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EE UU, crispado



Los tres acontecimientos que marcan la política esta semana en Estados Unidos —el discurso del estado de la Unión, la votación del impeachment y las elecciones primarias demócratas en el Estado de Iowa— muestran claramente que el presidente, Donald Trump, ha logrado llevar al terreno de la crispación absoluta y la polarización marcada al sistema estadounidense. Un hecho que en un panorama político normal en EE UU sería muy preocupante, pero que coloca al actual inquilino de la Casa Blanca en una posición de ventaja ante la carrera electoral de los próximos meses precisamente porque en eso basa su estrategia.

Trump convirtió el discurso del estado de la Unión en un mitin de campaña reflejo de su estilo bronco y desafiante. Lo que es una de las ceremonias más solemnes que se celebra anualmente en el Capitolio y donde normalmente los presidentes —sean estos republicanos o demócratas— expresan y reciben el respeto del Congreso fue el escenario de momentos inéditos. Trump evitó públicamente estrechar la mano de la demócrata Nancy Pelosi, quien en su papel de presidenta de la Cámara de Representantes presidía la sesión junto al vicepresidente, Mike Pence. Una falta de educación. Pelosi aguardó al final del discurso para devolver el golpe y mientras sonaban los aplausos republicanos rompió la copia del discurso presidencial y la arrojó a una papelera. El gesto es una demostración evidente de que la ceremonia había caído en el juego de Trump, quien pese a la debilidad demagógica de sus palabras resulta imbatible en el juego sucio.
Lo mismo ha sucedido durante el proceso de destitución abierto contra el presidente por utilización personal del cargo de jefe del Estado y obstaculización al trabajo del Congreso. La previsibilidad de la votación final absolutoria en el Senado, programada para la pasada madrugada, muestra que los republicanos han decidido pasar por encima de cualquier prueba incriminatoria —ya sea desestimando los testimonios recogidos o negándose siquiera a escuchar a personas como John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional del propio Trump— para respaldar a su candidato a la reelección presidencial. La relevancia o la veracidad de los hechos ya no importan porque todo gira en torno a la adhesión personal al presidente. Esta es exactamente la dinámica de la que Trump ha hecho su sello personal desde que llegó a la Casa Blanca.
El tercer factor no es achacable al mandatario estadounidense, sino que se ha producido dentro del campo demócrata. El fiasco en el recuento de votos —y el posterior desconcierto— en las primarias demócratas en el Estado de Iowa no es para nada un buen comienzo en la elección de un candidato capaz de hacer frente a la maquinaria propagandística de la que Trump se ha revelado un consumado maestro. Superados los problemas de Iowa —y haciendo todo lo posible por que no se repitan en otros Estados—, el Partido Demócrata debe centrarse en elegir un candidato solvente que genere un amplio consenso y no entrar en las artimañas del presidente. EE UU es una nación mucho más inclusiva y con menos tensión de lo que Trump quiere presentar. El espectáculo ofrecido en la final de la Super Bowl, con un país entero pendiente de dos artistas latinas, es un buen ejemplo de la naturalidad, y hasta el orgullo, con que la sociedad norteamericana vive la pluralidad, la diversidad y el consenso. Esa es la clave de la pugna contra Trump.
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