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El ángel de los venezolanos muertos en La Guajira

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Una de las rutas que sigue la migración venezolana en Colombia pasa por Maicao y Riohacha, en el departamento de La Guajira, llegando luego más al oeste, a la capital del Atlántico, Barranquilla. El viaje comienza la mayoría de las veces desde la ciudad venezolana de Maracaibo hasta llegar al punto de frontera, coloquialmente llamado “la Raya”, que se encuentra en la localidad de Paraguachón, a 12 kilómetros de Maicao.

En estos años de éxodo masivo —la ONU contabiliza hasta hoy 5,6 millones de migrantes venezolanos en el mundo, de los cuales casi dos millones están en Colombia— decenas de miles de ellos han pasado por esta zona: han afrontado esta bíblica travesía con cualquier medio a su disposición y en muchos casos simplemente caminando bajo el sol inclemente. “La mayoría no se queda en esta ciudad de frontera y sigue por el noroeste, en la Troncal del Caribe durante 80 kilómetros, camino a Riohacha”, cuenta Sonia Bermúdez Robles, una de las personas que ampara en esta zona a las y los migrantes venezolanos en sus momentos más duros.

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Decenas de ONG, entidades confesionales y organismos internacionales de distintas índoles, así como agencias de la ONU y el mismo Gobierno colombiano han intentado proveer a las personas venezolanas en situación de migración de una primera atención integral que cubra desde el aspecto alimentario, pasando por la atención de salud física, psicológica y de amparo legal.

Hay, sin embargo, un punto en el que el sistema falla: ¿Qué pasa cuando un migrante venezolano muere en La Guajira? Las administraciones locales declinan la responsabilidad sobre el estado venezolano o sobre las familias de los difuntos: el primero no responde y en el segundo caso es muy común la falta de recursos económicos para cubrir los gastos de un entierro. Es en este cono de sombra que brilla la luz de Sonia Bermúdez Robles, una mujer poderosa y solidaria.

Sonia Bermúdez Robles, junto a una de las bóvedas del cementerio ‘Gente como uno’.Diego Battistessa

“Desde chiquita quería trabajar con los muertos. Mi padre era el celador del cementerio de la ciudad y yo pasaba mucho tiempo jugando entra las tumbas”, cuenta Bermúdez, especializada en medicina forense y hoy jubilada después de cuatro décadas de servicio. “Desde aquellos tiempos cuando vivíamos al lado del cementerio han pasado muchos años, yo hoy tengo 65 y he realizado más de 5.000 autopsias”, añade la riohachera.

Desde temprana edad, Bermúdez Robles desarrolló un interés científico por los cadáveres, una disposición que más tarde la llevaría a estudiar en la capital del país y dedicarse, de vuelta a su ciudad natal, al trabajo de asistente en el instituto de medicina forense de Riohacha. Un trabajo intenso y lleno de sorpresas, ya que como ella misma relata ha vivido “todo tipo” de experiencias. “Sobre todo en los años más duros del conflicto interno de Colombia donde había muertos por todos lados”.

En 1996 su vida dio un vuelco: preocupada por la suerte de los cadáveres de las personas de grupos sociales vulnerables o de los llamados “sin nombre “—en latín N.N. (Nescio Nomen)— que sufren el desamparo institucional y corren el riesgo de no ser sepultadas en el cementerio de Riohacha, decidió fundar su propio camposanto, bajo el nombre de Gente como Uno. Sonia Bermúdez cuenta que en aquella época seguía trabajando formalmente en el instituto forense de la ciudad, pero de manera paralela desarrollaba esta labor social. La necrópolis está ubicada en un terreno de poco más de cinco hectáreas, en el kilómetro 10 de la carretera camino a Valledupar, una tierra que pertenecía a la alcaldía y que estaba destinada a la construcción de una cárcel.

