Dudamel y el milagro de la orquesta efímera

Es un llanto incontrolable el que Jesús Méndez, violinista, de 20 años, arrastra hacia la salida del auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria una noche de finales de junio, la mascarilla vencida sobre la barba, el piercing de la nariz mojado en lágrimas y mocos. Acaba de toparse con Gaudy Sánchez, coordinador artístico de la Orquesta del Encuentro, su orquesta, que ya es historia: se ha desvanecido con los jubilosos compases de la Serenata para cuerdas, de Chaikovski, ejecutados en estado de gracia. Y con casi 10 minutos de aplausos del coliseo canario. “Gaudy me ha dicho que tengo mucho futuro, a mí, un chaval de Gijón, que nunca imaginé haber vivido esto”, solloza, “que podía haberme metido en cosas malas, muy malas. Y esto que llevo a la espalda me ha salvado la vida”.

Los miembros de la Orquesta del Encuentro se abrazan al concluir su último concierto en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria.
Los miembros de la Orquesta del Encuentro se abrazan al concluir su último concierto en el Auditorio Alfredo Kraus de Las Palmas de Gran Canaria. FRANCIS TSANG

Las 58 siluetas vestidas de negro de los otros jóvenes músicos se recortan en la oscuridad. Agrupados en abrazos que no cesan desde el final del último de los tres conciertos de esta orquesta efímera que les ha llevado de Oviedo a Canarias, previo paso por Madrid. Un viaje al que fue invitado a sumarse El País Semanal. La tensión emotiva había cuajado antes, durante el ensayo, con la segunda pieza del repertorio, la compleja Noche transfigurada, de Schönberg. “Ayer esto salió exquisito”, les dijo su director, Gustavo Dudamel, aún en camiseta y vaqueros, antes de atacarla. Se refería al concierto en Santa Cruz de Tenerife, con el que inauguraron el Festival Internacional de Música de Canarias. “Tuvo un punto de madurez, siento que conocen las líneas alternas de la música. Me sentí in heaven, como hace muchos años que no me sentía”. Los jóvenes lo celebraron pateando la tarima del escenario. “Con confianza”, les invitó a tocar. Al concluir el ensayo, empapados aún en la solemne luz posromántica de la obra, elegida como metáfora del tránsito de la oscuridad a la esperanza que tanto tiene que ver con la pandemia, Dudamel venció por fin hacia el atril su cuerpo —hasta entonces poseído por esa gestualidad impetuosa que le retrata—, depositó la batuta y dijo: “Ha sido un viaje hermoso, sublime, único, de una conexión que nunca se acabará”.

Gustavo Dudamel, durante uno de los ensayos.
Gustavo Dudamel, durante uno de los ensayos. FRANCIS TSANG

La gran estrella de la Filarmónica de Los Ángeles (LA Phil), a punto de tomar las riendas de la Ópera de París, parecía sobrecogido, hermanado a sus 40 años con esos ojos brillantes que le miraban. “El director no es nadie sin una orquesta. Nosotros nos transformamos a partir del resto y así nos damos cuenta de que no existen los límites. Vamos a celebrar la música, este encuentro milagroso en estos tiempos. Los queremos”. Y lanzó un beso.

Detrás de él, la actriz María Valverde, su esposa, rompió a llorar sin consuelo.

Para entender la catarsis de esa noche hay que viajar 30 años atrás, cuando el niño Dudamel se sienta con su violín en uno de los “encuentros” del Sistema de Orquestas Infantiles y Juveniles de Venezuela, el prodigioso artefacto de integración social y educación musical copiado en más de 100 países. Allí creció, sigue siendo el director de su formación principal, la Orquesta Simón Bolívar, ahora fracturada, con los músicos en el exilio. “Lo más importante es crear los espacios para que estos jóvenes que vienen de realidades tan diversas puedan encontrarse y enriquecerse”, dice el director en su camerino, minutos antes del concierto, junto a Valverde, los ojos de ella aún enrojecidos. “Eso es lo que yo viví como niño. Después de semana y media, están absolutamente transformados musicalmente. ¿Y cómo? A través del reto. Yo recuerdo que mi maestro [José Antonio Abreu, el creador del Sistema en 1975 y descubridor de Dudamel], en los momentos de crisis, no bajaba la guardia, sino que decía: ‘Ahora vamos a tocar la obra más compleja’. Porque lo que provocaba era deseo, inspiración, motivación, nos sumergía dentro del reto, en la belleza, que es lo que es la música. Conectar y asumir un reto en colectivo es un proceso transformador. Como líderes, como músicos, van a volver a sus comunidades y a entregar ese aprendizaje que en tan poco tiempo, a través del reto, los ha transformado”.

