Era la final de la Recopa, en teoría la segunda competición europea, pero posiblemente fue la que congregó más jugadores legendarios y memorables en la historia del basket continental. En 1989 se dieron cita, en el Palacio de la Paz y la Amistad de Atenas, Real Madrid y Snaidero Caserta, dos de los equipos emergentes y con más talento del momento en lo que fue un duelo de titanes para el recuerdo.
Petrovic, Oscar Schmidt, Fernando Martín, Gentile, Glouchkov, Biriukov… muchos eran los que tenían condiciones ya entonces para NBA en una era muy incipiente de globalización y en la que los profesionales todavía tenían vetado el camino al basket FIBA.
No fue el primer choque entre ambos equipos aquella temporada. En la fase de grupos el Madrid se había impuesto en dos ocasiones: en casa con una actuación espectacular de Drazen
Petrovic, que consiguió un triple-doble (43 puntos, 12 rebotes y 10 asistencias), y en Italia con un soberbio Fernando Martín decidiendo el triunfo en el último segundo de un choque igualado.
Una vez superaron sus respectivas eliminatorias coincidieron de nuevo en la gran final para jugarse un título por el que habían sido considerados grandes favoritos.
El choque empezó con retraso por un apagón masivo en la capital griega pero eso no enfrió las muñecas de los principales anotadores. Oscar
Schmidt asumió responsabilidades en los italianos para desquiciar primero a Rogers, que acumuló pronto tres faltas, y luego a Cargol. Emergió luego el gran Petrovic con acciones magistrales de fundamentos en ataque y una efectividad admirable.
Petrovic alcanzaba el punto 51 en el minuto final de partido y Oscar anotaba un triple para llegar a 41 y colocar el empate a 102.
En el último ataque del Madrid Gentile recuperó un balón perdido por Petrovic e intentó un tiro lejano recibiendo una falta de Biriukov que finalmente se decretó fuera de tiempo, tras deliberaciones entre el árbitro Kostas Riga y la mesa.
En el tiempo adicional, Petrovic lideró la acometida del Madrid para lograr ventajas de hasta seis puntos. Los italianos no se rindieron pero el genio de Sibenik esta vez ejecutó la canasta definitiva por elevación para colocar el 117-113. El Madrid lograba así su décimo título europeo y Petrovic, autor de 62 puntos con 8 de 16 triples, se consagraba como el gran prodigio del basket continental tras superar los 44 de Oscar.
Lejos de inaugurar una era de gloria, el título puso de manifiesto los celos en una plantilla con egos, como quedó patente en el avión de vuelta a Madrid, sin celebraciones y con los jugadores desperdigados en conspiraciones. La liga fue para un Barça con menos lustre pero más sólido. Al año siguiente Petrovic ya estaba en la NBA.
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