Cuando la congresista republicana Liz Cheney ha dado paso a los vídeos “nunca vistos” del ataque al Capitolio, los miembros de la Cámara de Representantes presentes en la sala en la que se presentaron las conclusiones de la comisión que investiga los hechos del 6 de enero han empezado a revolverse en sus sillas. Estaban aquel día en el que debían certificar el traspaso pacífico de poderes de Donald Trump a Joe Biden y tuvieron que esconderse para salvar sus vidas.
Este jueves, al revivir aquellas horas con nuevas imágenes, movían la cabeza, se llevaban las manos a la cara, apartaban la vista de las inquietantes imágenes recopiladas durante una investigación que ha durado 11 meses y ha incluido la realización de un millar de entrevistas y la revisión de unos 140.000 documentos. La demócrata Pramila Jayapal no podía contener el llanto, mientas su compañera de partido Cori Bush le dejaba un pañuelo para secarse las lágrimas. Después, durante el receso que siguió a la proyección, Bush, visiblemente afectada, dijo : “Esa gente pertenece a nuestras comunidades y vinieron aquí a atacar lo que representa este edificio. Sigo sin creerlo”.
La audiencia había arrancado media hora antes, con el presidente de la comisión, Bennie Thompson, demócrata de Misisipi, yendo directo al grano. “El 6 de enero fue la culminación de un intento de golpe de Estado de Donald Trump”, sentenció al inicio de una sesión histórica, emitida en horario de máxima audiencia por varias cadenas de televisión a la vez, y con una puesta en escena que recordó a otras ocasiones dramáticas de la historia reciente de Estados Unidos, como el Watergate o los hechos del Irán Contra. “No podemos barrer lo que pasó debajo de la alfombra. El pueblo merece respuestas”, añadió
Thompson se presentó como un ciudadano estadounidense con “un juramento constitucional”, que exige la protección de Estados Unidos tanto de las amenazas externas como de las internas. “Ese juramento se puso a prueba aquel día”, añadió Thompson, que se acordó de los miembros de las fuerzas de seguridad que trabajaron ese día. Algunos estaban presentes en la sala.
Después fue el turno de Cheney, una de los dos congresistas republicanos que forman parte de la comisión (la completan siete demócratas). Cheney, que está proscrita dentro de su propio partido por oponerse abiertamente a Trump y su Gran Mentira del robo de las elecciones de 2020, que defiende desde entonces sin pruebas, lanzó un mensaje a sus correligionarios: “Llegará un día en el que Donald Trump será historia, pero vuestro deshonor quedará registrado para siempre”.
La congresista ha repasado después con ayuda de vídeos de testimonios recogidos durante la investigación, incluidos los de Ivanka, hija de Donald Trump, y su yerno Jared Kushner, y documentos incluidos en ella, cómo Trump y los suyos continuaron en los meses previos a la insurrección con el bulo del robo electoral, pese a que sabían con certeza que era eso, un bulo.
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El objetivo de Cheney es probar los intentos del expresidente de anular las elecciones de 2020 en los dos meses que pasaron entre el triunfo de su contrincante y el 6 de enero, una jornada que estaba llamada a resolverse como un mero trámite democrático de traspaso de poderes presidenciales y que se convirtió en una insurrección en toda regla, cuando miles de seguidores de Trump, que habían acudido a Washington a un mitin convocado por él, marcharon sobre la sede parlamentaria estadounidense y entraron en ella por la fuerza. Ese día murieron cuatro personas, y en los siguientes, otras cinco más.
La audiencia —a la que seguirán cinco más; la siguiente, el lunes próximo― ha continuado con el testimonio en la sala de Caroline Edwards, una oficial de policía del Capitolio que, como centenares de sus compañeros, resultó gravemente herida, ante el empuje de los alborotadores favorables a Trump y miembros de grupos de extrema derecha, que se habían citado ese día en la Capital Federal. Varios miembros de dos de ellos, los Proud Boys (Muchachos orgullosos) y los Oath Keepers (Guardianes del juramento) han sido acusados de rebelión sediciosa.
El cineasta británico Nick Quested ha sido otra de las piezas fundamentales del puzle de la primera noche de audiencias. Quested siguió a los Proud Boys en los meses previos al 6 de enero. Y fue testigo de una reunión el 5 de enero entre el líder de Proud Boys, Enrique Tarrio, y el fundador de Oath Keepers, Stewart Rhodes, en un parking de Washington, a pesar de la orden judicial impuesta a Tarrio de alejamiento del Distrito de Columbia como consecuencia de un arresto anterior. Según un expediente judicial del Gobierno, el equipo de filmación del documental de Quested estaba con el grupo dentro del garaje y captó el audio de una persona no identificada hablando sobre el Capitolio. Los detalles de la reunión hasta ahora han sido escasos.
Media hora antes del inicio de la audiencia, una muchedumbre ya se había reunido en un parque cercano al Capitolio, en el que se retransmitió en una pantalla gigante el espectáculo político. A los asistentes les movía el deber cívico de comprender qué sucedió exactamente aquel día de enero en el que la democracia estadounidense estuvo en peligro y también pasó uno de sus mayores bochornos ante una audiencia planetaria que vio una fragilidad poco favorecedora. También ayudó a la convocatoria al aire libre el hecho de que hubiera helados gratis para los asistentes, al atardecer de un día sofocante y ventoso en la capital estadounidense.
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