He sido testigo de mucho sufrimiento en Idlib durante este largo conflicto, pero los últimos meses han sido los peores. La gente huyó de los bombardeos militares en grandes oleadas, a veces decenas de miles en un día. Las calles se han llenado de gente en movimiento, sin ningún sitio en el que vivir, mientras que las carreteras se llenaron de automóviles cargados de familias enteras.
Hace unas semanas hablaba en la calle con personas que estaban escapando de la guerra cuando una familia se acercó en una vieja motocicleta de tres ruedas donde iba una mujer en avanzado estado de gestación, con un bebé en sus brazos y tres niños pequeños al otro lado. Llevaban unas pocas bolsas de plástico con leña y ropa, y los menores parecían aterrorizados y exhaustos. El esposo me dijo que su mujer se había puesto de parto cuando huían del bombardeo. No sabían a dónde ir.
Conseguí refugiarles en una habitación compartida con otra familia. La madre dio a luz allí y tres días después tuvieron que mudarse a una zona que fue bombardeada nuevamente, por lo que fueron obligados a huir una vez más. Imagínese, esa madre, que acaba de dar a luz, sin ropa, mantas ni comida, huyendo de un lugar a otro con sus hijos durante el invierno. Esta es la vida que tenemos los sirios hoy en día.
Desde que era joven he tenido un fuerte sentido de la justicia y determinación por cambiar las cosas. He pasado mi vida luchando contra las costumbres y tradiciones conservadoras, incluso dentro de mi propia familia, donde muchos de ellos estaban en mi contra por querer recibir una educación. Trabajé como profesora de árabe y me diplomé en magisterio en la universidad. Ahora la guerra que estamos viviendo y su impacto en los más vulnerables, en particular en los niños y las mujeres, me provoca lo mismo que cuando era joven: la necesidad de encontrar justicia.
Esta guerra ha creado millones de víctimas, aunque algunas sufren más que otras. Me entristece profundamente que muchos de los niños no conozcan otra realidad que este conflicto y el miedo que les provoca. Una generación entera ha sido dañada y no sé si esto puede repararse. Muchos pequeños han perdido la oportunidad de recibir una educación. Mi hijo va a la escuela secundaria cuando está abierta, pero siempre me dice que quiere abandonar porque está deprimido ante la ausencia de oportunidades de futuro; nunca sabemos cuándo nos veremos obligados a huir o incluso cuando estamos en peligro de morir.
He pasado mi vida luchando contra las costumbres , incluso dentro de mi propia familia, donde muchos estaban en mi contra por querer recibir una educación
Los niños no tienen juguetes, ni educación, ni siquiera una vida pacífica ni saludable. Veo esperanza en sus ojos, pero es inútil mientras la guerra continúa. Una niña se me acercó y me dijo que desearía que su tienda tuviera un techo real en lugar de una cubierta de plástico. La realidad es que, aunque me entristece decirlo, el sueño de un niño sirio es buscar refugio debajo de una tienda de campaña.
Estamos tratando de responder y ayudar tanto como podemos. A través de mi trabajo con World Vision y contactando con otras agencias de ayuda, trabajadores humanitarios y voluntarios, hago todo lo posible para ayudar a las familias que no tienen a dónde ir. Les brindamos refugio en mezquitas, escuelas, tiendas de campaña, casas de familiares e incluso en mi propia casa. Hace poco, tuve cuatro familias desplazadas viviendo conmigo. El conflicto ha destruido los servicios públicos esenciales, incluida la asistencia sanitaria; no hay medicamentos ni suministros médicos debido a los bombardeos de clínicas y hospitales.
La pérdida de ingresos y empleo y el aumento de los costos de los alimentos básicos están empujando a los sirios a la desesperación. En este momento, el conflicto ha pasado factura a las comunidades que huyen de la violencia a menudo por segunda, tercera o incluso cuarta vez. A mi también. Algunos días siento que no sirve de nada compartir lo que documento a diario.
Soy una mujer siria, trabajadora humanitaria, pero no puedo proporcionar a las personas todo lo que necesitan, la situación que vivimos es abrumadora. Intento no decaer pensando que algo ayudo y doy aliento a las personas que me rodean. Aspiro a hablar y transmitir las voces del pueblo sirio en todo el mundo. Todavía tengo la esperanza de un futuro mejor a pesar de las dificultades que estamos viviendo. Creo que Dios no nos abandonará. Como trabajadores humanitarios, solo pedimos paz y el fin de la guerra. Esta es nuestra tierra y estamos en nuestro derecho de poder regresar a nuestros hogares, aquellos que construimos en su día”.
Ahlam (nombre ficticio) es una trabajadora humanitaria, madre, abuela y líder comunitaria en Idlib, en el noroeste de Siria. Huyó de su hogar en 2012 debido al conflicto y empezó a desarrollar su profesión mientras vivía en un campamento de desplazados en 2013. El año pasado comenzó a trabajar en la ONG World Vision y desde entonces ha capacitado a más de 6.000 trabajadores humanitarios en protección a la infancia. Ha querido publicar este relato.
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