Un niño juega con el teléfono móvil.PIXABAYUn nuevo estudio publicado este martes en la revista Jama Pediatrics concluye que el 67% de las aplicaciones utilizadas en familias con niños desde la edad preescolar, entre tres y cinco, venden los datos a terceros para que enfoquen su publicidad. Esto pasa todos los días tanto en Estados Unidos como en Europa. Otro de los puntos que resalta el trabajo es que el nivel educativo de los padres juega un papel importante. “Siempre se ha considerado que el nivel socioeconómico te da un mayor conocimiento de algo y es verdad que en líneas generales es así”, reconoce Natalia Martos, CEO y fundador Legal Army, proveedor alternativo de servicios jurídicos enfocado en privacidad de datos. “Sin embargo, se puede tener un título universitario y tener un desconocimiento absoluto de las redes sociales”, advierte.Que se tratara de una recopilación tan extensa de datos por aplicaciones para niños de apenas cuatro años fue lo que más impactó a Jenny Radesky, principal autora del estudio y pediatra en el Hospital Mott Children de Michigan (EE UU). Para ella, la solución más evidente es que las empresas que desarrollan estos juegos hagan un “mejor trabajo” antes de ponerlos en la red. “Esto podría incluir una revisión del código de las aplicaciones para asegurarse de que no tengan SDK [kits de desarrollo de software que pueden hacer que la aplicación recopile y comparta identificadores]. Las tiendas de aplicaciones también podrían ser más transparentes”, propone.Para la experta, es esencial hacer más investigación sobre cómo el aprendizaje automático (machine learning) y la inteligencia artificial influyen en el contenido que ven los niños, sus comportamientos en línea y el bienestar resultante. Su mayor miedo es la manipulación que sufren los niños sin ni siquiera saberlo: “Lo que más me preocupa es que los niños sean manipulados a través de publicidad basada en su comportamiento que los empuje a instalar o hacer clic en contenido que no es apropiado para ellos. Ha habido muchos problemas con la desinformación y el discurso del odio que se difunden en línea y se dirigen a poblaciones vulnerables. Este tipo de identificadores digitales que alimentan los perfiles de marketing son parte del problema”, concluye.Este nuevo estudio no constituye una sorpresa para Martos, pero sí el hecho de que los investigadores de la Universidad de Michigan (Estados Unidos) se hayan sorprendido al ver la vulnerabilidad de los menores en general y en las descargas de aplicaciones en particular. Para explicarle este problema a los niños, Martos haría un esquema “muy sencillo” en una pizarra con flechas. “Si te bajas este juego resulta que la matrícula de tu móvil y tu ubicación se la estás dando a este, este y este que puedan llegar a ser miles. Estos tienen acceso a todo, a tus hábitos de consumo y hasta a qué página web has visitado”, explica. Con todo esto lo que hacen es poner anuncios para que el usuario menor compre tal cosa y eso es lo que menos le gusta a Martos, es decir, que hagan marketing dirigido a los niños. “Hay que saber que cuando no pagas la aplicación, el producto eres tú”, asegura.Y en Europa… En Europa existe el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) vigente desde 2018 que considera la protección de datos como un derecho fundamental, que castiga a cualquiera que la infrinja con una multa de hasta 20 millones de euros y que tiene un apartado especial para menores. En Estados Unidos, cuenta Martos que el tráfico es brutal y que prima antes el comercio que cualquier cosa. No tienen una ley tan estricta como en Europa, pero la que hay desde 1998, llamada COPPA (Children’s Online Privacy Protection Act), obliga a que la descarga de una aplicación se haga con la supervisión de un tutor legal que lea y entienda la política de privacidad. Pero no es tan sencillo, pues las políticas de privacidad no siempre existen, no siempre se encuentran y no siempre se entienden.La responsabilidad no tiene que caer solo sobre los padres, pero su papel es crucial para prevenir este problema. Una de las soluciones esenciales son la implementación de controles parentales en el dispositivo para que el menor no pueda bajar aplicaciones. “Esta primera barrera y es fundamental porque en el momento que demos la apertura, en cualquier app aunque parezca inofensiva, se descarga mucha información del móvil del niño. Imagínate el daño que supone eso”, advierte Martos. La experta insiste en que es una tecnología completamente compleja y que está hecha así de forma intencionada. “No es nada fácil detectar la política de privacidad, saber bien qué implica, si se ceden los datos a terceros o no, pero hay que intentarlo”, aconseja. “Aunque es verdad que muchas aplicaciones no cumplen con la norma vigente”, remata. La escuela también tiene su parte de responsabilidad y se necesita enseñar al niño qué es realmente la privacidad y qué significa estar en una red y que sus datos fluyan por ahí. “Pero esta labor pedagógica no se está haciendo apenas”, asume. ¿A qué edad se aconseja que un niño pueda usar estas aplicaciones o un smartphone? Es difícil determinarlo, pero la ley europea establece que los 14 años parece la mejor opción, ya que alcanza un criterio suficiente para valorar y entender lo que está escrito.EstudioPara Mar España, directora de la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), si se consigue enseñar en los colegios e institutos lo que es la privacidad a esos ocho millones de niños escolarizados, se reduciría esa brecha que menciona el estudio. “Todos tendrían la oportunidad de aprender de ello y de saber cómo hacer un uso responsable de Internet”, espera. Desde la agencia han hecho cursos con una audiencia de hasta 6.000 familias de unas tres horas dónde enseñan las pautas básicas que deben saber unos padres cuando regalan un dispositivo a su hijo. “Es cómo cuando das la llave de un coche, le avisas que se puede matar, que hay peligro y que no beba. Las pautas son evidentes. Pues con un dispositivo como una tableta que se regala para la primera comunión tendría que ser igual, pero falta educación. La privacidad es como la salud, no la valoramos hasta que la perdemos”, insiste. Por eso, es esencial educar, comunicar y enseñar a un niño que, tal y como hay que cruzar con el semáforo en rojo, hay que tener cuidado en las redes.Según Richard Benjamins, codirector del área de Ética y Responsabilidad de OdiseIA, Observatorio español para el Impacto Ético y Social de la Inteligencia Artificial “la compartición de datos personales a través de apps gratis y otras vías digitales sin la conciencia del usuario es un problema grave y bien conocido en España y otros países, pero por otro lado es la esencia del modelo de negocio actual de Internet que todos disfrutamos”. Al experto le preocupa en particular que este estudio revele que también los niños y niñas que requieren de una protección especial son víctimas de estas prácticas alegales. “Estas prácticas, debemos recordar, en España también se llevan a cabo por empresas muchas veces de otros países como EE UU. En cualquier caso, si se soluciona el problema de base, también se soluciona en el caso del menor. En general, en España las clases sociales más bajas suelen sufrir más de las consecuencias negativas de las tecnologías que las clases más altas”, comenta. Para Benjamins, dado que la regulación “no es capaz de ir a la velocidad que se requiere”, el peso de la responsabilidad ética recae en el mundo empresarial, que debería de velar por un negocio responsable, y en particular cuando se trata de menores.Los autores del estudio mencionan también la necesidad de pruebas integrales de las prácticas de recopilación de datos de aplicaciones y plataformas por parte de los organismos reguladores. “Necesitamos información más precisa para elaborar mejor una legislación de privacidad que proteja adecuadamente los derechos de los niños en el entorno digital moderno”, opinan.Puedes seguir a EL PAÍS TECNOLOGÍA RETINA en Facebook, Twitter, Instagram o suscribirte aquí a nuestra Newsletter.
Source link