Peter Maurer trabajó como diplomático y aún hoy anda un poco en ello. Suizo de 65 años nacido en la ciudad de Thun, preside desde hace nueve el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), la organización bandera de todo ese entramado humanitario nacido tras la Segunda Guerra Mundial para proteger a las víctimas de un conflicto. Se define como “jefe diplomático” del CICR en varios momentos de la charla mantenida ayer en el centro de formación en Madrid de Cruz Roja España. Y eso quiere decir que pese al acceso privilegiado que tienen sus trabajadores a la trinchera —”Sabemos a qué teléfono llamar si queremos hablar con algunas de las partes”, dice sobre el actual conflicto entre Israel y milicias palestinas de Gaza—, ellos no están para “denunciar” las violaciones de la ley humanitaria por parte de los bandos beligerantes. Quizá si lo hicieran no tendrían ese acceso privilegiado. “El objetivo de la comunicación”, señala en la conversación, “no es denunciar sino cambiar conductas. Si quieres esto último tienes que dar a los que perpetran violaciones [de la ley humanitaria] la posibilidad de cambiar”.
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Hay que rascar mucho para salirse de la neutralidad e imparcialidad que definen al CICR, con sede en Ginebra (Suiza). Y más si el que dirige las operaciones es un suizo, quién mejor. “No creo que sea tan difícil callarse como diplomático, al menos en el escenario público, así que si hay que morderse la lengua…”. La penúltima contienda en donde mordérsela estalló el pasado 10 de mayo entre el Ejército de Israel y los brazos armados de dos organizaciones palestinas, Hamás y Yihad Islámica. Al menos 212 palestinos han muerto en la franja de Gaza, entre ellos, 61 menores de edad, por 12 víctimas mortales en territorio israelí.
El CICR trabaja en la zona con los dos bandos desde nada más y nada menos que 1967. Con esa experiencia en el terreno, la pregunta es obligada:
—¿Es posible bombardear la franja de Gaza si poner en riesgo a la población civil?
—Si la guerra se desarrolla en zonas urbanas se necesita considerar particularmente los procesos para definir objetivos, los controles y las medidas de precaución.
Una respuesta muy técnica, pero algo queda entre líneas. Maurer recuerda durante la charla que la franja de Gaza es uno de los territorios más tensos con mayor densidad de población (algo más de dos millones de habitantes) contra el que además se usa un armamento tremendamente moderno. Recuerda también que hay tres principios fundamentales en una guerra, emanados de la ley humanitaria, que son la proporción, la distinción y esa precaución ya mencionada. “La aplicación de estos tres principios”, apunta el diplomático suizo, “tiene que ser más rigurosa en zonas urbanas, si no se pone a los civiles en un peligro innecesario”. Según los últimos datos reunidos por la oficina de coordinación humanitaria de Naciones Unidas (OCHA), la operación israelí ha destruido 94 edificios, en los que había 461 viviendas y locales comerciales.
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Pero he aquí la imparcialidad de nuevo: “Hay gente aterrorizada a ambos lados del frente [entre el Ejército israelí y las milicias de Gaza]”, apostilla Maurer, “bien porque han sufrido ataques, bien porque tienen miedo a sufrirlos”. Y esto último también es un tipo de violencia, según manifiesta el suizo.
Para tratar esta y otras cicatrices de la guerra, el CICR, como adelanta Maurer —”te doy una noticia”, dice—, va a pedir a sus donantes un esfuerzo extra de hasta 13,7 millones de euros para la zona, añadido a los 49 millones solicitados al inicio del año.
Frustración
Dicen los que trabajaron en el CICR de Maurer que este ha dado otro ritmo a la información desde el terreno, algo más dura, y que tiene mucha presencia en las redes —este mismo martes tuiteó una foto con la ministra de Asuntos Exteriores española, Arancha González Laya, poco después de verse con ella—. En un de los tuits que aparecen en su perfil de la red social Twitter se dice lo siguiente de boca de un miembro de su organización: “La intensidad del conflicto [en la franja de Gaza] es algo que no hemos visto antes”.
—¿Es así?
—No hay duda de que la población de Gaza está tremendamente traumatizada. Lo que vemos no es distinto de lo que hemos visto en Siria, Irak o el Sahel.
Y como los trabajadores en el terreno del CICR ven mucho y hablan con las partes, con líneas de diálogo en la actualidad abiertas a ambos lados, tienen una experiencia única sobre la evolución del conflicto en la Franja y su posible cese. “En el 99% de los conflictos en los que estamos se trata de una ruptura de la confianza [entre las partes]”, dice Maurer. “La función del CICR es restablecer un mínimo de confianza para que exista un espacio humanitario y sensibilidad hacia los civiles. Lo demás es negociación política. El alto el fuego no es un acto humanitario sino político”.
Maurer fue secretario de Estado de Asuntos Exteriores en Suiza y, posteriormente, embajador de su país ante la ONU antes de hacerse con los mandos del CICR, en julio de 2012 —en 2019 renovó por otros cuatro años—. Es mucho tiempo viajando por los principales conflictos en vigor. Le cuesta mirar hacia dentro, quitarse el traje y hablar de cómo lo vive. “Nunca te acostumbras al hecho de que la gente sufra”. Hay momentos de “frustración” porque no todo —o casi nada— se puede resolver.
—¿Cómo se enfrenta a esa frustración?
—Tengo que establecer un límite y ahí recargar las baterías, aclarar mi cabeza, hacer jogging, escalar montañas. Lo hago porque me gusta y porque es bueno para no estar frustrado.