El apagón de Yemen

Existen dos tipos de aviones que sobrevuelan Yemen, los que vienen cargados con ayuda humanitaria y los que vienen cargados con bombas. Casi seis años dura la guerra civil en este Estado que ocupa el suroeste de la península Arábiga. Yemen, “un país olvidado”, según describe Alexis Ariza, jefe de la Unidad de Programa de Acnur para el país, luchaba contra la pobreza, el hambre y el cólera ya antes del conflicto. Ahora trata de sobreponerse a estas mismas cuestiones pero más agravadas por la lucha armada que mantienen las fuerzas gubernamentales, apoyadas por Arabia Saudí y varios países del golfo Pérsico de mayoría suní, y los huthi, minoría chií arropada por Irán. La covid ha empeorado la situación de vulnerabilidad extrema de este Estado que solo cuenta con la mitad de las instalaciones de salud en funcionamiento. 24,3 millones de yemenís, el 80% del censo, requieren de ayuda exterior para sobrevivir en este territorio conocido en la antigüedad como Felix Arabia (Arabia afortunada o fértil).

Ante la situación, Acnur ha puesto en marcha una campaña de Navidad con la que financiar la construcción de refugios para los cerca de cuatro millones de desplazados desde 2015 o la entrega directa de dinero en efectivo para sufragar alimentos o la renta. La campaña arrancó el pasado septiembre y se extiende hasta finales de año para la captación de fondos con los que llevar a cabo acciones en el terreno.

Cerca de 4 millones de yemenís han huido de sus hogares desde 2015

7 millones necesitan asistencia nutricional

El 80% de la población necesita ayuda para sobrevivir

25 veces superior es la renta per cápita de Arabia Saudí que la de Yemen

El equipo de Acnur en Yemen lo forman 38 trabajadores internacionales y 222 nacionales. “Para salir de las instalaciones desde las que trabajamos en Saná te mueves en carros blindados, bajo protocolos de seguridad estrictos”, describe Ariza, colombiano de 42 años que lleva dos años y un mes en Saná, la capital de Yemen. La estancia habitual en este tipo de emergencias −argot en el mundo humanitario para describir territorios en crisis en los que es necesario asistir a la población− dura 18 meses pero se puede solicitar una prórroga de seis meses. Ariza la ha pedido para ver el resultado de los procesos, de las medidas que se toman y que en muchos casos carecen de un efecto inmediato.

Acciones humanitarias para reactivar la economía local

Uno de los proyectos vigentes y novedosos que Ariza y el resto del equipo han propiciado fue el de la construcción de refugios con khazaf, una hoja de palma que crece en la zona y que permite una mejor circulación del aire en el interior de las viviendas provisionales. Retiene el frío y el calor cuando procede. “El Gobierno asigna algunas zonas concretas para que los desplazados que huyen de zonas de guerra se establezcan y en otras ocasiones los asentamientos se producen de manera espontánea”, explica este trabajador de Acnur dedicado a labores humanitarias desde hace dos décadas. “Puede haber desde 30 a 2.000 familias viviendo en estos lugares”, afirma este padre de una niña de 10 años que pasa sus semanas de respiro en Lisboa.

Las construcciones con tapetes de khazaf erigidas en Tehama, una zona desértica paralela al mar Rojo, respetan las tradiciones locales y resultan menos invasivas. Ariza, empeñado tanto en proteger a los desplazados como en proporcionarles un sustento, ha promovido la manufactura de paneles de khazaf para los albergues de emergencia —antes se construían con lonas de plástico—. Estos hombres y mujeres que huyen de la guerra tejen los paneles con los que acondicionan sus refugios, que duran entre tres y cinco años, y reciben una retribución por ello. “En lugar de comprar material a empresas privadas del exterior, los fondos se quedan en el país”. Se crea un sistema económico en las comunidades y se promueve la integración y la coexistencia pacífica de diferentes clanes familiares.

