Los juicios por corrupción y la guerra interna profundizan la decadencia del PRI

El presidente del PRI, Alejandro Moreno, durante una conferencia de prensa.
El presidente del PRI, Alejandro Moreno, durante una conferencia de prensa.Carlos Ramírez / EFE

No hay tregua para el PRI. Poco más de un mes después de registrar unos duros resultados electorales, se acumulan los problemas en el histórico partido mexicano alargando una crisis cada vez más profunda. La debacle territorial −ha perdido ocho de los 12 Estados donde gobernaba− ha vuelto a sacar a la superficie una guerra interna que permanecía aletargada pero que se remonta, al menos, a la salida del poder de Enrique Peña Nieto en 2018. La tensión explotó a finales de junio con una batalla campal a las puertas de la sede del partido que se saldó con un herido de bala. En paralelo, los casos por corrupción contra altos cargos del Gobierno de Peña Nieto siguen aumentando, con la reciente imputación por enriquecimiento ilícito del exsecretario de Economía Ildefonso Guajardo, como último ejemplo. Asediado en los tribunales y roto por dentro, el PRI no encuentra la salida a su laberinto.

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Las imágenes de lo sucedido el 29 de junio en los alrededores de la sede del partido, en pleno centro de Ciudad de México, son más parecidas a una bronca entre bandas callejeras que a una disputa entre militantes de la misma formación. Armados con estacas, más de un centenar de personas se había reunido para pedir la renuncia del presidente del partido, Alejandro Moreno. La protesta derivó en una cacería a palos por las calles de la ciudad y un joven con un balazo a la altura de la clavícula.

Los sucesos rompieron de forma traumática y definitiva un viejo código de la política que el PRI había seguido a rajatabla: los trapos sucios se limpian dentro de casa. En el 2000, la salida del poder tras 71 años de hegemonía total provocó el primer riesgo de implosión con peticiones de expulsión y acusaciones de fraude en la elección del nuevo líder del partido. La reconquista del poder una década después, y el control de los resortes internos por uno de sus clanes históricos, el poderoso grupo Atlacomulco, calmó las aguas. Pero la estrepitosa derrota del 2018 –el candidato José Antonio Meade obtuvo el peor resultado histórico– resucitó la guerra.

El campo de batalla, además, ha cambiado ahora para peor. Cuando Vicente Fox les arrebató la silla presidencial en el 2000, el PRI aún conservaba el liderazgo en la oposición con más del 30% de escaños en ambas cámaras. Hoy, pese a crecer en escaños —de 48 a 69— ha caído al tercer puesto y apenas alcanza el 15% de representación parlamentaria. Más importante aún: pese a la derrota en las presidenciales del año 2000, el poder estatal aún les pertenecía con 19 de los 32 Estados. Antes de las elecciones de junio, controlaban 12. Tras la última debacle solo le quedan cuatro.

En medio de la cuesta abajo, Alejandro Moreno alcanzó la presidencia del partido en 2019 en unas tumultuosas elecciones internas marcadas por acusaciones de corrupción. El cuestionamiento de su liderazgo ha sido una constante desde entonces hasta el estallido de la reciente guerra campal. “Ese tipo de altercados son insólitos en el PRI. Al menos en la esfera nacional donde siempre se había caracterizado por representar una imagen de unidad y ventilar los diferencias internamente”, explica Rogelio Hernández, profesor en Ciencia Política del Colegio de México (Colmex).

El académico, experto en la historia del PRI, apunta también a que “en el contexto actual era hasta previsible que sucediera algo así, porque no hay liderazgos con verdadera autoridad y respeto entre los militantes”. Hernández considera en todo caso que Moreno terminará su mandato y el partido virará en busca de alguna figura “destacada de talla nacional y hasta institucional como Miguel Osorio Chong”, actual senador y antiguo hombre fuerte de Peña Nieto como secretario de Gobernación.

Morena, el elefante en la habitación

Ante los graves sucesos de hace dos semanas, El Comité Ejecutivo Nacional respondió a través de un comunicado donde señalaba al exgobernador de Oaxaca, Ulises Ruiz Ortiz, y lo acusaba de tener “tratos con Morena para desestabilizar al PRI desde hace un par de años”. Las mismas acusaciones que paradójicamente recibe la cúpula del partido. Morena es el elefante en la habitación del PRI.

Desde el nacimiento del partido hoy en el Gobierno, hace menos de una década, la amenaza de quedar desplazados, cuando no engullidos, ha ido aumentando. La aplastante victoria de Andrés Manuel López Obrador en 2018 fue el primer golpe, intensificado en las últimas elecciones intermedias, al arrebatar el partido oficialista los ocho Estados en liza que gobernaba el PRI. Desde el inicio, el proyecto de López Obrador ha sido interpretado como una especie de reformulación del PRI clásico, antes del giro neoliberal de finales de los años 80. El rápido crecimiento de Morena, de hecho, se ha nutrido de un buen puñado de cuadros de aquel viejo PRI.

Otros históricos dirigentes han optado directamente por abandonar el partido. César Augusto Santiago fue secretario general y diputado durante más de dos décadas antes de su salida en 2019. “El PRI ya no es una opción viable en la competencia electoral. No tiene ideas ni identidad. Está sumido en un profundo caos ideológico donde lo que manda es el pragmatismo para conquistar espacios electorales”, apunta el veterano exdirigente. Santiago censura tanto los acercamientos PAN −en las últimas elecciones, los antiguos enemigos fueron socios en un frente antiMorena− como los guiños a López Obrador.

Las críticas a la actual dirección del partido por su sintonía con Morena han ido en aumento. Deslizando incluso negociaciones subterráneas a cambio del apoyo del PRI en la Cámara al partido de López Obrador. Los resultados de las elecciones le han otorgado el papel de posible partido bisagra de cara a alcanzar la mayoría calificada que abre las puertas de las reformas constitucionales, máximo objetivo del presidente. De fondo, siguen corriendo los casos abiertos por corrupción a altos cargos del Gobierno anterior. Desde el excanciller y hombre fuerte del peñismo Luis Videgaray a los procesados Emilio Lozoya, exdirector de Pemex, o la exsecretaria Rosario Robles. La mayoría, de momento, estancados en los tribunales.

El regreso de las sesiones parlamentarias después del verano será la prueba de fuego para comprobar si la estrategia del PRI consiste en plegarse a Morena en la Cámara. López Obrador ya ha anunciado que emprenderá con urgencia un cambio constitucional para desatascar su reforma eléctrica. Un sí del PRI supondría echar atrás parte de la reforma energética impulsada por Enrique Peña Nieto en 2013, una de las banderas de aquel nuevo PRI.

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