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El camino a la felicidad lo marcas tú


Hace poco recorrí a pie los 215 kilómetros que separan Ponferrada de Santiago de Compostela. Mientras caminaba por aquellos preciosos senderos entre bosques de castaños, robles y álamos, reflexionaba sobre el peregrinaje que estaba realizando. La vida es un viaje de peregrinación en el que recorremos distintas etapas, algunas más sencillas y otras mucho más complicadas. Hay momentos de dolor y hay momentos de miedo. Sin embargo, hay que seguir dando pasos con serenidad, ilusión y confianza. En nuestra mente siempre aparece la meta, el destino, pero también es importante saber disfrutar del camino.

Para muchas personas la meta significa poder, fama o fortuna, pero se olvidan de vivir. Por eso, aunque alcancen el tener, se pierden el ser. A lo largo de ese camino que es la vida vamos a perdernos muchas veces. Entraremos en callejones sin salida y deberemos tener la humildad de reconocer nuestros errores para aprender de ellos. Solo de esa manera evitaremos que nuestros fallos se conviertan en fracasos. Al igual que en el Camino de Santiago hay flechas amarillas en cada bifurcación para evitar que tomemos la dirección equivocada, nosotros mismos debemos descubrir esos valores profundos que señalan cuál es el camino correcto cuando nos encontremos con aquellas tentaciones que, lejos de construir, nos destruyen poco a poco.

En todo peregrinaje vamos a toparnos con condiciones muy distintas. Días de sol y jornadas de lluvia, senderos planos y rutas escarpadas, superficies lisas y otras que están repletas de piedras. Aprender a aceptar lo que hay y saber percibir la roca como un peldaño más que como un obstáculo requiere entrenar la mirada para no ver solo lo superficial, también lo profundo. Para tener una nueva percepción sobre cualquier situación tenemos que ser capaces de mirar desde otra perspectiva.

Solo podemos tomar dos caminos ante cualquier circunstancia difícil en la que aparezca la incertidumbre, la confusión y la complejidad. Uno de ellos es reaccionar con ira y miedo. El otro supone aceptar el desafío, hacerle frente y conquistarlo. Como decía Seneca: “No nos da miedo hacer las cosas porque son difíciles, son difíciles porque nos da miedo hacerlas”. Pocas cosas se resisten al tesón, a la persistencia o a la perseverancia de un espíritu que no se da por vencido. Aceptar el reto nos lleva a descubrir talentos y capacidades que teníamos ocultas y que nos ayudarán a abrir nuevos caminos en nuestra vida. Mantenernos fuertes se convierte en nuestra mejor opción para convertir los obstáculos en posibilidades de crecimiento, mejora y evolución.

En este peregrinaje vamos a encontrarnos a muchas personas caminando por la misma senda a la que llamamos vida. Debemos tomar una decisión fundamental: buscar lo que nos separa o aquello que nos une. Ni la raza, ni la cultura, ni las ideas políticas o religiosas deberían distanciarnos a unos de otros. Todos compartimos una misma humanidad. Todos tenemos ilusiones, inquietudes, anhelos y luchas internas. Todos buscamos lo mismo, sufrir menos y ser más felices. Por eso la amabilidad, la cordialidad, la empatía, la compasión y la capacidad de perdón generan encuentro, mientras que el juicio y la crítica llevan al desencuentro.

La felicidad tal vez sea un descubrimiento, pero también supone una conquista personal. Descubrir que ya somos felices, pero que lo hemos olvidado, y aprender a responder en lugar de a reaccionar es, quizás, el significado de vivir en libertad.

Mario Alonso Puig es cirujano


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