En el argot periodístico se llaman serpientes de verano. Son noticias más bien absurdas y de relevancia dudosa que proliferan en periodos de sequía informativa, sobre todo en plena canícula. Seguro que muchos recuerdan la que fue durante décadas la serpiente de verano por excelencia, el monstruo del lago Ness. Una escurridiza bestia jurásica atrapada en una marisma del norte de Escocia y que todos los años “reaparecía” misteriosamente, al menos en las páginas de la prensa, durante el mes de agosto.
Del bronceado de testículos diríamos que es una serpiente de verano en toda regla si no fuese porque ha acabado suscitando una enconada polémica en Estados Unidos. Tanto, que lleva varias semanas compitiendo en la jerarquía informativa de los medios estadounidenses con la inflación, la guerra de Ucrania, las primarias de las que saldrán los candidatos a las elecciones legislativas o la fase de eliminatorias de la NBA.
Todo empezó con una cuña publicitaria. A mediados de abril, Tucker Carlson, comentarista y conductor de programas de la cadena Fox News, líder de audiencia y considerado el emisario del trumpismo en las ondas televisivas, estaba promocionando un reportaje especial de estreno inminente bautizado como The End of Men (El fin de los hombres). Una noche presentó en antena un tráiler que mostraba a un hombre desnudo plantado con los brazos en cruz frente a una máquina que le proyectaba una inquietante luz roja sobre la entrepierna.
Tucker Carlson, durante una conferencia en 2018 en Los Ángeles. Michael S. Schwartz (Getty Images)
El montaje incluía también imágenes de tipos musculosos y ligeros de ropa haciendo flexiones, lucha grecoromana y prácticas de tiro, ordeñando rumiantes o cortando leña mientras una voz ominosa aseguraba que el declive de la masculinidad que está viviendo Estados Unidos solo puede frenarse con una intensa actividad física que produzca “hombres con la fuerza necesaria para sobrevivir y restaurar el orden”. Todo muy llamativo, para decirlo de manera suave. Pero fue el rayo proyectado sobre la entrepierna lo que se llevó la palma.
En realidad, la máquina en cuestión era una lámpara de luz infrarroja, utilizada como parte de una terapia para reducir las arrugas, paliar lesiones musculares o controlar el acné que ofrecen centros de bienestar y clínicas estéticas. Pero Carlson, un profesional con mucho olfato para los fenómenos virales, optó por referirse a aquello de manera cruda y directa como “bronceado de testículos”, y las redes (sobre todo las ultraconservadoras, el segmento de opinión al que se dirige Fox News) abrazaron el concepto con fervor. En cuestión de horas, el escroto moreno se había convertido en símbolo de masculinidad, patriotismo y rechazo militante a los llamados “complejos culturales de la izquierda” y la “ideología de género”.
Vuelve el hombre
Pocos días después, el periodista invitaba a su programa a un “experto” en terapias no convencionales para restaurar la hombría, el entrenador personal Andrew McGovern. McGovern le contó a la audiencia que la terapia lumínica “presenta múltiples beneficios para la salud sobre los que existe amplia evidencia científica que la mayoría de medios de comunicación no divulgan”. “¿Pero estamos hablando de broncearse los testículos?”, preguntó un Carlson que no suele dar puntadas sin hilo. “Sin duda, pero también de cuidar la salud y el equilibrio corporal en su conjunto”, respondió McGovern. Y de “restaurar la hombría”. No se olviden de eso. Incluso Kid Rock, simpatizante de Trump e invitado habitual de Carlson, mostró su escepticismo: “¿Lo dices en serio, Tucker? ¿Pretendes que me achicharre los testículos? Creo que esta vez no voy a hacerte caso”. Pero la piedra había sido arrojada al lago. Y muy pronto empezó a crear ondas.
Como explica Bruce Y. Lee, redactor de la revista Forbes, uno de los primeros en dedicar un artículo a la irrupción de tan peculiar terapia en el prime time televisivo, “Carlson lleva años denunciando en su programa una supuesta caída de los niveles de testosterona y la calidad del esperma entre los hombres estadounidenses que él atribuye a los progresos del feminismo y la criminalización del estilo de vida masculino”. La falta de fundamento material de su tesis no impide que sea muy popular entre los seguidores de su programa, Tucker Carlson’s Originals, un espacio de “investigación” que ha dado cierto pábulo a teorías como que el asalto al Capitolio fue organizado en realidad por sicarios a sueldo del Partido Demócrata o que hubo fraude en las elecciones presidenciales de 2020.
