‘Ecoentierros’

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Una mañana de domingo, no hace tanto, una anciana ya muy enferma expiró sin dar un ruido viendo la misa de la tele en la casa del hijo donde le tocaba pasar el mes en una gran urbe española. Después del susto, las lágrimas y los madremías, los deudos dejaron el duelo para más tarde y se pusieron manos a la obra. Le echaron a la abuela un abrigo por encima del camisón con el que le llegó la hora, la bajaron en ascensor al garaje en la misma silla donde se quedó pajarito, la sentaron y amarraron el cinturón en el asiento de atrás del coche a la vera de su nuera, que le iba cantando bajito para conjurar el miedo, y enfilaron los doscientos kilómetros hasta la casa del pueblo rezando a la vez por el eterno descanso de la difunta y porque no les parara la Guardia Civil en un cruce. Llegados a destino, tumbaron a la finada en su cama, llamaron al médico de toda la vida, que certificó el óbito, la velaron como Dios manda, le dijeron misa de cuerpo presente y la sepultaron en la tumba familiar sobre lo que quedaba de la caja de su marido, que llevaba diez años esperándola. Si tamaña odisea fue por cumplir la última voluntad de la finada o para evitarse el engorro y el dispendio del traslado del cadáver solo lo saben los vivos. Lo que es seguro es que la doña no fue la primera ni la última en acabar de aquella manera con o sin su permiso.

“¿Tienes las cenizas de tu ser querido en casa y no sabes qué hacer con ellas?”. La pregunta se oye estas vísperas del Día de Difuntos en la radio en un anuncio de una firma de entierros ecológicos (sic). La empresa ofrece inhumarlas o esparcirlas en un lago, un olivo, o un campo de lavanda dentro de una finca privada. Solo hay que clicar la opción “añadir al carrito” en su web, pagar cómodamente con tarjeta y llevar los despojos ya en su urna. Un cementerio sin ataúdes ni hornos ni muertos, tan limpio, soso y sostenible que lo aprobaría Santa Greta del Cambio Climático, en un país que vive cada vez más de espaldas a la muerte. Yo, de momento, paso. Estoy segura de que mis supervivientes no me llevarán sentada en coche al pueblo, entre otras cosas porque no tengo. Pero igual les apetece hacerse, no sé, un collar con mis escorias, o abonar con ellas el césped del adosado antes de venderlo. Que sea lo que quieran. No tengo prisa.

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