El ajedrez salva a chicos difíciles

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Es rarísimo que un escritor o guionista recurra al ajedrez sin asociarlo con locos de toda índole o desequilibrados o individuos más anómalos que un perro verde, como si ajedrecista y persona normal fueran antónimos. Gambito de Dama (Netflix, siete episodios) no es una excepción, y además cae en varias exageraciones, así como en una descuidada traducción. Pero sus autores merecen un aplauso porque la serie es buena y, sobre todo, por eludir otra conexión facilona y falsa: nadie discrimina a la protagonista, Beth Harmon (la excelente actriz es Anya Taylor-Joy, con pasado argentino y español) por ser mujer en un mundo de hombres.

Si esta fuera la primera aparición —y no la enésima— del ajedrez como trama principal de una novela, película o serie, la lectura sería muy positiva, sin matices: desde niña, Harmon encuentra en su gran talento para el deporte mental un refugio balsámico contra su peligrosa adicción a los tranquilizantes. Aunque es harto improbable que alguien pueda brillar como ajedrecista si juega drogado, esa aplicación terapéutica es muy verosímil, y está incluso respaldada por varios estudios científicos y largas experiencias internacionales (la principal referencia mundial es lo que se hace en Extremadura por parte del Club Magic desde hace 12 años) que demuestran la enorme utilidad del ajedrez para personas con drogodependencia, síndrome TDAH, autismo o Asperger, trastornos mentales graves, síndrome de Down… así como ciegos, otros discapacitados, reclusos y un largo etcétera.

El problema está en la enorme abundancia de ese tipo de tramas. Quien haya visto o leído varias obras sobre ajedrez tenderá a deducir que solo resulta adecuado para personas especiales. Pero la realidad es muy distinta: la inmensa mayoría de los jugadores, ya sean profesionales o aficionados, no pertenece a ninguno de los grupos mencionados en el párrafo anterior. Y muchos menos todavía son maníacos, depravados o asesinos, como se ve con irritante frecuencia en libros y pantallas. Por fortuna, hay películas —pocas— en sentido contrario, como la deliciosa La Reina de Katwe, o la estimulante Los caballeros del Bronx.

Otro cliché igual de manido es que el ajedrez es uno de los submundos más machistas. Así se refleja en la crónica que mi compañera Laura Fernández publicó sobre Gambito de Dama en la sección de televisión de este periódico, donde puede leerse: “(…) una producción que dispara contra el eminente machismo que rodea todo lo que tiene que ver con el mundo del ajedrez —en especial, en los estratos más bajos, en los que la prepotencia de la mediocridad es insufrible— y que, según relata a la perfección la maestra Judit Polgar, nacida en 1976 y considerada la mejor jugadora de la historia, en el documental Los otros, Judit contra todos, sigue por completo vigente”.

Asombrado al leer tales enormidades, volví a ver con mucha atención ese magnífico documental, y no logré encontrar una frase de Polgar en el sentido de que el machismo siga “por completo vigente”. Luego vi los siete capítulos de Gambito de Dama (basada en una novela del mismo título de Walter Tevis) y me pareció que el mensaje es justo el opuesto al que dice Fernández. Para salir de dudas contacté con Judit, la menor de tres hermanas que revolucionaron el ajedrez entre 1988 y 2014 (cuando ella se retiró de la alta competición para dedicarse al ajedrez educativo), y la única mujer que ha estado entre los diez mejores del mundo en 15 siglos de historia.

“En la serie no veo machismo. A Beth no la atacan ni critican por su sexo. Eso es muy interesante y gratificante, porque lo fácil hubiera sido recurrir a ese tópico para llamar la atención”, me respondió la húngara. ¿Y el ajedrez sigue siendo muy machista? “Conmigo, no, todo el mundo me respeta. Y creo que lo mismo ocurre con Yifán Hou [china, única mujer entre los cien mejores del mundo actualmente], aunque sus resultados no hayan sido tan brillantes como los míos. También es cierto que la situación ha mejorado mucho desde los años ochenta y noventa”.

Pero hay un pero importante: “Sigue habiendo machismo en las cabezas de los ajedrecistas, aunque no lo expresen con palabras, porque ahora sería mucho más políticamente incorrecto que hace treinta años. Ejemplos concretos de esa actitud: “Si un entrenador descubre a una niña superdotada de siete años le dirá que tiene un gran talento, y que puede ser campeona del mundo… de mujeres. Pero sí ve a un gran talento masculino de la misma edad, le dirá que puede ser el próximo Magnus Carlsen [noruego, actual campeón]”. Y, volviendo a Gambito de Dama, “la manera en que los chicos tratan a Beth en la serie es un sueño; por desgracia, la realidad no es así todavía”.

