Era viernes, a la hora del almuerzo, cuando la Organización Nacional de Trasplantes (ONT) avisó de que había un donante de corazón compatible con el paciente A, un enfermo en estado crítico. El equipo de cardiología del hospital Puerta de Hierro de Madrid se puso en marcha de inmediato para llevar a cabo una operación a la que están más que acostumbrados después de 969 intervenciones en las casi cuatro décadas de existencia del servicio. Esa es su rutina. Lo que no ocurre nunca, aunque esta vez ocurrió, es que a los pocos minutos llamen de nuevo ofreciendo un segundo órgano para otro paciente grave. Era la primera vez, desde que comenzó el programa en 1984, que el hospital se enfrentaba al trasplante simultáneo de dos corazones.
El paciente A tiene 55 años. A principios de diciembre sufrió un infarto masivo y desde entonces vivía conectado a una máquina. Su única opción de seguir con vida era recibir un trasplante. En dos ocasiones anteriores le avisaron de que habían encontrado un donante y comenzaron a prepararle para entrar en quirófano, pero al ir a comprobarlo en persona los médicos habían descubierto que el corazón no era apto. Esta era su tercera intentona, tenía que salir bien. El paciente B, un joven de 25 años, llevaba tres meses en la UVI y hacía poco que había estado muy grave. Los dos pacientes tenían en común el estar en la lista de urgencia cero, los más críticos, los que tienen prioridad en un listado nacional.
Sobre el papel parecía poco probable que el programa de trasplante cardiaco se tuviera que enfrentar a un reto como este. Dos donantes cercanos, de grupos sanguíneos compatibles, con corazones de parecido tamaño y que no ofrecieran otras complicaciones médicas. Pero pasó, y pasó en tiempos de Covid. Al centenar de profesionales que suele participar en una de estas operaciones se sumaron otros cincuenta de día libre a los que se les llamó y se sumaron, dejando a medias su viernes.
“Nunca se había dado algo así. Si no se hubiera ido al segundo donante lo hubiéramos perdido. Aunque no estamos preparados para hacer algo así, y menos ahora con el hospital lleno de pacientes de coronavirus y mucha gente dedicada a eso, se hizo un esfuerzo muy grande al que se sumaron cirujanos y anestesistas”, explica Javier Segovia, jefe de cardiología del hospital.
Desde que suena el teléfono comienza una carrera, esta sí de verdad, a vida o muerte. El tiempo que pasa desde que se extrae el corazón de alguien fallecido hasta que se implanta en el pecho de un enfermo tiene que ser el mínimo posible. Los médicos residentes Elsa Rivas y Daniel Martínez, ambos de quinto año, el último, acompañados de una enfermera, viajaron en ambulancia hasta el hospital donde había fallecido el primer donante.
Mientras tanto, en Puerta de Hierro ya se le había avisado al paciente A que había llegado el momento. Todavía los cirujanos residentes tenían que dar el ok al nuevo corazón, pero era mejor estar preparados e ir acelerando los trámites. El hombre llamó a su hijo, que fue al hospital para estar cerca de él.
Ya en el lugar, los cirujanos Rivas y Martínez entraron al quirófano y comenzaron a abrir el esternón. Sobre los dos pesaba que los dos anteriores corazones no habían sido válidos para este paciente. Abortar por tercera vez la misión era demasiado. El equipo acude a valorar el 40% de los corazones que le ofrece la ONT y, de esos, el 90% se trasplantan con éxito.
Los médicos abrieron el pericardio, en T invertida —cuentan ellos mismos—, comprobaron la aorta ascendente, que no hubiera placas coronarias, sin daños a la vista, que contraía perfectamente y no sufría ninguna arritmia. Mientras ellos hacían eso, otros equipos de cirujanos extraían el hígado y el páncreas para otros pacientes. En cuanto lograron tener el corazón en la mano, lo guardaron en frío y volvieron a toda prisa.
Una vez de vuelta se lo dejaron al equipo de cirujanos. Elsa Rivas se quedó para ayudar en el trasplante y Daniel Martínez volvió a agarrar una ambulancia en busca del segundo corazón. El paciente B ya había sido avisado. El A ya estaba intubado en quirófano. Las enfermeras desmontaron la asistencia mecánica, aunque se mantiene una circulación extracorpórea como red, por si algo saliese mal. Un cirujano implantó el corazón, que tardó en latir dos minutos. Esos dos minutos pueden parecer poco, pero ahí dentro, en un quirófano, velando por la vida de alguien que en ese momento tiene el pecho abierto, se hacen eternos.
“Ese es el momento más emocionante”, dice el cirujano Santiago Serrano Fiz, el médico que se ocupó, junto a la doctora Susana Villar, de la operación del paciente B. En su caso el corazón nuevo bombeó casi de inmediato. No hubo esos dos minutos de espera. Aunque no es que fuera un caso fácil. El corazón estaba muy pegado por las cirugías anteriores y tuvieron que despegarlo muy poco a poco, un proceso que les llevó horas. Al paciente B le habían puesto dos asistencias, un Ecmo y una Impella, un dispositivo de asistencia circulatoria. Una bomba que hace las veces del corazón.
La operación del paciente B empezó a las 22.00 y acabó a las 3.00 de madrugada. El tiempo de sutura se prolongó durante tres horas. “Fue muy laborioso, mucho trabajo, pero mereció la pena porque es una segunda oportunidad para estos dos pacientes que estaban tan graves”, añade el cardiólogo Manuel Gómez Bueno. El 80% de los pacientes UCI que reciben un trasplante sobreviven al año, y habitualmente tienen supervivencias largas con buena calidad de vida.
Era la segunda vez en España que se realizaban, a la vez, dos trasplantes cardiacos complejos. La primera se llevó a cabo en junio de 2020 en el hospital de Valdecilla, en Santander, según la ONT. El nefrólogo Rafael Matesanz, precisamente el creador de la ONT, un mito en el campo de los trasplantes, reconoce que lo ocurrido el viernes pasado en Puerta de Hierro no es nada usual, en primer lugar porque debe darse la casuística, y en segundo porque hace falta un gran número de profesionales que se desdoblen sus labores. “Es muy complicado logísticamente”, opina Matesanz por teléfono.
El paciente A y el paciente B se recuperan del trasplante tres días después. Ya saben que llevan el corazón de otro. Los médicos se enseñan unos a otros la foto de B con el pulgar hacia arriba, al enterarse de que las cosas habían salido bien. El jefe de cardiología, el doctor Segovia, puede que hasta ya les haya hecho una broma recurrente: “Tenía usted el motor de un Vespino y le hemos puesto el de un Ferrari”.
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