El maestro Gustavo Dudamel, con su esposa y copresidenta de la Fundación Dudamel, María Valverde, antes del concierto de Las Palmas.
El maestro Gustavo Dudamel, con su esposa y copresidenta de la Fundación Dudamel, María Valverde, antes del concierto de Las Palmas.FRANCIS TSANG

Esa mutación había comenzado cuando la Fundación Dudamel —con la ayuda y patrocinio de la Secretaría de Estado de Cooperación y otras 31 instituciones, muchas de ellas orquestas— consigue traer a un hotel de Madrid en plena pandemia a virtuosos de cuerda de entre 18 y 24 años desde 12 países, latinoamericanos en su mayoría. A ellos se suman 20 chicos y chicas españoles. Todos han sido reclutados en sus formaciones musicales y conservatorios. Llevan mes y medio estudiando el repertorio, asombrados ante el desafío. También llegan nueve estrellas de varias orquestas de primer nivel, y reciben una visita de excepción: el arquitecto Frank Gehry, amigo de la pareja y creador del nuevo edificio de la Youth Orchestra of LA (YOLA), una institución heredera del Sistema que también dirige el maestro. El más difícil todavía será conformar una enorme burbuja controlada cada dos días con pruebas covid. No pueden salir del hotel salvo a los ensayos con la formación completa en la sede de la Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid.

El último concierto de la Orquesta del Encuentro, el pasado 28 de junio en Las Palmas de Gran Canaria.
El último concierto de la Orquesta del Encuentro, el pasado 28 de junio en Las Palmas de Gran Canaria.FRANCIS TSANG

“Hemos buscado talentos creativos, futuros líderes globales”, sonríe el director de programas de la fundación, Jacob Slattery, un oboísta de 30 años que podría confundirse, tatuado y cómplice, con los jóvenes músicos. “Y estamos haciendo un montón de milagros”. Llegaron los 11 venezolanos, pese a que se canceló su avión. También dos bolivianos que no repararon en que, aunque vivían fuera del país, necesitaban visa para entrar en España. Milagros construidos con cifras de cinco ceros y apenas 20 personas, algunas voluntarias. Entre ellas, amigos de la infancia de Dudamel, compañeros en las orquestas del Sistema, como Gaudy, administrador artístico de la YOLA, o Cindy Figueroa, una consultora de moda amiga de Valverde, aquí supervisora de la gira. “Estuvimos a punto de cancelar tres semanas antes”, dice la secretaria de Estado de Cooperación Internacional, Ángeles Moreno, quien considera esta actividad estratégica y pretende repetirla anualmente. “Ya se había suspendido en enero por el auge del coronavirus”, añade. Prosigue María Valverde, copresidenta de la fundación: “Pero un día estábamos leyendo Gustavo y yo las cartas que les pedimos que escribieran para presentarse, y tuvimos claro que teníamos que hacerlo, hasta donde la pandemia nos dejara”.

El violonchelista principal de la Orquesta Filarmónica de Viena, Tamás Varga, imparte una clase magistral en el hotel de Tenerife, antes de un concierto.
El violonchelista principal de la Orquesta Filarmónica de Viena, Tamás Varga, imparte una clase magistral en el hotel de Tenerife, antes de un concierto.FRANCIS TSANG

Así comenzó el viaje. Un viaje dibujado por 59 instrumentos que por fin dejaron atrás los confinamientos y tocaron juntos. Por un abrazo que se demoró tres años entre un contrabajista venezolano que vive en Canarias y sus dos hermanas gemelas violinistas; con selfis multitudinarios, partituras anotadas, palabras de otro continente aprendidas del compañero de cuarto, pasillos con música a cualquier hora —había que practicar— o fiestas nocturnas en la habitación más apartada. Hecho de visitas relámpago a la piscina, clases de folclore mexicano en el comedor, tartas que aparecían en los cumpleaños y trenzas que se hacían las chicas unas a otras antes de los conciertos. E ilustrado con todas las fotos que se tomaron, todos los días, con el maestro.

Como en todos los viajes, quedan postales.

