El acusado de matar en Oviedo a la niña Erika Yunga tiene antecedentes por agresión sexual


Solo 48 peldaños separaban el piso de Erika Yunga del de su asesino. La niña, de 14 años, vivía en una cuarta planta de un bloque en la calle de Vázquez de Mella, en Oviedo, tres pisos por encima del apartamento que un hombre de 31 había alquilado hacía apenas tres semanas. Para salir y volver de casa, la chica siempre cogía las escaleras, y así lo hizo este martes, el día en que fue asesinada. A la hora de comer, la adolescente volvía del instituto y llamó al portero automático de su casa. Le abrieron la puerta, pero no pasó del primer piso. Su presunto homicida la interceptó en el rellano, la llevó a su domicilio y allí la mató. Sus familiares, al ver que no aparecía, bajaron andando a buscarla. En las escaleras encontraron un rastro de sangre que conducía al 1º E. El hombre, del que no ha trascendido la identidad, tiene antecedentes por agresión sexual, según la agencia Efe.

Desde el momento en el que comenzó la investigación, la violencia sexual ha estado presente como una de las líneas a seguir. Este pasado enero, el Ministerio de Igualdad comenzó a contabilizar los asesinatos de mujeres que se cometen fuera del entorno de la pareja o expareja, y los categoriza como feminicidios familiares, sexuales, sociales y vicarios. Esta nueva estadística, que se anunció en 2018, aún no ha sido publicada, aunque se prevé que eso suceda durante el primer semestre de este año. Según ha informado en varias ocasiones una portavoz del Ministerio de Igualdad, se están “ultimando” detalles para poder hacerla oficial y pública.

Según la última macroencuesta de violencia contra las mujeres, de 2019, el 13,6% de las chicas menores de edad han sido sometidas de alguna forma para mantener algún tipo de relación sexual que no deseaban; de ellas, el 6% acabó haciéndolo. Entre los 16 y los 24 años, el 60,5% de las mujeres asegura haber sufrido acoso sexual. Para toda la población femenina en España, la violencia sexual ha afectado al 6,5% entre las mayores de 16 años y un 3,4% la han sufrido antes de cumplir los 15. Es lo que no se descarta que le sucediera a Erika Yunga.

Edificio donde vivía la joven Erika, en Oviedo. J.L.Cereijido (EFE)

En Oviedo, un día después del crimen, el portal del inmueble donde vivía la menor asesinada está custodiado por policías. Muchas conversaciones en el barrio de Vallobín versan sobre cómo es posible que ocurra algo así en esa área residencial. Los vecinos evitan hablar con la prensa; algunos se asoman desde los ventanales a esa calle donde los periodistas que han acudido a informar procuran obtener respuestas. El presunto autor, señalan los vecinos, es un hombre huraño, recién llegado a la zona y de origen moldavo. Un miembro de una familia con hijos empatiza con la de Erika: “Nos podría haber pasado a cualquiera”. Pero les pasó a los Yunga, un matrimonio con tres hijos, llegado de Ecuador a Asturias hace 20 años y conocidos por sus buenos modales.

Una mujer, que prefiere no dar su nombre, está impactada por lo sucedido y se lleva las manos a la frente al hablar de esa “nena menudina, con gafas, morena, delgadina, que no llamaba la atención”. Coincidió con los padres de Erika, Alba y René, cuando estos vivían de alquiler en un piso cercano, años antes de comprar la vivienda en la que residían en la actualidad, y los define como una familia “formal y educada”, con tres hijos. Los dos mayores, veinteañeros, trabajan en una pizzería. De Erika, la menor, cuenta que su madre siempre estaba pendiente de ella. Erika iba al instituto La Ería, a 15 minutos de su casa a pie.

Este miércoles, los agentes impiden acercarse a ese 1º E donde vivía el sospechoso. Fuentes cercanas al caso señalan que el hombre se escondió en su cuarto de baño. La Policía, según informan voces cercanas a la investigación —las autoridades no aportan detalles al encontrarse los hechos bajo secreto de sumario—, tuvo que entrar en el domicilio por la ventana y se topó con el cuerpo sin vida de la muchacha “sobre un charco de sangre”, con heridas de arma blanca, y también encontraron al varón herido. Fuentes hospitalarias afirman que este, que permanece detenido y hospitalizado, se autoinfligió cortes en el tórax, el abdomen y el cuello y que las heridas de las manos no son compatibles con una posible defensa de Erika, sino que se las produjo al asestar las puñaladas. Un día después del crimen, la primera planta del inmueble, ya sin restos de sangre, huele a productos químicos.

Los camareros Lucía Granda y José Ordoñez comentan cariacontecidos que estos ecuatorianos acudían a menudo a su local, próximo al lugar de los hechos. “La guaja [asturianismo que significa niña] llegaba contenta del colegio y de repente…”, se lamenta el segundo. La rabia y la tristeza se entremezclan en sus palabras al contar que tienen dos hijas, de cinco y nueve años: “Nunca sabes dónde te puede pasar”. Vieron a la dueña del piso que alquiló el presunto asesino. Estaba llorando y se lamentaba por lo ocurrido, ante el consuelo de otros vecinos.

Concentración en el Ayuntamiento de Oviedo en repulsa por el asesinato de la joven Erika. J.L.Cereijido (EFE)

El duelo se plasma en los rostros de la plaza del Ayuntamiento de Oviedo, donde una concentración condenaba el asesinato. Entre los asistentes, la ecuatoriana Yolanda Jara explica, sobrecogida, que esta noche se ha levantado para darle un beso a su hija. El instituto donde estudiaba Erika se ha colgado un crespón con mensajes de recuerdo a la adolescente y los profesores, como explica una trabajadora del centro, tratan de arropar a los compañeros de la menor, muy afectados por la muerte: “Las niñas tienen miedo a regresar solas a casa, queremos que sepan que las escuchamos”. Hacia la hora de volver del colegio, a las dos de la tarde, una menor, de la edad de Erika, procede a entrar en el portal de su vecina fallecida. La joven mira a ambos lados y cierra bien el acceso para asegurarse de que nadie la sigue. Hace solo 24 horas el peligro estaba dentro de ese edificio.

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