El trabajo de Ariza y el resto del equipo en el día a día consiste en firmar acuerdos con las ONG nacionales para financiar y realizar seguimiento de proyectos humanitarios en el terreno. Tienen que lidiar en ocasiones con territorios gobernados por los huthis. “Hay donantes que piden que no se les den fondos a los huthis porque se convierte en dinero para la guerra”, afirma Ariza. “Pero es importante entender que en algunas zonas controlan los hospitales, la educación… Son el Gobierno de facto. Si no se llega a acuerdos con ellos, bloquean el material en los puertos. Este tipo de restricciones limita nuestra capacidad de reaccionar a tiempo”, señala. La coalición internacional liderada por Arabia Saudí mantuvo un bloqueo marítimo, terrestre y aéreo hasta finales de 2017, dos años después de haberse iniciado la guerra.

La sociedad civil, en medio de los unos y los otros

El pueblo yemení tiene características tribales. Muchos de los ciudadanos que se encontraban fuera regresaron a su país cuando empezó la guerra para cuidar de sus extensas familias, de siete miembros de media. “Son gentes muy amables, hospitalarias y sencillas. Pero cuidado si surge un conflicto. Son sociedades de tradición guerrera y esto puede reflejarse en formas no tan amigables de resolver un problema cotidiano”, explica Ariza, que arrancó la cooperación en su Colombia natal para después residir en Sudán, Irak y Paquistán. “Yemen, por su ubicación, tiene un mezcla rica de culturas árabes y africanas. Es un país de fuerte tradición tribal, similar a Afganistán”, añade.

“Son unas gentes con una capacidad de adaptación asombrosa. Pueden estar con el coche tres días en una gasolinera esperando a que se recupere el suministro de combustible”, explica Ariza, que afirma que Yemen no es un país polarizado por el hecho de que haya dos facciones en conflicto. “Son dos bandos que luchan por el poder y la sociedad civil está en medio viendo cómo se destruye el país en pedacitos. Muchos no apoyan ni a unos ni a otros”.

Ariza señala la geopolítica como el gran tema que aviva el conflicto: 28,5 kilómetros de mar Rojo separan Yemen de Yibuti, en el Cuerno de África, a través del estrecho de Bab el-Mandeb. “Ese acceso marítimo tiene un valor gigante. Supone el acceso al norte de África y al mundo árabe: a Eritrea, Sudán, Egipto, Jordania…”, enumera. El mismo lugar estratégico que ocupa explica en parte el olvido al que está condenado este país y su guerra, calificada por el secretario general de Naciones Unidas como la peor catástrofe humanitaria del mundo. “Los desplazados no tienen a dónde ir. Limitan con Arabia Saudí y Omán, dos Estados que atacan el país. ¿Van a ir a Eritrea? Tampoco le importaría a nadie. Está contenida en sí misma, una guerra que implosiona”, asegura Ariza.

Siria sí ha gozado en cambio de cobertura mediática. “Los sirios se trasladaron a Irak, a Turquía… y a Europa. Tienen un nivel de educación tan alto como la población de los sitios a los que han huido. Yemen está devastado. Tiene un acceso al agua limitado, agricultura limitada… Las instituciones, incluida la enseñanza, están colapsadas”.

Las cifras económicas de Yemen, que ya eran paupérrimas antes de la guerra, han empeorado. El PIB per cápita ha descendido casi a la mitad entre 2014 y 2018 (de 1.407 euros a 793). La diferencia entre la renta media de Arabia Saudí y Yemen es de 25 veces, una de las más altas entre dos Estados fronterizos. La de España con respecto a Marruecos es de 10 veces. El presupuesto para combatir la emergencia que Acnur establece alcanza los 252 millones de dólares (213 millones de euros), de los que faltan por cubrir en donaciones casi la mitad.

Los fondos costean los mencionados cobijos de los desplazados, centros comunitarios de atención para niños y mujeres vulnerables, las medicinas (“las que sirven para tratar a refugiados con estrés postraumático hay que traerlas del exterior”, explica Ariza), artículos básicos, al igual que proyectos de acceso a la educación, atención psicológica y legal, kits de higiene y gel y mascarillas para combatir la covid. “Yemen se encontraba en una emergencia de nivel 3 cuando llegué y la covid constituía una de nivel 2. ¡Así que estamos en un nivel 5!”, establece Ariza una comparativa ficticia con mucha verdad.


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