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Dos vidas que dibujan el mapa del racismo en la ciudad ejemplar de Brasil



Silvio Almeida, en una fotografía de archivo.CHRISTIAN PARENTE/DIVULGAÇÃOSilvio Luiz de Almeida (São Paulo, 1976) es uno de los pensadores brasileños más destacados de la actualidad. Además de filósofo, abogado fiscalista y profesor universitario, con especializaciones en Derecho Político y Económico y en Teoría Genera del Derecho, Almeida estudia las relaciones raciales en Brasil y publicó, el año pasado, el libro Racismo estructural (Editorial Polén). En una entrevista concedida a EL PAÍS, opina que el presidente Jair Bolsonaro es un “síntoma de la derrota de Brasil”, un país que se ha vuelto “apático ante las 100.000 muertes” por el nuevo coronavirus porque “ya se ha acostumbrado a la muerte, principalmente a las de trabajadores y personas negras”. También explica por qué, pese a haberse firmado este mes una petición de ‘impeachment’ contra el presidente ultraderechista, ve pocas probabilidades de que la iniciativa prospere.Pregunta. Una jueza federal brasileña utilizó la raza de un acusado negro para justificar su condena. ¿Cómo reacciono usted?Respuesta. Nunca había visto algo así, pero últimamente no me sorprenden mucho algunas cosas. Tenemos un sistema judicial que opera a partir de lo que llamamos selectividad. Forma parte de una estructura social que necesita operar reproduciendo una lógica socioeconómica de desigualdades, que necesita alimentarse en todo momento y que va a organizar tanto la economía como las propias instituciones políticas. Lo que llamamos desigualdad racial y desigualdad económica se naturaliza y se construye técnicamente a partir de la actuación del sistema de Justicia. No produce solo efectos políticos, sino también en el imaginario. Por ejemplo, al insistir en asociar a las personas negras con la delincuencia y con la pobreza. Funciona como confirmación de un imaginario social racista, que también es el mismo imaginario que nutre la connivencia o nuestra indiferencia con relación a las muertes que se producen en las periferias del mundo. Es una ingenuidad creer que el sistema judicial y el propio Derecho, como teoría o como tecnología, no están conectados con el funcionamiento de la economía y con el funcionamiento también de la lógica de las jerarquías políticas.P. La jueza ya se ha disculpado. ¿Es suficiente?R. Pedir perdón es también un síntoma terrible de nuestros tiempos, en los que reducimos las discusiones políticas a discusiones de carácter moral. Hasta el racismo se ha convertido en un problema moral. Esto tiene un propósito político muy fuerte y una relación directa también con la travesía de nuestras subjetividades por la organización política del mundo neoliberal, en el que todos los temas se vuelven muy personales, muy individuales. Pedir perdón, desde el punto de vista particular, genial. Que lo acepte quien quiera. No es una cuestión que interese fundamentalmente a la construcción de una esfera pública. La cuestión es que su sentencia es una decisión jurídica. Con lo cual, la única forma de abordarlo institucionalmente es anulando la sentencia.P. Más allá de esa sentencia, hay estudios que muestran casos de violencia policial que son archivados en función del lugar y el contexto social en el que se encontraba la víctima. Es decir, parece que hay un modelo de actuación por parte de la Justicia para actuar en la ilegalidad…R. No es solo la jueza. El Poder Judicial y el Ministerio Fiscal brasileños en su conjunto son conniventes con la violencia policial y con la vulneración a la Constitución. Se trata de una subversión del sistema. Son autos de entrada y registro colectivos, son policías que entran en las favelas a saco sin autorizaciones judiciales… Tenemos que hablar de cómo la violencia policial solo llega a los actuales parámetros porque hay una concatenación entre el accionar de la policía, la fiscalía, que mira hacia otro lado o protege a los agentes para que actúen de esta manera violenta, y el Poder Judicial, que después las confirma [esas acciones]… También hace falta que hablemos sobre los medios de comunicación que, o silencian, o se limitan a hablar de asuntos escandalosos, o no salen del plano del moralismo individual y de las declaraciones de la jueza.P. Brasil acaba de superar los 100.000 fallecidos por la covid-19, pero parece que hay una apatía generalizada. ¿Hay una banalización de la muerte en Brasil?R. Este es un país en el que mueren un promedio de 50.000 personas asesinadas al año. Es una barbaridad. Es un país donde hay gente que muere de hambre. Un país solo se puede volver tan apático ante 100.000 muertes cuando ya se ha acostumbrado a la muerte, principalmente a las de trabajadores y personas negras. Es un país que no se ha librado del alma de la esclavitud. La esclavitud ya no existe como sistema económico y político, pero ha dejado huellas. 