Era una noche rociada de cloroformo, todo demasiado frío y demasiado calculado, tan parejo, tan tenso y tan sumamente controlado que costaba imaginar lo que iba a pasar después: Novak Djokovic y Alexander Zverev habían engañado a todo el mundo.
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Todo saltó por los aires cuando avanzado el tercer parcial, un antológico intercambio de 53 golpes resuelto a favor del alemán soltó la anilla de la granada, liberó a los dos e hizo estallar un duelo que el número uno, imperial, gestionó y decantó con la maestría de un superdotado: 4-6, 6-2, 6-4, 4-6 y 6-2, después de 3h 35m. Es decir, Nole está ya a un solo paso de su 21º grande, uno más que Nadal y Federer, y de completar el Grand Slam (los cuatro grandes el mismo año), y tan solo un hombre, el ruso Daniil Medvedev (6-4, 7-5 y 6-2 a Felix Auger-Aliassime, en 2h 04m), puede impedirlo en la final de este domingo (22.00, Eurosport).
Entre el serbio y la gloria, un escollo. El escollo. Un frontón edificado en Moscú. El uno contra el dos, sencillamente.
Ahí emerge Djokovic cuando la situación pinta más que fea, cuando su rival se rebela una y otra vez y Zverev pelea, pelea y pelea. Aprieta y aprieta el alemán al de Belgrado, que de casi todas sale, y vaya forma de escapar. Lo firmaría Houdini. Prácticamente en trance, procesa hasta que se encuentra a sí mismo y encauza con todas las herramientas que porta siempre en ese maletín de oro: inmenso al resto, prodigioso con el revés y, todavía más reseñable, extraordinario en el servicio a la hora de apagar los fuegos. Así se levanta, así responde y así aplaca a un adversario que encadenaba 16 triunfos y ha dado un señor estirón.
En otros tiempos, Zverev se hubiera derretido. Sin embargo, resistió hasta que Djokovic –ocho breaks para romper el muro y 35 aciertos en 43 subidas a la red– puso la directa y decidió poner fin al thriller: la historia le espera. “Mejor no sepas lo que se me pasaba por la cabeza…”, bromea cuando se le pregunta por el punto maratoniano que incendió la velada. “Voy a abordar el próximo partido como si fuera el último de mi carrera”, advierte en el parlamento mientras desde uno de los fondos le observa Rod Laver, el señor con mayúsculas, la leyenda de la que pretende recoger el testigo. Dos veces, 1962 y 1969, cerró el australiano el círculo de los cuatro grandes en una misma temporada.
Hoy es el balcánico, 34 años, el que está a una zancada. Tan cerca y tan lejos. Son ya 27 las victorias que enlaza este curso en los grandes escenarios y 31 finales a lo largo de su trayectoria, las mismas que Roger Federer. No hay marcha atrás y la herida de Tokio siempre estará ahí, en forma de cicatriz, pero la victoria tiene algo de desquite. Debía saldar cuentas con Zverev y ahora abordará a Medvedev como el jugador más veterano que alcanza la final de Nueva York desde que la disputase Andre Agassi con 35 años en 2005, fecha de su retiro.
En todo caso, sabe perfectamente cómo se las gasta Medvedev, al que no conviene perdonar. No pasa ni la más mínima el dos del mundo, que venía con el cuchillo entre los dientes, concienciado a más no poder para sacarse la espina que le clavó Rafael Nadal en la final de 2019 y dispuesto a darse otra oportunidad. Auger-Aliassime, todavía demasiado tierno, le mantuvo en tensión hasta que al canadiense le jugó una mala pasada la cabeza y dudó. Perdonó dos bolas para cerrar el segundo set y reavivar el partido, y el ruso se lo merendó.
De esta forma, Medvedev disputará su segunda final en Nueva York tras aquella en la que llevó al límite a Nadal. Ese día arrinconó al español, pero terminó yéndose de vacío y dolido. Después, a comienzos de este curso también se quedó a una victoria en Melbourne, pero Djokovic le maniató de principio a fin. Llega, pues, la reválida para un competidor temido y heterodoxo, desconcertante porque en ocasiones parece no estar y para cuando quiere darse cuenta, el rival ya está entre sus fauces, engullido, sin escapatoria.
Le sucedió a Auger-Aliassime, arrugado en el momento de la verdad –dispuso de un 5-2 en la segunda manga para equilibrar–, así que el moscovita –25 años y 12 trofeos de la ATP, la Copa de Maestros del año pasado como premio mayor– jugará este domingo su tercera final de un major e iguala así el registro de su compatriota Yevgeny Kafelnikov; se sitúa a una de Marat Safin, el único ruso que ha conseguido inscribir su nombre en el palmarés del grande neoyorquino.
FINALISTA JÚNIOR Y LESIÓN DE ALCARAZ
El abulense Daniel Rincón, de 18 años y alumno de la Rafa Nadal Academy, se clasificó para la final masculina de los júniors tras derrotar al suizo Jerome Kym por 3-6, 7-6(4) y 6-4 (en 2h 22m). Se medirá con el número uno de la categoría, el chino Juncheng Shang. Se trata del segundo español que llega a la final de Nueva York tras Javier Sánchez Vicario, ganador en el certamen de 1986.
Por otra parte, este viernes se confirmó que Carlos Alcaraz, cuartofinalista y una de las sensaciones de este torneo, sufre una rotura fibrilar en el cuádriceps izquierdo y una elongación muscular en el aductor derecho. Así lo revelaron las pruebas médicas a las que se sometió al regresar a casa, después de abandonar durante el duelo del miércoles contra Aliassime.
La lesión le impedirá participar en Metz, la que a priori era su siguiente parada (del 20 al 26 de septiembre), y su objetivo ahora es recuperarse para llegar en buenas condiciones a Indian Wells (del 4 al 17 de octubre). Por este motivo se ha pospuesto el evento que iba a organizar los días 16 y 17 de este mes la academia en la que se forma, la Juan Carlos Ferrero Equelite de Villena, en homenaje a Carla Suárez.
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