Esos ojos tan grandes, tan abiertos, de Malena Verduga al clavarse en una esquina de El jardín de las delicias: “¿Veis?, los instrumentos musicales se vuelven instrumentos de tortura”, señala Fernando Pérez, jefe de contenidos didácticos del Museo del Prado. Es recibido por un coro de exclamaciones. Están solos por grupos en la pinacoteca, antes de que entren los visitantes. Algunos habían tocado dos días atrás en un lugar privilegiado y en compañía de Gehry: frente a Las meninas, tras escuchar a María Valverde recitar el poema en el que se inspiró Schönberg para componer Noche transfigurada.

Cuando Malena, de 18 años, tenía 5, hubo algo en el sonido del violín que la convocó. Pero en su pueblo de la Patagonia argentina nadie lo enseñaba. Orgullosamente cuenta —­utiliza lenguaje inclusivo— que creció en una orquesta donde sus compañeros iban a tocar porque les daban merienda, un remedo del Sistema. “La construcción de un sonido excelente tiene que ver con algo más humano que la música”, asegura, henchida de un sentimiento solidario. En la comunidad que es la orquesta, “mientras más parte me siento”, dice, “más tengo la posibilidad de expresar lo que tengo que expresar”.

El violinista venezolano Romel Jesús Enríquez fue felicitado por Dudamel en el ensayo de Tenerife. Después del concierto, le sorprendieron con una tarta de cumpleaños.
El violinista venezolano Romel Jesús Enríquez fue felicitado por Dudamel en el ensayo de Tenerife. Después del concierto, le sorprendieron con una tarta de cumpleaños.FRANCIS TSANG

El violinista madrileño Jorge Gènova es la estrella en el parque del Retiro. Dos aretes en la oreja, un tupé rebelde, aire de seguridad cuando se lía un cigarro. Levanta grititos al mostrar su truco con la baraja. Dudamel, que ha aparecido por sorpresa en el pícnic tras la visita por el centro de Madrid en este único día libre, se aproxima, intrigado, masticando un bocadillo de jamón con tomate. Jorge se pone nervioso. Que se le acerque alguien que admira tanto… “Me han dicho que no falla. Son matemáticas”, le dice, y se lo enseña. El maestro maneja las cartas, las mezcla. “Si no sale, me corto el pelo”, grita. La expectación es máxima. Sale. “Hay directores que sencillamente no se acercan”, cuenta Jorge, “está muy bien, pero no hay una implicación más allá”. Y no es el caso. Dudamel será al tiempo estudiante y maestro en todos los escenarios. Como en algún punto entre Tenerife y Gran Canaria, cuando sale al jolgorio montado sobre los vaivenes del catamarán, cuya estela los envuelve en salitre. Tras las fotos, se acoda en la barandilla, junto a tres músicos: “Muchachos, guarden siempre las partituras con las anotaciones que vayan haciendo. Cuando pasen los años, será como reencontrarse con otra persona”.

Gustavo Dudamel, en el centro, juega al fútbol en la playa con el violinista venezolano Romel Henríquez (a la izquierda), la violonchelista canaria Paula Torres y el violinista uruguayo Leandro Lapasta, a la derecha.
Gustavo Dudamel, en el centro, juega al fútbol en la playa con el violinista venezolano Romel Henríquez (a la izquierda), la violonchelista canaria Paula Torres y el violinista uruguayo Leandro Lapasta, a la derecha.FRANCIS TSANG

Con su cabellera blanca, Rainer Honeck parece el tío benevolente del grupo, que lo mismo le corrige el agarre del arco a un violinista en un pasillo que se anima a jugar a la pelota en un descanso. Pero es el concertino de una de las mejores orquestas del mundo, la Filarmónica de Viena, y con el stradivarius de 1709 que empuña dirige el último ensayo seccional en el hotel. “Aunque estéis dentro de la orquesta, si tocáis bien”, es su recomendación final, “os escucharán. Haced que el sonido sea limpio”. Después de las fotos de rigor, busca el sol: “Nosotros no tuvimos esto en nuestra formación”, asegura, con un punto nostálgico. Y añade: “Todo es muy emocional, muy fuerte, por la pandemia”. Le acompañan Alejandro Carreño, concertino de la Simón Bolívar, también amigo de la infancia de Dudamel, y Nathan Cole, su homólogo de la LA Phil, quien pronostica: “Estos chicos van a seguir juntos toda su vida, aunque no lo sepan aún”. Un piso más abajo, Teng Li, viola principal de la LA Phil, da su última clase magistral. La timidez instrumental de la chilena Laura Suau contrasta con su pelo verde. “Ya desde que comienzas debes decir al público: aquí pasa algo”, le replica la maestra, todo energía. Ha traído cuerdas como regalo de despedida. “Es un milagro que hayan llegado a tener el nivel para tocar este repertorio, y es por el deseo que tienen, y cómo se apoyan unos a otros”.

