Dita Kraus, la mujer que sobrevivió a Auschwitz… y al coronavirus

Dita Kraus, en su casa de Netanya (Israel) con una copia de su autobiografía publicada en inglés por Penguin.
Dita Kraus, en su casa de Netanya (Israel) con una copia de su autobiografía publicada en inglés por Penguin.JULIUS TUTSCH

“Durante las muchas horas que paso en la cama del hospital, en una especie de duermevela, mi mente se zambulle en el oscuro sótano de mi memoria. Ahí están los recuerdos, encerrados desde hace décadas, demasiado horribles para afrontarlos. Ahora llenan mi estado seminconsciente y soy incapaz de deshacerme de ellos. Las cámaras de gas. ¿Qué es eso? La gente dice que no existieron. Era algo relacionado con el Holocausto. Una especie de mito judío. En aquella guerra, en algún lugar de Europa. A quién le importa, ¡fue hace tanto tiempo! Pero los recuerdos siguen golpeando la puerta. ¡Fuera! ¡Fuera! ¡Debe ser contado!”. Dita Kraus (Praga, 1929) escribió este texto, cedido a EL PAÍS, en enero de 2021, mientras, con 91 años, luchaba por superar el coronavirus. Superviviente de Auschwitz, Bergen Belsen y otros campos de exterminio, sus ojos han sido testigo de los males del mundo durante el último siglo, una vida de sufrimiento y superación que ahora cuenta en Yo, Dita Kraus (Roca, traducción de Ana Momplet).

La gente me pregunta de dónde saco la fuerza para soportar todo el dolor y todas las tragedias de mi vida. No creo en Dios, nunca he rezado pero, ¿qué podía hacer?

Dita Kraus

Kraus responde en inglés por correo electrónico desde su pequeño ático en Praga, donde pasa el tiempo cuando no está en Netanya (Israel) y donde quedó atrapada por el confinamiento: “Cuando repaso mi vida es difícil encontrar un momento al que quisiera volver. Quizás solo a mi infancia, antes de la guerra. Mi vida ha estado llena de dolor y pérdida. Siento que ha estado fuera de toda proporción, que ha habido mucho más mal que bien”. Desde su ventana se ve el parque con los tilos en los que docenas de urracas se juntan al atardecer para pasar la noche entre sus ramas, comenta para dar lugar a algo de belleza en medio del recuerdo del horror.

La prisionera 73305 del campo BIIb del complejo de exterminio montado por los nazis en Auschwitz, nieta de un prestigioso político socialdemócrata, vio cómo su vida de clase media de una familia checa de judíos germanohablantes quedaba suspendida para siempre en 1939. Tenía 10 años. Empezó entonces un infierno de persecuciones y reclusiones en guetos inmundos que acabó con la deportación a Auschwitz, en diciembre de 1943. Su padre murió al poco tiempo. Su madre sobrevivió hasta la llegada de los aliados para perecer, como otros miles, exhaustos, tras la liberación de los campos.

Hasta el más sórdido detalle de esa pesadilla está contado con un estilo sobrio y sólido, sin adornos, en un libro que podría no haber visto la luz. “No fue nunca mi intención. Yo era la mujer de un escritor [Otto B. Kraus, del que también Roca ha publicado El maestro de Auschwitz]. A lo largo de los años escribí descripciones de lo que me había ido ocurriendo. Eran textos destinados a mis hijos o mis nietos, pero los leyó la editora checa de mi marido”, cuenta. Le gustaron, se añadieron pasajes que llenaban los huecos temporales que había en la narración y de todo ese proceso surgió la autobiografía que ahora llega a las librerías españolas.

Dita Kraus vivió una inesperada fama hace unos años, cuando se supo que era la mujer en la que se basaba la protagonista de la novela de Antonio G. Iturbe La bibliotecaria de Auschwitz (Planeta, 2012). “Cuando me dijo que quería escribir sobre mí no podía creerlo. Yo era uno de los cientos de miles de personas que tuvieron un destino similar, muchos incluso más interesantes que el mío”, asegura. En su autobiografía, el episodio no ocupa gran espacio y ella trata de desmitificarlo. “Sinceramente, lo que me ayudó en Auschwitz no fueron los libros. Había 12 o 13 volúmenes y pocos eran literatura. El hecho de que estuviera bajo techo, no bajo la lluvia y el frío de fuera, es lo que me ayudó. Lo siento por desilusionar a los amantes de los libros, que creen que enriquecen y satisfacen. Lo hacen, pero cuando tienes el estómago lleno y una cama caliente”. Sí hay, sin embargo, un homenaje a los que actuaban como profesores en aquel pabellón infantil, gente que sabía que les quedaban días, horas de vida y las empleaban en enseñar a otros que iban a sufrir el mismo destino. “Fueron únicos. Son los héroes de Auschwitz”, subraya. Su futuro marido, Otto, era uno de ellos.

Pocos supervivientes habrán podido pasar por la prueba a la que se enfrentó en 2002. Supo entonces por su hijo Ronny que en el Museo Imperial de la Guerra, en Londres, había grabaciones de la liberación de Bergen Belsen. Sin dudarlo, fue allí, pidió el vídeo y volvió a ver el horror, los esqueletos de los muertos vivientes, las fosas, hasta que se identificó, con un pañuelo en la cabeza, pidiendo fuego a un soldado. “Paré la película, incapaz de respirar. Ahí está la prueba, pasó realmente, soy yo en Bergen Belsen. Estaba en shock”, comenta.

En sus respuestas, Kraus se muestra optimista y subraya su confianza en el efecto que produce extender el bien entre los que tienes cerca. Mientras salía adelante en el infierno, en la tierra conoció el amor, pero es sobre lo único que no contesta durante la entrevista. Al volver a casa se reencontró con Otto, con quien se casó en 1947. Sus bienes fueron expropiados tras la llegada de los comunistas y en 1949 partieron para Israel, a iniciar una nueva vida en un país sin recursos y que acababa de salir de una guerra. La pobreza, la lucha y la esperanza se sucedían. “A pesar de haber vivido allí 72 años, no me siento completamente en casa. Adoro Israel, pero cuando vengo a Praga me siento como en casa, el checo me suena todavía más familiar que el hebreo”. Tuvo tres hijos. Shimon, el mayor, sufrió problemas mentales toda su vida, y Micaela murió joven por una cirrosis desarrollada desde niña, un suceso que Kraus, confiesa, nunca ha superado. “La gente me pregunta de dónde saco la fuerza para soportar todo el dolor y todas las tragedias de mi vida. No creo en Dios, nunca he rezado, pero, ¿qué podía hacer? ¿Colapsar y rendirme cuando mis hijos me necesitaban?”, responde cuando se le pregunta sobre su fe.

“Me hace feliz el hecho de que, a pesar de los esfuerzos de Hitler por exterminarnos, ahora haya 14 descendientes de Kraus; la última es mi bisnieta Michelle”, cuenta orgullosa al final del libro, aportando, quizás inconscientemente, la prueba de que el mal absoluto no siempre triunfa.


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