El boticario se despide de ustedes


A José Francisco de la Cal Ovejero se le hizo un mundo este último revés de la vida, la pandemia, que llenó de dolor e incertidumbre a su clientela, y a él lo sumió en la sensación de que oscurecía más allá del cuarto donde se guarda a sí mismo como el artista que quiso ser. En uno de esos días en que Madrid parecía un desierto de pasos lentos, doloridos, asustados, decidió dejar la parte visible de su vida, boticario, y regresar al cuarto que, cuando era un joven aspirante a escritor o a músico, le produjo la felicidad que no olvida.

Así que el boticario se despide de una clientela que siempre le fue fiel en una farmacia en la que su padre lo puso a trabajar mientras estudiaba. Traspasa la farmacia, deja el oficio en el que aprendió a practicar la química y la microscopia y, junto a las guitarras y los numerosos libros que contemplan su jubilación prematura (tiene 61 años), espera ser el autor que lleva dentro desde su juventud.

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Como los boticarios que eran héroes del blanco y negro del pasado, este farmacéutico de Madrid, hijo de “un padre prodigioso, un inventor genial”, y de una madre “tan bella como Rita Hayworth”, tiene en esta rebotica en la que nos recibe la materia de la conversación (la música, los libros, los recuerdos de montañero) a la que quiere regresar. Desde los veinte años tiene esta habitación con vistas al pasado y, este momento, al futuro que ha elegido. “Nunca le di a mi padre las gracias suficientes por haberme dejado el cuarto, porque era el suyo. Lo tenía junto a la farmacia porque él era paralítico y así se podía manejar mejor. Y mira la luz que tiene, para escribir, para leer, para hacer música. En seguida hice el altillo, vinieron amigos, hubo fiestas. Este cuarto es mi vida, el sitio donde he estado más días, mucho más que en mi propia casa”. Neil Young, Bob Dylan, Hilario Camacho o Herman Hesse reinan en esta estantería en la que habita el alma de un lobo estepario.

A ambos lados de este resumen de la vida están también los recuerdos que le ha regalado el barrio, Chamberí. Por ejemplo, la presencia sigilosa y risueña del matrimonio Solita Salinas (hija del poeta Pedro Salinas) y el historiador Juan Marichal, venidos del exilio, y regresados de aquí a México, donde terminaron sus vidas marcadas por la tragedia del exilio. El boticario tenía quince años cuando murió Franco, “así que viví aquí el posfranquismo, un continuo ir y venir, manifestaciones, mucha música por las calles, los cafés llenos de gente. Un movimiento efervescente, como si en dos días Madrid estuviera pasando del blanco y negro al color. Yo me lo pasé como un enano”.

A él le tocó, aunque levemente, la covid. “Me pasé tiritando una noche, echado en este sofá, pensando: mira si me voy a morir como un perro en el viejo cuarto… Pero al día siguiente me levanté como nuevo… Muchos clientes sí sufrieron, venían llorando, la gente ha tenido mucho miedo, y los que se creían valientes, ahora se muestran cobardes”. En medio de esa ruina de la humanidad él entendió que su propia ruina, la económica, precipitada por las consecuencias del virus, era el aviso para dejar la botica e irse a la rebotica.

Aquí le espera la vida que nunca interrumpió, pero que tenía pospuesta en el viejo cuarto que ahora será residencia de sus viejas pasiones.


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