse tras su anterior e introspectivo disco, And It’s Still Alright, un trabajo en solitario con el que rindió homenaje a su amigo fallecido, el talentoso músico Richard Swift.

Me encanta Van Morrison. Es un cantante muy poderoso. Eso sí, está un poco loco. Solo espero no acabar como él”

Con un grupo vitamínico, The Future galopa con la fuerza de un pura sangre de soul y rhythm and blues de vieja escuela. “La palabra ‘futuro’ era una forma de conectar las canciones. Escribí la mayoría durante la pandemia. Intento aproximarme a la idea de esperanza en todas ellas. Es algo que salía instintivo, quizá porque es mi forma de ser. No buscaba regresar a las cosas que nos sucedieron, sino que quería mirar hacia delante y ser optimista”, explica el cantante y compositor durante una entrevista en un hotel cercano a la Gran Vía de Madrid.

A Rateliff el fervor religioso le viene de familia. Se crio con unos padres muy creyentes que tocaban en la iglesia en St. Louis, en plena América profunda. “Mis comienzos con la música se los debo principalmente a mi madre. Ella tocaba la guitarra y me empujaba a hacerlo. Al final, incluso me compraron una batería. Era algo que me agradaba. Creo que mi primera banda fue con mi madre, cuando tenía siete años. ¿Sabes lo que te digo?”, pregunta con media sonrisa. Cuando cumplió 10 años, se mudaron a Denver, donde su padre falleció cuando él tenía 14 y tuvo que dejar de estudiar para ponerse a trabajar en una fábrica de productos de alimentación. Sin embargo, no abandonó la música: por las noches tocaba en locales de micrófono abierto. “Era de esos sitios donde la gente salía y hacía de todo. Yo solía tocar dos canciones, tiempo suficiente para que la gente no te prestase más atención”, ríe. “¿La verdad? Creo que después de esas noches le perdí el miedo a cualquier escenario”.

Entonces era un cantautor que escuchaba a Leonard Cohen, Bob Dylan e incluso “mucho doo-wop”. La religión seguía teniendo un peso importante en su vida, pero un buen día se hartó de tanta monserga. Primero, se lanzó de lleno al blues con Born In The Flood, una formación que obtuvo bastante éxito en Denver. Y, luego, se buscó la vida en solitario con el folk. Se mantuvo en el circuito regional de Colorado, pero no conseguía romper el cascarón a nivel nacional. Anclado y obsesionado con su camino artístico y su lucha interna tras abandonar la religión, se dio a la bebida. El alcohol protagonizó parte de sus primeros años de músico profesional. “Bebía mucho y mis canciones iban de eso, pero sin conseguir encontrar un sitio”, explica.

Ese sitio le llegó con el soul. Y el soul llegó con The Night Sweats, la banda de talentos a la que se unió y que le llevó a fichar por Stax, el mítico sello de soul sureño, casa de Otis Redding, Wilson Pickett o Carla Thomas. “La música soul celebra la vida. Esa es su mayor fuerza. Suele ser esperanzadora, alegre, vitalista. Pocas veces verás canciones de soul que tengan algo que ver con estar enfadado”, comenta. Los dos discos anteriores a The Future que Rateliff sacó con la banda eran toda una celebración. Y poco le preocupa si el género que encumbró a su amado Otis Redding ya se ve como un estilo del pasado. “No me importa”, dice con una risotada. “Intento hacer la música que me gusta. Amo el soul y lo hago con todo el corazón”.

Un corazón que también guarda un compromiso social y político. El músico está detrás de The Marigold Project, una fundación propia que aborda cuestiones de justicia racial, social y económica en diferentes ciudades. Y, al mismo tiempo, ha sido uno de los mayores apoyos públicos del candidato demócrata Bernie Sanders. “Bernie es una gran voz. Es un político que ha abordado estos temas desde dentro del Partido Demócrata. Y eso ha hecho sentir culpable a parte del aparato demócrata. Un aparato elitista. Hay mucha gente enfadada en Estados Unidos. Gente que solo busca hacer cambios sin pensar en las consecuencias de esos cambios. Eso nos llevó a Donald Trump. Creo que Bernie siempre ha sido la solución para la izquierda en mi país”.

Rateliff ha dormido poco. Tiene desfase horario y se esfuerza por conversar, pero es primera hora de la mañana y está notablemente cansado. Una imagen muy distinta a su ferviente música, que en escena es como un ciclón. Tiene la virtud de penetrar con una intensidad inusual, incluso en las baladas o los medios tiempos. Una virtud que recuerda a Van Morrison, como si este tipo también blanco, bajito y con carisma fuera su discípulo más aventajado. “Me encanta Van Morrison”, asegura. “Es un cantante muy poderoso. Eso sí, está un poco loco. Solo espero no acabar como él”, añade entre risas.


Source link