Durante décadas, la casa más famosa de la diseñadora irlandesa Eileen Gray (1878-1976) fue popularmente atribuida a Le Corbusier. Que el autor de Chandigarh la okupara con ocho murales pintados en contra de la opinión de Gray y que al incluir esos frescos en sus obras completas no mencionara a la arquitecta no ayudó a aclarar el equívoco. El resto de la leyenda lo tejió la larga, fructífera e intensa vida de Gray —una de las pioneras de la arquitectura moderna, una creadora elegante y visionaria y una de las primeras diseñadoras abiertamente homosexuales—, que, por longeva, vivió para ver desaparecer y reaparecer su fama. Sus singulares diseños, audaces, vanguardistas y artesanales a la vez, los precios que adquirieron en subastas posteriores y su vida de catolicismo, lujo, bohemia y vanguardia artística en París terminaron de dibujar el mito.
Corría 1929 y, con la casa acabada pero apenas conocida —estaba en Cap Martin, en un lugar donde no existía camino de acceso en la costa del sur de Francia—, su nombre contribuyó al misterio. La vivienda no se llamó Mi Descanso o, pongamos por caso, Villa Eileen, sino E1027, que resulta un poco más difícil de descifrar. E1027 es un acrónimo que encierra en cuatro iniciales (tres de ellas cifradas) el nombre de sus dueños. La E identifica a la propia Eileen, el 10 es el puesto que ocupa en el alfabeto la inicial del otro habitante, el rumano Jean Badovici, el 2 corresponde a la B de ese apellido y, cerrando la cifra, el 7 representa la G de Gray.
La casa que diseñó Gray para ella y su protegido, el arquitecto y periodista Jean Badovici, mira al Mediterráneo desde una ladera sembrada de pinos en Roquebrune y nació como un acto de unión entre dos personas en un lugar apartado. La mujer, Gray, era abiertamente lesbiana. Este dato no resulta anecdótico en su vida ni en el azar de la vivienda.
Gray tenía 46 años. Se entusiasmó por un inquieto arquitecto de origen rumano al que abrió las puertas del París más vanguardista, tal y como se las habían abierto a ella. Quince años menor que ella, él no había construido nada, pero juzgaba la arquitectura y el diseño en las páginas de L’Architecture Vivante y la convenció para que diera el paso del interior al exterior. Ese entusiasmo acabó con la apasionada relación que Gray mantenía con una cantante de moda en el París de los años veinte, Marie-Louise Damien, conocida como Damia, que se paseaba por la calle Bonaparte —donde vivía Gray— con una pantera negra atada a una correa. Damia se había escapado de su casa con 15 años. La propia Gray había llegado a París con 22 y para caminar tranquilamente con su primer amor, Jessie Gavin, tendía a vestirse de hombre.
Aunque las diversas historias de la arquitectura la ignoraran, y las pocas que contaron luego su contribución la nombraron asistente de Badovici, fue la fama de Gray como inclasificable lo que atrajo al arquitecto rumano. Cuando se conocieron, Gray ya había ideado sus famosos biombos, había firmado el interior de sucesivas viviendas y había abierto una galería con nombre de hombre, Jean Désert, para vender sus diseños en el 217 de Faubourg Saint-Honoré. Allí acudían a comprar buena parte de sus distinguidas amigas, Gertrude Stein, Elsie de Wolfe o Sylvia Beach, la dueña de la librería Shakespeare and Company, no lejos de la calle Jacob, donde —según ha investigado Katarina Bonnevier en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM)— la casa de Natalie Barney se había convertido en su lugar de reunión. Con todo, su mejor cliente fue el diseñador de moda Jacques Doucet. Paradójicamente, será la subasta de la colección de muebles de este modista, 40 años después de su muerte en 1929, lo que le permita a Gray recuperar su papel en la historia de la arquitectura.
Hija de un pintor terrateniente y de la baronesa Lady Evelyn Pounden, criada en el campo irlandés de Wexford como Kathleen Eileen Moray, para cuando llegó a París con su madre para visitar la Exposición Universal de 1900 —y de paso descubrir la obra de Charles Rennie Mackintosh—, Gray ya sabía que quería diseñar. Con 22 años regresó a Londres para estudiar y allí conoció a Jessie Gavin, su primer amor. En una visita al Museo Victoria & Albert se preguntó qué se podría hacer con la laca japonesa en el siglo XX. Sus primeros trabajos los dedicó a investigarlo.
