Los afganos seguían acudiendo al aeropuerto de Kabul este viernes a pesar del ataque suicida de la víspera. A la desesperación por escapar del régimen talibán antes de que Estados Unidos cierre por completo sus operaciones el próximo martes, se añade ahora la amenaza de una nueva ola terrorista. El atentado del Estado Islámico (ISIS) evidencian los desafíos que afrontan los talibanes y supone un duro golpe para el compromiso de seguridad con que están tratando de ganarse al menos el beneficio de la duda de los afganos.
Si hay un mensaje que los dirigentes islamistas han repetido desde que entraron en Kabul es que todo el mundo está seguro bajo su férula. “El Emirato Islámico de Afganistán no va a vengarse de nadie [ni] a convertirse en un campo de batalla para nadie”, declaró el portavoz del grupo, Zabihullah Mujahid, en su primera comparecencia ante los medios de comunicación.
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Las imágenes que difunden de la retirada de muros de cemento en Khost, al este, reuniones con líderes religiosos en Herat, al oeste, o de ciudadanos que acuden a ellos para solucionar sus problemas, quieren transmitir que los talibanes controlan la situación. Sin embargo, las “patrullas de la fuerza victoriosa” que, con uniformes y equipos iguales a los de los soldados estadounidenses, vigilan Kabul no fueron capaces el jueves de impedir el ataque del ISIS-K, como se conoce a la rama local de ese grupo terrorista.
[Fuentes locales y de los talibanes citadas por la agencia Reuters cifran en al menos 92 los fallecidos, incluyendo los 13 estadounidenses, y elevan a 120 los heridos. Fuentes sanitarias locales citadas por The New York Times, CBS y ABC News suben el número de muertes afganas y de otras nacionalidades a 170, además de los 13 estadounidenses. No hay datos oficiales confirmados].
De ahí que, al condenar el atentado, Mujahid precisara “que tuvo lugar en una zona donde las fuerzas de EE UU son responsables de la seguridad”. Es cierto que uno de los suicidas hizo detonar su chaleco justo en una de las puertas de acceso al aeropuerto, que controlan los soldados estadounidenses, pero para llegar hasta allí tanto él como el segundo terrorista tuvieron que atravesar varios controles de los milicianos talibanes. “El Emirato Islámico está prestando mucha atención a la seguridad y protección de sus ciudadanos, y va a parar con decisión a los malvados”, añadió el portavoz.
Desde su aparición en Afganistán en 2015, el ISIS-K se ha convertido en el principal rival de los talibanes, cuyas negociaciones con Estados Unidos (de las que ya hubo un primer intento en 2013) siempre han sido rechazadas por los sectores más radicales del grupo. Esas tensiones pueden agravarse ahora, cuando sus dirigentes más pragmáticos tratan de formar un Gobierno que obtenga respaldo dentro y fuera del país. Quienes se oponen a cualquier concesión pueden sentirse tentados a romper filas y unirse a los yihadistas.
Los talibanes han dejado la seguridad de Kabul en manos de Khalil Haqqani, dirigente de la llamada Red Haqqani, grupo muy vinculado a Al Qaeda, que conserva cierta autonomía dentro del movimiento islamista y cuyo líder es uno de los tres adjuntos a su máximo responsable. Khalil (por quien Estados Unidos ofrece una recompense de cinco millones de dólares desde 2008) pertenece al ala más radical del grupo y algunos analistas proyectan una sombra sobre su proceder. Sajjan M. Gohel asegura en la revista Foreign Policy que la Red Haqqani también mantiene lazos con el ISIS-K.
“Objetivo blando”
Es muy difícil detectar a un suicida en medio de una multitud de varios miles de personas. Los congregados en los accesos al aeropuerto eran, y siguen siendo, lo que los especialistas llaman “objetivos blandos”. Aunque el Pentágono asegura haber pasado a los talibanes información de inteligencia respecto a la amenaza, no hay constancia de que estos registraran de forma consistente personas y equipajes. Los milicianos utilizan los controles para sus propios fines: detectar a quienes están en sus listas de búsqueda y echar atrás a potenciales viajeros, incluso con documentos válidos.
“Desde el miércoles han impedido el paso de los autobuses con los que intentábamos acercar al aeropuerto a personas que queremos ayudar a salir del país”, confiaba una fuente europea antes del atentado. Sus palabras ratificaban las denuncias que muchos afganos hacen en redes sociales.
Al menos por ahora los talibanes y la resistencia agrupada en torno a Ahmad Masud en el Panshir han decidido no enfrentarse en el campo de batalla mientras dialogan en busca de un acuerdo. Representantes de ambas partes se reunieron el pasado miércoles sin resultado tangible, pero con el compromiso de volver a hacerlo tras consultar a sus respectivos líderes, informa ToloTV. Masud había declarado con anterioridad que quería llegar a un arreglo, pero que de no lograrlo se preparaba para luchar. La orografía del valle de Panshir protege a quienes allí se han refugiado de un eventual ataque sorpresa.
Presión en la frontera con Pakistán
Miles de personas congregan desde el jueves en el puesto fronterizo afgano de Spin Boldak para intentar cruzar a Pakistán. Las imágenes difundidas en las redes sociales llaman la atención de un éxodo que las aglomeraciones para huir a través del aeropuerto de Kabul habían eclipsado hasta ahora.
Desde que el pasado día 21 reabrió ese cruce, el número de afganos que lo atraviesan se ha multiplicado por cuatro hasta los 18.000, según la prensa paquistaní. Muchos más se quedan atrapados del lado afgano de la verja por falta de papeles: pasaporte o tarjeta de refugiado. A diferencia de conflictos anteriores, Pakistán se resiste a abrir sus puertas a los refugiados. Ya cuenta con 1,4 millones registrados por la ONU y otro millón más sin autorización.
El otro paso, el de Torkham, 930 kilómetros más al norte, se ha reservado hasta ahora para la salida de extranjeros de Afganistán. Islamabad anunció a finales de julio que iba a desplegar fuerzas auxiliares para prevenir el cruce ilegal de afganos y combatientes talibanes. Falta información sobre la situación en otras fronteras, aunque Irán ha sido históricamente el segundo país de destino de los refugiados afganos y aún tiene 700.000 de los conflictos pasados.
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