Impresiona ver a los maestros sentados junto a los chicos en el último ensayo en Madrid. Integrarlos en la orquesta es un diferencial del Sistema, cuenta Gaudy. Entra Dudamel y Andreas Siles, el concertino boliviano, de 22 años, siente una energía que les envuelve. “Nos llena el cuarto y nos jala, nos lleva a volar”, dirá, “toca algo muy dentro de nosotros en una conexión personal, con cada uno”. “Y muestra con su cuerpo cómo debería sonar la música”, apunta el estadounidense Skyler Lee, contrabajo de la YOLA. También lo cuenta en palabras. Habla de respirar juntos en Schönberg, del “diálogo apasionado, posromántico, decadente”. De un sonido “crujiente” en el allegro de Chaikovski, “como una cerilla”. Y luego reclama desesperación: “¡Vamos al infierno juntos!”. Se acabó. Llega la última sesión de mindfulness y ejercicios para enjugar las forzadas posturas de las horas con el instrumento, dirigidos por Clara Vázquez, la entrenadora de María Valverde. “No puedo darles música”, apunta ella, presta a ejercitarse junto a los chicos, “esta es mi contribución”.

El contrabajista venezolano Rubén Rodríguez, con varias compañeras de la orquesta, en Tenerife.
El contrabajista venezolano Rubén Rodríguez, con varias compañeras de la orquesta, en Tenerife.
FRANCIS TSANG

Todos saben que la expansiva Estefanía Tezanos, boliviana de 22 años, nunca ha visto el mar. “¡Cool!”, gritó al descubrirlo cuando el bus bajaba hacia Santa Cruz de Tenerife. Cool es su seña de identidad tanto como las lágrimas prontas a brotar o el tatuaje que corona su espalda: ella con el violonchelo. Así que es la protagonista de la tarde de playa en el sur. Las olas imponen. Pero los otros la sostienen. Le explican. Le toman fotos. Todos los que llevan bañador se lanzan con el mismo ímpetu con el que manejan el arco, aunque está prohibido mojarse más allá de las rodillas, tal es la resaca. Pero da igual. Se monta una fiesta de chapoteos interminable. Sobre la arena húmeda, un insólito espectáculo: Dudamel juega al fútbol con un puñado de chicos en los que parece comandar Andreas, el concertino. Tan diestro con la pelota como con el violín, dribla adversarios. Andreas viene desde Salzburgo. Practica todos los días. Paula Torres, una violonchelista de Gran Canaria, es la única chica. No toca mucho balón, pero qué más da. Han traído el esférico desde Madrid. Lo pidieron por Glovo. Necesitaban moverse.

Estefanía, claro, sale la última del mar. Radiante. Una ola la tumbó. Y emergió sin un cristal de sus gafas. Pero qué más da.

La violonchelista boliviana Estefanía Tezanos, en su primer baño en el mar en Tenerife durante la gira de la Orquesta del Encuentro.
La violonchelista boliviana Estefanía Tezanos, en su primer baño en el mar en Tenerife durante la gira de la Orquesta del Encuentro.Francis Tsang

En la última noche, en Las Palmas, su casa, Paula Torres ha vivido el mejor concierto de su vida. María Valverde ha sentido que le llena el corazón formar parte de una orquesta, es decir, de un equipo, y que eso es lo que quiere hacer. Gustavo Dudamel ha aprehendido “toda esa frescura, la visión hasta ingenua de un aprendiz, que te enseña que no hay límites”, dice. “Nos vamos enriquecidos de ese deseo primigenio, como de regresar a la tribu, volver a sentarme en la orquesta, que nunca se me ha olvidado”. Estefanía Tezanos camina hacia el autobús con unas gafas de un solo cristal y el tobillo magullado. Pero ha visto el mar y ya sabe que su vida musical será otra. Skyler Lee abraza una cabeza detrás de otra. Apenas habla español. Pero no importa. “Esto será el acontecimiento de sus vidas”, había pronosticado la maestra Teng Li.




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