Corre 1905 cuando Gray y Gavin estudian en la Académie Julian, que todavía existe en la calle Dragon de París, y por donde, unos años antes, había pasado Matisse. Es entonces cuando Gray conoce al japonés Seizo Sougarawa y comienza a hacer biombos móviles y lacados. También cuando se instala en el 21 de la calle Bonaparte. Desde allí viaja a África y Estados Unidos. Y allí regresa, durante la I Guerra Mundial, para conducir ambulancias con el resto de sus modernas amigas. En 1923, abre la galería, un año después de conocer a Damia. Algo más tarde aparece Badovici, firma su primera casa —para la que ideó más de un centenar de muebles— y, muy poco después, todo comienza a desmoronarse.
Cuando la relación entre el director de L’Architecture Vivante y Gray se enfría, ella le cede la residencia donde han sido felices, incluidos muchos de los diseños —mesas, lámparas, armarios o alfombras— que ahora se muestran hasta el 10 de octubre en el IAE de San Sebastián, y comienza a diseñar otros muebles y una nueva vivienda.
Como periodista, Badovici conoce a Le Corbusier, que ya ha firmado casas emparentadas con la austeridad y la ligereza exterior de la vivienda. La Semana Santa de 1938, Badovici le deja la residencia en Cap Martin a su amigo, que adora el lugar, y terminará construyéndose su famoso Cabanon (una cabaña de apenas 10 metros cuadrados) en el límite de la propiedad. El futuro autor de Ronchamp se instala en la E1027 y comienza a pintar frescos en las paredes. No uno, pinta ocho. La vivienda deja de ser blanca. Queda invadida por las escenas eróticas de Le Corbusier. En palabras de la arquitecta Beatriz Colomina, que ha estudiado durante años lo que allí sucedió: “Como todos los colonizadores, no piensa que sea una invasión sino que lo considera un regalo”. Cuando Gray descubre la invasión monta en cólera. Pero hay problemas mayores. Con la II Guerra Mundial tiene que regresar a Londres. Para cuando está de nuevo en Francia, descubre que su casa de Saint-Tropez ha sido saqueada. Y la E1027, tiroteada y ocupada.
En 1956 Badovici, con un grave problema en el hígado, sabe que se muere y llama a Eileen, que acude a Mónaco y lo acompaña en sus últimos días. Luego Gray se recluye en París, en la calle Bonaparte. Ya apenas diseña. Ha firmado más de 400 ideas y vive rodeada de algunas de ellas, como el sillón Bibendum, inspirado en el muñeco de Michelin que hoy produce Classicon, o la mesilla que sube y baja E1027, que ideó para que su hermana pudiera desayunar en la cama. Gray no trabaja con encargos, diseña lo que ella o sus amigos necesitan.
Louise Dany entra como gobernanta en la casa de Gray, se convierte en colaboradora y termina siendo su compañera más fiel. En 1968, Gray tiene 90 años. Tras décadas de silencio, Joseph Rykwert firma un artículo en la revista Domus reconociéndola como pionera cuando ya nadie la conoce. Para 1972 comienza la subasta de los muebles de Doucet. La silla Dragon, también llamada Serpiente, es adquirida por Yves Saint Laurent. Cuando se vuelve a vender, en 2009, lo hará por más de un millón de dólares.
Lo poco que queda de los dibujos, notas y facturas de Gray está en los archivos del Museo Victoria & Albert, en Londres. Sabemos por esa documentación que durante años contó con la colaboración del mueblista japonés Kichizo Inagaki, que la ayudaba a construir sus diseños capaces de transformar interiores. Es esa creatividad móvil, exquisita y transformadora lo que ha ganado a Gray un lugar en la historia.
La casa E1027 no es, por mucho que se haya escrito ampliando el mito, la primera vivienda moderna. Para 1925, cuando la diseñadora compra el terreno, Le Corbusier ya ha firmado la residencia de sus padres junto a un lago o el estudio para Amédée Ozenfant en París. Lo que no ha conseguido Le Corbusier es la correspondencia entre la rompedora modernidad de la fachada de sus edificios y su acartonado interior. Era eso lo que le faltaba: los muebles versátiles capaces de transformar la arquitectura.
Le Corbusier terminaría sus días nadando —y ahogándose— en el mar frente a la casa. Gray, rodeada de sus muebles en la calle Bonaparte. Desde hace una década, una placa de mármol recuerda que vivió allí durante 70 años. Paradójicamente, los intrusivos murales del arquitecto evitaron la destrucción de una de las casas más enigmáticas del mundo. Hoy cuentan una historia de libertad y de egocentrismo, de osadía, amor, tal vez de celos y, seguramente, una mezcla de admiración y miedo.
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