100.000 muertes se considera algo totalmente corriente.P. Paralelamente, la popularidad de Bolsonaro nunca ha estado tan alta. ¿Qué representa eso?R. Bolsonaro es el síntoma de la derrota de Brasil. El país ya estaba derrotado, Bolsonaro no hace más que coronar todas sus penurias. El presidente de la República es una figura a la que le corresponde orientar al país en momentos de crisis. Y este presidente desorienta al país, pone las cosas en duda, esa es su forma de gobernar. No sabe gobernar sin generar desconcierto, conflictos… No sabe gobernar en la normalidad, así que creo que las muertes le vienen bien. Esas muertes le permiten, paradójicamente, elaborar un discurso que provoca más desconcierto, más conflictos, y logra también ocultar su incapacidad de gestión. Logra transformar sus propias derrotas en victorias, como es el caso de la ayuda de emergencia [renta destinada a los más pobres y a los trabajadores informales a causa de la pandemia, de poco más de 100 dólares]. Él había propuesto 200 reales [un tercio de dicha cantidad], pero la oposición se negó y consiguió los 600 reales. Y ahora, en medio de este desconcierto, con el alivio de las personas ante el escenario de tanta miseria, logra darle la vuelta.P. ¿Cómo afrontar este estado de cosas?R. Cualquier proyecto político que quiera cambiar este escenario va a tener que pensar en darle valor a la vida. La gente que quiere civilizar el país, con todas las objeciones que ese concepto pueda tener, no puede tener miedo a tener el poder. Van a tener que encarar la responsabilidad de tomar las decisiones y de hacer frente a ciertos intereses, de establecer un nuevo escenario para que aparezcan nuevas posibilidades y nuevas voces en el país. Necesitamos librarnos de esa alma de amo de esclavos.P. En el imaginario nacional, y también internacional, los brasileños son esas personas que le dan valor a la vida a pesar de todas las miserias, o incluso como forma de resistencia…R. Es que Brasil vende lo mejor que tiene, que es la cultura popular brasileña. Nuestra música, cuando está politizada, es una forma de resistencia. Es la samba, son las estrategias de supervivencia, son los rincones del país donde la vida solo es posible porque hay un mínimo de solidaridad entre la gente… Hay una imaginación de supervivencia. Y Brasil también es eso. Brasil es [la intelectual feminista] Lélia González, es [del escritor] Ariano Suassuna, de Machado de Assis… Como dice mi amigo [el historiador] Luiz Antonio Simas: la dinámica institucional es un espanto, pero la brasilidad es algo hermoso, porque es lo que logramos hacer para sobrevivir. Hay algunas cosas que vamos a tener que rescatar para detener este ciclo de muerte. Hay una vida que palpita.P. Usted firmó una petición de ‘impeachment’ a Bolsonaro presentada por la Coalición Negra por Derechos. ¿Ve posibilidades de que la petición prospere?R. No hay la menor probabilidad de que prospere, especialmente ahora, que se ha entendido con el Centrão [grupo de partidos en el Congreso Nacional] y ha decidido hacer la política de toda la vida en Brasil. Las encuestas reflejan que aún tiene un apoyo importante de quienes tienen el dinero y podrían hacer algo en estos momentos. Y que no lo van a hacer por conveniencia o por intereses propios. Las varias peticiones de ‘impeachment’ van desde su interferencia en las causas relacionadas con las investigaciones que salpican a su familia, pasando también, y principalmente, por las acciones y omisiones durante la pandemia. Lo que a mí me parece muy evidente es que nos estamos acercando cada vez más a un conflicto de proporciones imprevisibles. La economía brasileña está en un franco proceso de degradación, y eso va a tener unos efectos bastantes importantes. Esta crisis va a intensificar una guerra por los presupuestos públicos. Empieza la discusión sobre cómo hacer frente a los diversos intereses populares, de parte de la burocracia estatal, con los fiscales y los jueces entrando en guerra entre ellos. Dentro de poco también habrá una insatisfacción de las asociaciones profesionales relacionada con el desempleo y el empobrecimiento. Todo eso va creando un caldo de insatisfacción en el país.


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