EE UU pacta con Irak el cese de su misión de combate 18 años después de la invasión


Tras la marcha de Afganistán, Estados Unidos da un paso atrás también en Irak. Desde la Casa Blanca, el presidente Joe Biden y el primer ministro iraquí, Mustafa al Kadhimi, anunciaron este lunes un acuerdo para que a finales de 2021 el ejército norteamericano no participe en ninguna misión de combate en Irak, después de 18 años batallando en el país. El pacto no establece una reducción reseñable de los actuales 2.500 efectivos que quedan desplegados en la zona, sino más bien una redefinición de la misión que tienen encomendada hacia el entrenamiento y la ayuda logística, según avanzaron ya el domingo fuentes de la Administración norteamericana en una llamada con periodistas.

Biden compareció durante unos minutos ante la prensa en la Casa Blanca, donde se reunía con Al Kadhimi, para confirmar que EE UU no tendrá ninguna implicación en las operaciones de combate en el país árabe “a finales de este año”. El mandatario no dijo nada sobre los cerca de 900 militares que están desplegados en la vecina Siria. Por su parte, el primer ministro iraquí afirmó que la relación de su país con EE UU es “más fuerte que nunca”.

Como hace casi siempre cuando se trata de Irak, Biden recordó que su hijo Beau, fallecido en 2015 debido a un cáncer, estuvo destacado en ese país por el Ejército norteamericano entre 2008 y 2009. El presidente reiteró el compromiso de EE UU de seguir apoyando la consolidación de la democracia en Irak y se declaró esperanzado con las elecciones en ese país el 10 de octubre. Quiso recalcar que Washington seguirá ayudando al Gobierno iraquí en cuestiones sanitarias, de medio ambiente y con miles de dosis de vacunas contra la covid-19, que ya están “de camino” a Bagdad. Las declaraciones de ambos mandatarios se sellaron con el tradicional apretón de manos.

Tras la invasión ordenada por George W. Bush en 2003 y el derrocamiento de Sadam Hussein, Barack Obama anunció en 2011 el que había sido el fin de la guerra más impopular de la historia y dejó escasas tropas. Pero el país seguía entonces -y ahora- siendo presa de la inestabilidad, y en 2014, ante el avance de los terroristas del autodenominado Estado Islámico (ISIS, en sus siglas en inglés), que se había hecho con parte del territorio, el Gobierno iraquí pidió a Estados Unidos ayuda para responder y Obama decidió volver a intervenir.

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Para Mustafa al Kadhimi, al que esperan unas elecciones parlamentarias en octubre, el anuncio de este lunes supone una victoria política de cara a las facciones antiamericanas. El primer ministro se encuentra entre la espada y la pared, la necesidad de hacer frente al Estado Islámico y la imagen de tener tropas extranjeras en el país. Mientras, Estados Unidos e Irán miden sus fuerzas en su territorio. Las milicias proiraníes han redoblado sus ataques contra los estadounidenses en los últimos meses y, en respuesta, estos bombardearon posiciones de dos de esos grupos el pasado junio. Y el Estado Islámico sigue, por su parte, dando dentelladas. El grupo reivindicó la semana pasada la autoría de un atentado que mató a 30 personas e hirió a decenas en un mercado a las afueras de Bagdad.

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Fuentes de la Administración estadounidense calificaron al Ejército iraquí de “capaz” de proteger su propio país incluso en el campo de batalla, si bien advirtieron: “Mientras terminamos formalmente la misión de combate y dejamos claro que no habrá fuerzas estadounidenses con un papel de combate en la región, Irak ha solicitado, y estamos de acuerdo, que necesitan entrenamiento continúo, apoyo con la logística, ayudas en inteligencia y asesoramiento para la reconstrucción, que van a continuar”.

Los tentáculos de Teherán

Washington ya llevaba tiempo negociando con Bagdad la salida de sus tropas de combate de Irak, donde siempre ha subrayado que se mantenía a petición de su Gobierno con la misión de combatir al Estado Islámico, frente a la ocupación concluida en 2011. La muerte del poderoso general Qasem Soleimani, comandante de la fuerza de élite Al Quds de la Guardia Revolucionaria iraní, junto a operativos iraquíes a principios de 2020, redobló la presión sobre el Gobierno iraquí. El Parlamento aprobó una moción en la que exigía al Ejecutivo la expulsión de las tropas de Estados Unidos a iniciativa de la coalición Fatah (el grupo más proiraní de la Cámara). Irán tiene tentáculos en todos los niveles de ese Estado, a través de las milicias y los partidos políticos asociados que patrocina.

Biden, aunque ha subrayado su compromiso en la lucha contra el terrorismo, también ha dejado clara su intención de restar atención a Oriente Medio para poder centrarse en el desafío que supone China en prácticamente todos los terrenos, militar, comercial o tecnológico. Esa estrategia de fondo y, muy especialmente, la asunción de que ya no quedaban muchas mejoras que esperar, explican la retirada de las tropas de Afganistán, que se completará el 31 de agosto.

No es una decisión políticamente gratuita. El repliegue tiene consecuencias directas en la población afgana, en una situación de extrema fragilidad ante los talibanes. Este lunes, el mismo día del anuncio del acuerdo de Biden y Al Kadhimi en la Casa Blanca, Naciones Unidas hizo pública una cifra récord de víctimas civiles en enfrentamientos entre las fuerzas del Ejército y los radicales. Al menos 2.400 han muerto o resultado heridos en los meses de mayo y junio, el número más alto para ese mismo periodo de cualquier año desde 2009. Conforme los aliados se han replegado, los extremistas han ido avanzando y han tomado el control de más territorio. Nadie en Washington puede mostrar sorpresa. Un informe de la inteligencia estadounidense de finales de junio reveló que estos insurgentes podrían tomar el control de la capital en un plazo de entre seis y 12 meses tras la marcha de los soldados.

Irak es también la historia de una de esas guerras convertidas en una tela de araña para Estados Unidos, que comenzaron cuando algunos de sus actuales combatientes eran apenas unos niños y se han enquistado con el paso de los años.


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