El Bonaparte que renunció a ser Napoleón: “Yo no soy monárquico, ni dinástico: soy republicano”


Sorprende, de entrada, su altura. Charles Bonaparte mide 1,93 metros. No hace honor a la reputación de su ancestro más conocido: Napoleón Bonaparte, general, cónsul y emperador que a principios del siglo XIX conquistó Europa para perderla después, y un hombre al que se recuerda como pequeño, aunque su estatura, más o menos 1,68 metros, no era baja para la época.

También sorprende, de Charles Bonaparte (Boulogne-Billancourt, 71 años), su apellido. Porque hasta hace unos años, se llamaba Charles Napoléon y así se le conocía en la esfera pública. Napoléon es el apellido que había usado la estirpe imperial a partir de Napoleón III, el sobrino de Napoleón I que, entre 1848 y 1870, fue, primero presidente de la República, y después, como su tío, emperador. Al no tener descendientes directos ni los hijos de Napoleón I ni Napoleón III, la Casa Imperial está formada por la rama descendiente de Jerónimo Bonaparte, hermano pequeño de Napoleón Bonaparte que le nombró rey de Westfalia.

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Charles Napoleón, después de décadas de distanciamiento con la institución de la que, nominalmente, era el heredero, se quitó el apellido imperial: Napoléon. Y asumió un apellido civil: Bonaparte. Su hijo Jean-Christophe, pretendiente oficial de la casa imperial, sí continúa apellidándose Napoléon: si recuperase el trono, sería Napoleón IV.

“Yo no soy monárquico, ni dinástico: soy republicano”, decía hace unos días Charles Bonaparte en un café al pie de Montmartre, en París. “Soy socialdemócrata”, añadió durante una conversación de casi una hora sobre su ilustre familia, la rebelión que le llevó a apartarse de todo ello y el sentido de que, en una República consolidada como Francia, todavía haya personas con aspiraciones dinásticas.

En la República francesa, son tres las familias que sueñan, más o menos en serio, con ocupar el trono, o que como mínimo mantienen viva la tradición. Por su simbolismo y prestigio. O porque nunca se sabe. Son tres los pretendientes.

Hay uno español: Luis Alfonso de Borbón, biznieto del dictador Franco y pretendiente de los Borbones. Tiene 47 años y, si fuese rey, sería Luis XX. Su principal competidor es Jean d’Orléans, conde de París. Tiene 56 años y sería Juan IV, en el caso de que cayese la República y lograse imponerse a Luis XX. En tal circunstancia, ambos debería contar con otro competidor, el más joven entre ellos, Jean-Christophe Napoleón, que tiene 35 años y es conocido también como Príncipe Napoleón.

Charles Bonaparte fue, durante un tiempo, el Príncipe Napoleón. Pero de adolescente se dio cuenta de que aquello no iba con él, de que sus padres le estaban educando en una “ficción” y preparándole para un “destino imaginario”, como escribió en el libro Napoleon, mon aïeul, cet inconnu (Napoleón, mi antepasado, este desconocido), publicado en 2009 y firmado aún como Charles Napoléon. La revuelta estudiantil de Mayo del 68, en la que participó, fue “el despertar de [su] conciencia”, escribe en La liberté Bonaparte (La libertad Bonaparte), publicado en 2021 y firmado ya como Charles Bonaparte. “Así es cómo, a partir de los 18 años, me aparté del conservadurismo ambiental para llevar mi propia vida personal, profesional, política”, escribe.

Charles Bonaparte se casó, eso sí, con otra aristócrata, Beatriz de Borbón-Sicilia, con quien, dice, compartía entonces “la reprobación de ambas familias”, pero que más tarde volvería al redil. Acabarían divorciándose y él se casó con Françoise, una plebeya. Construyó una carrera alejada de la familia: edil municipal en Córcega, alto funcionario, y defensor del patrimonio histórico y cultural de Napoleón Bonaparte al frente de la Federación Europea de Ciudades Napoleonianas. En 1996, su padre, Louis Napoléon, designó al nieto Jean-Christophe, que entonces tenía 10 años, como “jefe de la casa imperial”.

La paradoja es que Charles, el padre que se había distanciado de la familia y abandonado toda pretensión dinástica, debía educar a un niño, Jean-Christophe, designado para preservar esta misión. “Soy muy liberal”, dice Charles Bonaparte. “Hice mi trabajo de padre, lo eduqué abriéndole los ojos hacia el mundo. No pienso que los hijos deban ser a imagen de los padres”.

Bonaparte, durante la entrevista en un café de París. Bruno Arbesú

Jean-Christophe, el Príncipe Napoleón, estudió en Harvard y en la prestigiosa Haute École de Commerce. Trabaja en la banca en Londres. Cuando se le pregunta a su padre si personas como su hijo o los Borbones u Orleans creen realmente que un día volverán a gobernar, responde: “Para mí no tiene sentido. Es un sueño. Son proyecciones que la gente hace sobre uno, en el sentido freudiano o jungiano, pero uno no está obligado a aceptar estas proyecciones, yo las rechacé. Lo que no impide considerar que la herencia histórica y cultural es muy importante, pero en el plano político y dinástico es un sueño absoluto”.

Si un día el país que cortó la cabeza a Luis XVI renunciase a la República y buscase un rey o un emperador, la ventaja de los Napoleones ante los Borbones y los Orleans sería que la figura de Napoleón I goza de una mayor popularidad, sin duda que los antepasados de la Casa Orleans, pero seguramente también de los Borbones. En bicentenario de su muerte en el destierro de Santa Helena en 1821, Francia revisó su figura como artífice de la administración moderna y encargado de consolidar los avances de la Revolución, pero también como el tirano que sometió Europea a sangre y luego restablecía esclavitud. Ante la disyuntiva entre conmemorarlo y celebrarlo, Charles Bonaparte lo tiene claro: “Yo lo conmemoro. No soy en absoluto bonapartista”.

Y cuando, antes de despedirnos, le preguntamos por la diferencia de estatura entre él y Napoleón Bonaparte, responde: “Los genes intervinieron a través de la familia de Bélgica: mi abuela era la hija del rey de los belgas, Leopoldo. Todos eran muy altos, los Sajonia-Coburgo, alemanes”.


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