En efecto, los responsables del guion, Allan Scott y Scott Frank, resaltan que Beth es una rara mujer en un mundo de hombres; en los años sesenta, la proporción era de una jugadora femenina por cada 15 o 20 masculinos porque —todavía mucho más que ahora— un juego de ajedrez era un regalo para niños, no para niñas, en casi todos los países del mundo. Mas lo hacen con inteligencia, para que el personaje de Beth llame mucho la atención, pero sin caer en los recursos facilones de que la menosprecien por ser mujer, sino todo lo contrario. El único machismo que se ve en la serie es el que se veía en los años sesenta por el mundo entero, incluido EE UU, pero no en el ajedrez, sino en todo.

Ana Matnadze, de origen georgiano, es ahora la mejor jugadora española en la lista mundial. Con una biografía de película y adornada por varias medallas en campeonatos del mundo y olimpiadas de ajedrez, su visión es significativa: “El machismo es un problema muy grave en nuestra sociedad, pero no especialmente en el ajedrez. Yo no lo he sufrido en toda mi trayectoria, más allá de algún comentario aislado de mal gusto por parte de algún machista acomplejado. Compito desde los nueve años en torneos oficiales, tengo 37, y no recuerdo más de cinco comentarios de mal gusto”.

La actual campeona de España (por 7ª vez en la modalidad clásica) es Sabrina Vega, de 33 años, subcampeona de Europa en 2016 y Premio Reina Sofía 2019 por negarse a jugar con velo el Mundial en Arabia Saudí. Coincide en que la situación “ha mejorado muchísimo en los últimos años por la concienciación general sobre el papel activo de la mujer en varias esferas sociales, incluidos el deporte en general y el ajedrez”. Eso tiene consecuencias positivas: “Los referentes femeninos tenemos más visibilidad, lo que a su vez repercute en la proporción de mujeres y hombres en ajedrez [ha subido a una por cada siete u ocho]. Y esa continuidad se traduce en que cada vez haya más partidas de tú a tú entre hombres y mujeres”.

Vega califica positivamente Gambito de Dama: “Felicito y agradezco a Netflix que apueste por el ajedrez y lo acerque a una gran audiencia. En general, el ajedrez está bien tratado en la serie, con respeto. Lo que más me gusta es lo más entrañable, la recreación de momentos históricos, los tiempos de Bobby Fischer y la Unión Soviética, así como la alegoría a la irrupción de Judit Polgar en un mundo dominado por hombres. También me gusta que se resalte el apoyo que la protagonista recibe del conserje del orfanato y de su madre adoptiva”.

Es una pena que una serie tan bien hecha desde el punto de vista de la imagen no se haya cuidado en los aspectos específicos del ajedrez. O, mejor dicho, no lo suficiente, porque nada menos que el excampeón Gari Kaspárov y el afamado entrenador Bruce Pandolfini, entre otros, asesoraron al director, lo que se traduce en una excelente selección de las partidas y ejecución de las jugadas, así como una escenificación fidedigna del ambiente de los torneos, tanto aficionados como profesionales. La ilustración del ajedrez como desmedida pasión nacional en la Unión Soviética también está muy bien lograda.

Pero puede asegurarse que Kaspárov y Pandolfini no vieron el resultado del montaje; y si lo vieron, nos les hicieron ni puñetero caso. Es impensable, por ejemplo, que una cocampeona absoluta de EE UU no conozca las partidas del campeón del mundo, ni siquiera en los años sesenta (Fischer compraba las revistas de ajedrez soviéticas a través de una tienda especializada en Manhattan). O que Harmon no haga tablas nunca, o que solo pierda con el vigente campeón nacional durante su meteórica progresión hasta que se enfrenta con el campeón del mundo. O que dos aficionados de alto nivel ofrezcan tablas un movimiento antes de rendirse…También es muy raro que una jugadora de primera fila mundial vaya sola a un torneo, sin entrenador ni analista.

Si se hace una película o serie sobre ajedrez, es evidente que sus espectadores incluirán a una gran parte de los millones de aficionados al deporte mental por excelencia. Por tanto, importa mucho cuidar esos detalles, y también que no chirríe la traducción al español, con jugadas que se recitan erróneamente, o diciendo reina en lugar de dama. Menos mal que no dicen fichas en lugar de piezas.

No quiero desvelar el final —por cierto, para quienes fomentan cada día el papanatismo con “hacer un spoiler”: ¿han pensado que reventar, revelar, desvelar, destapar, descubrir o destripar dicen exactamente lo mismo con una sola palabra en perfecto español?—, pero sí debo subrayar cómo el director resuelve bien el interesante conflicto que sirve de hilo conductor de la serie: desarrollar un talento enorme para algo que implica el pago de un precio, o al menos un riesgo, porque la frontera entre la genialidad y la locura es muy estrecha. En suma, Gambito de Dama es una buena serie, y el director, Scott Frank, ha puesto el listón alto en cuanto al tratamiento del ajedrez en la pantalla, a pesar de los errores. Para quien desee superarlo con creces, he aquí un reto precioso: hacer una buena peli o serie sobre las numerosas facetas apasionantes del ajedrez sin recurrir para nada al crimen, las drogas o la paranoia.

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