A Eduardo Bolsonaro, 35 años, diputado, enlace latinoamericano con la alianza global nacionalpopulista y aspirante a embajador en Washington, lo bendijo el mismísimo Trump ante los ojos del mundo. Fue el 19 de marzo en los jardines de la Casa Blanca durante la primera visita oficial a Washington de su padre, el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Las preguntas sobre una posible intervención militar en Venezuela para echar a Nicolás Maduro dominaban la rueda de prensa presidencial cuando el estadounidense, el político más poderoso del mundo, dijo con la vista puesta al fondo a su derecha: “Por cierto, veo entre el público al hijo del presidente (Bolsoanaro), ¿puedes levantarte por favor? Has hecho un trabajo fantástico”.
El halago, emitido en directo por las televisiones locales e internacionales, pudo ser una maniobra de distracción frente a la prensa pero el caso es que Bolsonaro hijo, que poco antes había tenido el privilegio de acompañar a su padre en el Despacho Oval -el ministro de Exteriores se tuvo que quedar fuera-, recibía una valiosa palmada en la espalda de Trump. Un gesto que en política vale oro.
Esa cercanía al presidente de EEUU es para Bolsonaro padre el principal activo de su hijo para ser el próximo embajador de Brasil en Washington, puesto vacante hace meses. “¿Cuál es el principal papel de un embajador? ¿No es tener una buena relación con el jefe del Estado de otro país? ¿(Eduardo) cumple ese requisito? Lo cumple. Así de simple”, respondió el presidente, que no oculta su disgusto con las críticas, incluidas las de sus electores. “Lo voy a nominar, sí. Y quien diga que ya no me va a votar más, lo lamento”, declaró la semana pasada frente a la acusación de nepotismo. Su apoyo es esencial pero no suficiente. Debe aprobarlo también el Senado, que no está tan entusiasmado. Y la votación es secreta.
El protagonista se apresuró a negar que sea un hijo de papá y enumeró sus méritos para dirigir la preciada legación: “Presido la comisión de Exteriores, tengo mundo, estuve de intercambio, he frito hamburguesas allí, en Estados Unidos, y mejoré mi inglés”. En esto también Bolsonaro imita a Trump, que nombró a su hija y a su yerno, empresarios, asesores presidenciales y al segundo, enviado para Oriente Próximo.
Eduardo Bolsonaro, el tercer hijo del militar retirado y de su primera esposa, Rogeria Braga, no es un político novato. En otoño fue elegido para su segundo mandato en la Cámara de Diputados federal con el mayor resultado de la historia. Más de 1,8 millones de electores de São Paulo votaron a este policía federal licenciado en derecho para que les represente en Brasilia. Para ir a Washington debe renunciar al escaño y, según la Constitución, tendría que esperar hasta 2024 para ser de nuevo candidato a un cargo electo, o hasta 2028 si el jefe de esta dinastía es reelegido presidente.
Oliver Stuenkel, profesor de Relaciones Internacionales de la Fundación Getulio Vargas, no duda de que con Bolsonaro hijo Brasil ganaría acceso a Trump y a la Casa Blanca pero advierte de que “existen problemas estructurales (en la relación bilateral)” que no cambiarán. Explica que “Brasil no puede entregarle a EEUU lo que este le pide, que es mayor apoyo para resolver la crisis de Venezuela y reducir la influencia de China en América Latina. Por ejemplo, no va a vetar a Huawei”. Este especialista sostiene que en Washington Eduardo cumpliría otra función clave, ser el enlace con la red de líderes y pensadores de extrema derecha –el estadounidense Steve Bannon, el italiano Matteo Salvini, la francesa Marine Le Pen, el húngaro Viktor Orbán…– de cara a una reelección de Bolsonaro.
Cuando en febrero Bannon lo nombró representante en Latinoamérica del movimiento The Movement que lidera, Eduardo dio las gracias y definió la misión: “Trabajaremos con Bannon para rescatar la soberanía de fuerzas progresistas, globalistas y elitistas para expandir el nacionalismo razonable”.
El mandatario lanzó la propuesta, que causó gran sorpresa en todos los estamentos y horror entre los diplomáticos profesionales, justo el día que el designado cumplía 35 años. La fecha es relevante porque es precisamente la edad mínima que la ley brasileña establece para ser embajador. El rumor de que en contrapartida Eric Trump vendría a la embajada de EEUU en Brasilia, también vacante, fue desmentido por este. Si la nominación fracasa, “será un gol en propia puerta”, en palabras del experto Stuenkel.
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