Bóvedas destinadas, en su mayoría, a migrantes venezolanos.Diego Battistessa

Después de un forcejeo administrativo, Bermúdez logró obtener los permisos y desde aquel momento el proyecto del cementerio Gente como Uno y la fundación que lleva el mismo nombre, se transformó en eje fundamental de esta comunidad al norte de Colombia. El número de teléfono de Sonia está presente en la vida de los habitantes de la ciudad y también de las administraciones de los pueblos cercanos, que conocen su actividad. “Me llaman a cualquier hora del día, tanto las instituciones como la gente común, pero esto no me molesta, todo lo contrario. Me dicen: ‘Sonia necesitamos de tu ayuda… Hay un muerto‘. Y yo dejo lo que estoy haciendo y me voy”, explica sonriendo.

El cementerio se ha transformado en el último descanso de centenares de migrantes venezolanos, al menos 500, según contabiliza la propia Bermúdez

Nos es de extrañar que, en 2018, año en el que el fluyo migratorio alcanzó su zenit, comenzasen a llegarle llamadas y peticiones de ayuda de familias venezolanas, desesperadas por la muerte de un familiar y por no saber dónde y cómo poder darles digna sepultura. Desde aquel momento, el cementerio se ha transformado en el último descanso de centenares de migrantes venezolanos, al menos 500, según contabiliza la propia Bermúdez, que han terminado su búsqueda de una vida mejor y de una nueva oportunidad en tierra guajira.

He tenido que sepultar muchos bebés, nacidos muertos o fallecidos a los pocos días de nacer”, agrega. “La mayoría son hijos de mujeres venezolanas que caminan kilómetros bajo el sol, a pesar de estar embarazadas

“La mayoría de los venezolanos enterrados en este cementerio son niños y adultos mayores”, lamenta Bermúdez. “He tenido que sepultar muchos bebés, nacidos muertos o fallecidos a los pocos días de nacer”, agrega. “La mayoría son hijos de mujeres venezolanas que caminan kilómetros bajo el sol, a pesar de estar embarazadas”. La desnutrición, el esfuerzo y el estrés a menudo provocan partos prematuros y tienen un impacto muy negativo en el desarrollo del feto, contextualiza. “Los pasos fronterizos oficiales entre Colombia y Venezuela ahora están cerrados, pero el flujo migratorio no se ha detenido. Los migrantes pagan a grupos irregulares para que poder pasar por puntos fronterizos sin vigilancia y luego caminan, con equipaje y niños pequeños, hasta llegar a Maicao y luego a Riohacha. Muchas de ellas vienen en busca de una visita médica para dar seguimiento al embarazo o de un hospital para dar a luz en condiciones de seguridad”, afirma.

Esta forense explica que la otra cara de la moneda son los adultos mayores venezolanos, que llegan a Colombia para buscar medicamentos y tratamientos para enfermedades crónicas. “Cuando llegan, su cuerpo, y muchas veces su espíritu, ya está muy deteriorado y a esto se suma el esfuerzo migratorio que empeora aún más su condición: muchos mueren a las pocas semanas de haber cruzado la frontera”.

No solo hay que ayudar a quienes se han ido, sino que hay tender una mano solidaria, también y, sobre todo, para aquellos que se quedan

Su acción solidaria ha llegado también hasta los Países Bajos, donde en 2020 Humanity House la incluyó en una exposición fotográfica por su increíble labor humanitaria. Finalmente, en 2021, es ACNUR quien, reconociendo una vez más la contribución a la construcción de un puente de paz entre Colombia y Venezuela y a la salvaguarda de la dignidad de las personas, la homenajeó el pasado marzo, en el mes de la mujer.

Ella hoy sigue trabajando para los más vulnerables y su actividad no se ha detenido por la covid-19. “Mi sueño es poder abrir pronto una oficina de atención integral al usuario vulnerable, justo en el centro de la ciudad, cerca del cementerio oficial de Riohacha para dar apoyo a las familias de los difuntos”, cuenta Bermúdez Robles, que no ha perdido ni energía ni determinación. Ya ha empezado la labor de recalificación de la que fue la antigua morgue de la ciudad, y su ambicioso plan comienza a ver la luz. Faltan todavía recursos y se necesita apoyo, pero el entusiasmo y su fe parecen no conocer límites. “No solo hay que ayudar a quienes se han ido, sino que hay tender una mano solidaria, también y, sobre todo, para aquellos que se quedan”, repite.

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