El periodista Eric Lutz explicaba en Vanity Fair que Carlson no está solo en esta peculiar cruzada contra el ocaso de la masculinidad: “Cuenta con apoyos como Josh Hawley, senador republicano por Missouri, para el que los hombres están en crisis debido a que la élite demócrata odia Estados Unidos y conspira para derrocar los valores de la masculinidad”. A Lutz le llama la atención que Carlson se refiera a este asunto como “un problema silenciado por la prensa del régimen” (la progresista, por supuesto): “Él insiste una y otra, sin aportar ningún dato, en que hay una especie de conjura mediática para que la ciudadanía no sepa que los niveles de testosterona han alcanzado sus mínimos históricos. Aplica una lógica cínica y perversa: que la mayoría de medios de comunicación y el grueso de la comunidad científica no hablen de ello sería la prueba de que está ocurriendo y lo están ocultando”. A los que consideran que broncearse los testículos para restaurar la hombría es una locura, les responde que “la locura es ignorar el problema y no buscar soluciones”.
La insensatez como estrategia
Ian Allen, colaborador de la revista de comentario político The New Republic, considera que es un error tomarse a broma campañas de “agitación cultural ultraconservadora” tan sesgadas y delirantes como las de los testículos morenos. Allen explica que “a Carlson no le preocupa en absoluto que sus detractores le ridiculicen en otros medios o en las redes sociales, porque él predica para conversos, y sus obsesiones y cruzadas personales van calando entre su círculo ideológico como una lluvia fina”.
Conviene no olvidar que la audiencia media de Tucker Carlson’s Originals “supera los cuatro millones de espectadores y que su eco en redes es mucho mayor”. Se trata de “una enorme comunidad entre la que Carlson difunde mensajes extremos que sin él hubiesen sido francamente minoritarios”. Porque la idea del ocaso del hombre blanco, “asediado por un ejército de feministas, negros, judíos y homosexuales” no deja de ser, en opinión de Allen, más que una variante de la tesis del “Gran Reemplazo”, de la sustitución gradual del macho alfa heterosexual y blanco por minorías raciales y sexuales, muy difundida en círculos de extrema derecha.
Derivada del supremacismo racista de finales del siglo XIX, esta teoría ha tenido divulgadores contemporáneos como Bronze Age Pervert, autor del libro de cabecera de los nuevos supremacistas de la masculinidad, Bronze Age Mindset. En este ensayo, publicado en 2018, el autor incita a sus simpatizantes de la derecha alternativa a “provocar a nuestros adversarios ideológicos con afirmaciones que les molesten y escandalicen para que pierdan de una vez su falsa superioridad moral y se muestren tal y como son: pedantes, pretenciosos, arrogantes, feos”.
En opinión de Allen, Carlson aplica esa receta con “precisión letal”. Cuando incita a los “hombres de verdad” a broncearse los testículos para salvar América, lo que espera es una reacción visceral (o despectiva) por parte de sus adversarios. Que le tilden de loco, grotesco o idiota, que pretendan reírse en su cara, pero que hablen de él: “Eso es lo que propagandistas como Carlson entienden por éxito”, remata Allen, “que las más extremas y ridículas de sus ideas entren en la agenda colectiva, se conviertan en objeto de conversación”.
Allen no cree que Carlson deba ser tomado a la ligera: “Al contrario, convertirse en carne de meme le refuerza, es su estrategia para salir del rincón al que le confina el extremismo de sus puntos de vista y ocupar así posiciones más centrales en el cuadrilátero de la opinión pública”.
En su exaltación, casi homoerótica, de una masculinidad agresiva y sin complejos pueden encontrarse ecos de toda una tradición estética e intelectual vinculada a la extrema derecha que, para Allen, “se remonta como mínimo a la propagandista nazi Leni Riefenstahl”. Pueden citarse múltiples ejemplos del tipo de referentes que nutren a Carlson, de la ciencia ficción supremacista de Jean Raspail a The Turner Diaries, la novela de William Pierce que inspiró al anarco-terrorista de derechas Timothy McVeight, pasando por los Proud Boys de Gavin McInnes o los libros de autoayuda para hombres en apuros de Jordan Peterson. Toda una tradición, en fin, de culto al cuerpo, exaltación de una hombría tradicional y sin matices, misoginia y odio militante a la diversidad sexual.
Sam Wolfson, redactor de The Guardian, prefiere tomarse el bronceado digital a broma, aunque reconoce que “en el fondo, no tiene la menor gracia”. Wolfson añade que “no es ninguna sorpresa constatar que, según Fox News, la solución a todos los problemas sociales y políticos de nuestro país pasa por un incremento de la testosterona: esa es su visión de la vida, esa son las categorías mentales que manejan”. A Wolfson le gustaría saber “en qué consisten esos prodigiosos beneficios para la salud que aseguran esas terapias y cuál es esa abrumadora evidencia científica que las respalda, porque ni Carlson ni sus expertos dan detalles al respecto”. Eso sí, la idea ha quedado incrustada en el inconsciente colectivo: en Estados Unidos al menos, broncearse los testículos es cosa de patriotas de derechas.
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