Europa teme que la muerte en un ataque con un dron estadounidense del poderoso general iraní Qasem Soleimani suponga el golpe de gracia al languideciente pacto nuclear firmado con Teherán. La diplomacia europea lleva más de un año y medio buscando fórmulas para salvar el acuerdo mientras observa impotente como a Este y Oeste, Irán y Estados Unidos, con los que en 2015 compartió mesa y sonrisas en Viena para sellar la salida de la República Islámica de la espiral atómica, colocan nuevos ladrillos en el elevado muro que les separa.
Desde que en mayo de 2018 Donald Trump provocara una sacudida al anunciar la retirada de EE UU del pacto firmado en la capital austriaca junto a Francia, Alemania, el Reino Unido, Rusia y China, que congelaba el programa nuclear iraní a cambio de un levantamiento de las sanciones, la UE se ha dirigido repetidamente a Washington y Teherán en busca de una desescalada que permitiera recuperar el espíritu de cooperación. La última de ellas fue este mismo viernes, tras el ataque que costó la vida a Soleimani. “La UE está dispuesta a mantener su compromiso con las partes para contribuir a calmar las tensiones y revertir la dinámica del conflicto”, afirmaba el alto representante de Política Exterior, Josep Borrell. Un mensaje similar, acompañado de una advertencia, lanzó el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, ese mismo día.”Hay riesgo de un estallido generalizado de violencia en toda la región y del surgimiento de las oscuras fuerzas del terrorismo, que prosperan en momentos de tensiones religiosas y nacionalistas”, alertó el político belga.
La estrategia europea no ha dado resultado de momento. Por un lado, Irán ha intensificado el enriquecimiento de uranio en los últimos meses. Y por otro, EE UU, lejos de volver al redil, continúa estrangulando la economía iraní con sanciones que han reducido en un 80% las exportaciones de crudo, su principal fuente de ingresos. Y ha dinamitado los pocos puentes que quedaban con el régimen del ayatolá Ali Jamenei al asesinar a Suleimaini, uno de sus hombres fuertes. La anunciada respuesta de las autoridades iraníes a la afrenta resulta impredecible, pero el flanco nuclear se presenta como uno de los instrumentos más eficaces para hacer daño a Washington.
El futuro parecía despejado en 2015, cuando se abría un horizonte de paz nuclear en una de las regiones más inestables del planeta. Las frases eran cortas y triunfales. “Hemos frenado la expansión de las armas nucleares en Oriente Próximo”, proclamaba el entonces presidente estadounidense, Barack Obama. La nueva era que debía empezar entonces, inspirada en un acuerdo que llegó a ser comparado con los de Camp David para blindar la paz entre Egipto e Israel, o con la reconciliación entre China y EE UU en 1972, fue solo una ilusión. Dos años de negociaciones y decenas de reuniones cara a cara entre el secretario de Estado, John Kerry, y el ministro iraní de Exteriores, Javad Zarif, han quedado, tras el paso del huracán Trump, prácticamente reducidas a escombros.
La UE se resiste, pese a todos los obstáculos, a dejar morir el acuerdo nuclear. Bruselas se ha erigido en la gran defensora del multilateralismo ante el vacío dejado por EE UU en el acuerdo del clima de París o el abandono de tratados comerciales. El club comunitario observa de reojo las elecciones presidenciales de noviembre, en las que una derrota de Trump tendría potencial para inocular oxígeno a un pacto moribundo. Pero con la zona convertida en un avispero, diez meses puede ser demasiado tiempo.
Desde mayo pasado, Teherán ha ido adoptando hasta cuatro medidas distintas para aumentar el almacenamiento de combustible nuclear y enriquecer el uranio de bajo grado hasta conseguir una pureza más alta, y ha puesto en marcha centrifugadoras avanzadas para aumentar el almacenamiento del uranio enriquecido, medidas prohibidas según el acuerdo.
Desconfianza de Teherán
Irán ha hecho oídos sordos a las advertencias de Francia, Alemania y el Reino Unido, dispuestas a reactivar las sanciones si Teherán no enmienda el rumbo, porque considera que los esfuerzos europeos para compensar la salida de Estados Unidos del pacto se han demostrado insuficientes. Bruselas ha desplegado medidas para proteger las inversiones europeas en Irán y permitir que el flujo de transacciones comerciales y financieras se mantengan pese al veto estadounidense. Entre ellas la puesta en marcha de un mecanismo de pagos para que las empresas europeas puedan esquivar el control —y el castigo— norteamericano sobre operaciones comerciales lícitas. Pero su éxito queda lejos de ser ni siquiera discreto.
Con el actual aumento de las hostilidades, la posición de la UE y su trabajo para acercar a ambos países también queda en riesgo: tanto Irán como EE UU pueden exigir gestos que obliguen a los 28 a optar por uno u otro bando. En esa disyuntiva, dadas las recientes violaciones del acuerdo nuclear por parte de Irán, ni siquiera las discrepancias con la política exterior de Trump y con sus métodos expeditivos para eliminar a sus adversarios en la región parecen suficientes para que la UE se distancie de un aliado histórico.
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